En este tercer domingo de Adviento, el Papa afirmó en su alocución previa al rezo del Ángelus, que los que está llamados a “proclamar a Cristo a los demás, sólo pueden hacerlo desprendiéndose de sí mismos y de la mundanalidad, no atrayendo a la gente hacia sí, sino dirigiéndola a Jesús”. Francisco señaló que la primera condición de la alegría cristiana es descentrarse de uno mismo y poner a Jesús en el centro. Esto no es alienación, dijo, porque Jesús es en realidad el centro
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
“Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más nos alegramos; cuanto más lejos está, más nos entristecemos”. La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento, señaló el Papa Francisco en su alocución previa al rezo mariano, “la expectativa que experimentamos es alegre, más bien como cuando esperamos la visita de alguien a quien queremos mucho, por ejemplo, un gran amigo al que no vemos desde hace mucho tiempo. Y esta dimensión de alegría surge especialmente hoy, el Tercer Domingo, que se abre con la exhortación de San Pablo “Alégrense siempre en el Señor”. ¿Y la razón cuál es? Que “el Señor está cerca”. Hay que esperar a Cristo con alegría no con caras fúnebres, pues Cristo ha resucitado, yo soy alegre porque Dios está cerca de mí, me ama, dijo improvisando el Papa.
Juan el Bautista
El Evangelio según San Juan hoy presentó la figura bíblica que -a excepción de la Virgen y de San José- “fue la primera y la más experimentada en la espera del Mesías y en la alegría de verlo venir: Juan el Bautista.
Francisco recordó que el Bautista es el primer testigo de Jesús, con la palabra y con el don de la vida. Todos los Evangelios coinciden en mostrar “cómo cumplió su misión señalando a Jesús como el Cristo, el Mensajero de Dios prometido por los profetas”. Juan fue un líder en su tiempo, era famoso en toda Judea y más allá hasta Galilea. “Pero no cedió ni por un momento a la tentación de llamar la atención sobre sí mismo: siempre la dirigió a Aquel que iba a venir”, cuando anunció la venida de Jesús, dijo: “A él no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.
Alegría cristiana
Aquí está la primera condición de la alegría cristiana: descentrarse de uno mismo y poner a Jesús en el centro. “Esto no es alienación, porque Jesús es en realidad el centro, es la luz que da pleno sentido a la vida de cada hombre y mujer que viene a este mundo. Es el mismo dinamismo del amor, que me lleva a salir de mí mismo, no a perderme, sino a encontrarme como me doy, como busco el bien de los demás”.
Y el Papa dijo que Juan el Bautista recorrió un largo camino para venir a dar testimonio de Jesús. El camino de la alegría no es un paseo, advirtió, el Bautista “lo dejó todo, incluso de joven, para poner a Dios en primer lugar, para escuchar con todo su corazón y todas sus fuerzas su Palabra. Se retiró al desierto, despojándose de todo lo superfluo, para ser más libre para seguir el viento del Espíritu Santo. Ciertamente, algunos rasgos de su personalidad son únicos, no están disponibles para todos. Pero su testimonio es paradigmático para cualquiera que quiera buscar el sentido de su vida y encontrar la verdadera alegría”.
En particular, señaló el Pontífice, el Bautista es un modelo para aquellos en la Iglesia que están llamados a proclamar a Cristo a los demás: sólo pueden hacerlo desprendiéndose de sí mismos y de la mundanalidad, no atrayendo a la gente hacia sí, sino dirigiéndola a Jesús. Improvisando dijo preguntando a los fieles presentes: ¿soy una persona alegre que sabe transmitir la alegría de ser cristiano o estoy siempre triste como en un funeral?, sin la alegría de la fe no puedo dar testimonio, los demás dirán que si la fe es tan triste mejor no tenerla…
Y todo ésta está, dijo, plenamente realizado en la Virgen María: ella esperó en silencio la palabra de salvación de Dios; la escuchó, la acogió, la concibió. En ella Dios se hizo cercano. Por eso la Iglesia llama a María “Causa de nuestra alegría”.
Fuente: Vatican News