- Comentario al evangelio de hoy, domingo 12 de enero de 2024.
- El bautismo del Señor (Lc.3,15-16.21-22)
- Por: P. Mario Miguel Gutiérrez Cubas S.J.
Con este domingo la Iglesia cierra el tiempo feliz de la Navidad y da inicio al tiempo litúrgico más largo del año eclesial: el Tiempo Ordinario. Este tiempo litúrgico es representado por el color verde y nos narra la vida pública de nuestro Señor Jesucristo, que, habiendo sido bautizado por Juan en el Jordán, proclama la buena noticia del Reino de Dios a los pobres y el perdón de los pecados para todos aquellos que se experimentan lejos de Dios.
El bautismo, por lo tanto, cierra también el largo tiempo de la vida oculta de Jesús, sus treinta años transitados en el silencio de Nazaret llegan a su final. Ahora su viejo taller ha quedado en silencio, para dar lugar a la voz que anuncia la Buena Noticia de Dios. Juan el Bautista y el pueblo que busca conversión, reunidos en las aguas del Jordán, serán los primeros testigos de la proclamación del Hijo de Dios, y ven con sus propios ojos a Aquel sobre quien desciende el Espíritu Santo, el esperado de los tiempos. Es el ungido del Padre, ungido que significa Mesías. San Lucas nos cuenta con detalles teológicos lo ocurrido aquel día: Jesús también entra a las aguas del río, que, sin tener pecados, se sumerge en las inmundicias de nuestro mundo para cargar con nuestros pecados. Él purifica con su cuerpo al mundo, no le da asco nuestra realidad, sino que se sumerge en ella para limpiarnos. Por eso, Jesús es el predilecto del Padre, porque viene a manifestarnos la infinita misericordia del Padre.
A partir de este dato de la revelación, el bautismo en la Iglesia será para siempre el sacramento a través del cual el Señor limpia nuestros pecados y nos hace participar del perdón gratuito de Dios ofrecido a lo largo de nuestra vida. Ya no será la circuncisión el rito de iniciación sino el bautismo para la vida cristiana. Todo aquel que quiera tener a Jesús como su Señor, el bautismo inaugura el tiempo de la conversión, dinámica que no termina sino hasta el último día de nuestra vida. Elemento que sintoniza entre Jesús y el Bautista: la llamada constante a la conversión. El bautismo nos da la garantía del amor siempre fiel de Dios y, por otro lado, nuestro constante compromiso de conversión.
Manifestado el sentido teológico de esta festividad se nos revelan otros elementos importantes, entre ellos quiero señalar dos: Juan el Bautista sabe menguar, y, por otro lado, en Jesús se nos revela el ser humano al que toda persona debe aspirar, él es el amado del Padre, la meta y culmen de toda vida humana.
Empezando por lo primero, cabe señalar la humildad de Juan el Bautista, reconoce con el corazón limpio que el Mesías es otro. Sabe hacerse a un lado, sabe menguar, no cae en la trampa de creerse a sí mismo como el ungido. Creo que esa debe ser la actitud de todo cristiano, reconocer sólo a Jesús como el único Mesías y no convertirse en un estorbo al proyecto de Dios. La actitud del Bautista es más bien de humillación: “no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. A veces las ideologías quieren ocupar este puesto que sólo al Señor le corresponde, sólo el Señor salva.
El otro elemento, muy unido a este, tiene que ver con una verdad nuclear para la vida cristiana, en Jesús se revela quién es el ser humano, por tanto, sólo Él es el criterio de discernimiento para nuestra vida: Él es el elegido. Tal como lo dice GS 22 “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado”. Ya no somos nosotros mismos el criterio de discernimiento, porque al ponernos al centro de una vez empezamos a exigir nuestros derechos y el respeto de nuestra dignidad, con lo cual jamás seríamos capaces de poner la otra mejía ante el enemigo, por el contrario, nos llevaría nuevamente a la envidia o a la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. Por el contrario, cuando sólo se busca la voluntad de Dios, habrá lugar para las paradojas y para las novedades, es cuando realmente encontramos nuestra dignidad. Juan tal vez tenía en mente que el juicio sería de carácter punitivo, eran sus propios criterios asumidos desde antiguo, pero se abre a la novedad de Jesús, que es de compasión y misericordia. Ya no será su propio discernimiento sino el de Jesús. Juan nos enseña a ceder a la novedad de Dios. Y cabría preguntarse: ¿qué tanto cedo mis criterios de vida a los de Cristo, tendría yo la humildad de Juan? ¿Es Jesús mi amado y mi elegido? O ¿estoy muy sobrado en mis propios criterios? Jesús nos libra de nosotros mismos.