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Sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado a realizar todo con la máxima seguridad, y no solo eso, sino que además la necesitamos y exigimos. Por poner un ejemplo, hace no tantos años, uno iba a la estación de tren o del autobús, un poco antes de la salida del viaje y compraba allí su billete con la certeza de que tendría sitio en el transporte. Hoy son muy pocos los que esperan tanto para comprar su ticket, ya que lo hacemos por internet, con bastante anticipación, no sea que nos quedemos sin él. Lo mismo ocurre en infinidad de situaciones en la vida, en las que, las nuevas tecnologías, que tanto nos ayudan, nos han ido haciendo un poco esclavos de la seguridad de nuestros planes y acciones, y quizá, a la vez un poco histéricos.

Y, en medio de todo ello, nos encontramos con que la situación de pandemia mundial que vivimos, amenaza a la seguridad que parecíamos haber conquistado. Por seguir con el mismo ejemplo, hoy, al comprar nuestro billete de autobús o tren, sabemos que no es tan seguro que podamos viajar, porque cualquier cosa puede complicar, retrasar o anular nuestro viaje. Lo mismo ocurre a gran escala con el inicio de los colegios, de la universidad, con la vuelta al trabajo presencial y el consiguiente abandono del teletrabajo, con la deseada la normalidad en los negocios, o la temida posibilidad de un nuevo periodo de cuarentena y cierre. Paradójicamente, todo se vuelve inseguro y frágil en la época de las app y de las agendas electrónicas.

En esta situación, recuerdo con admiración a todas aquellas personas que, de un modo u otro se lanzaron a la conquista del futuro con valentía y a la vez prudencia, y sobre todo con una gran inseguridad acompañada de la confianza de que el futuro iría bien. Aquellos de nuestros abuelos que marcharon a otro país, buscando asegurar un futuro a sus descendientes, aunque no conocieran la lengua, ni supieran en qué iban a trabajar. O los misioneros que un día subieron a un barco que les llevaría al territorio en el que debían predicar el Evangelio, sin saber cuándo podrían volver a su tierra y a ver a su familia. Sus vidas, más cercanas o lejanas, nos lanzan un mensaje esperanzador en medio de la niebla espesa en la que nos encontramos. Porque nos recuerdan que, a pesar de lo que parezca, Dios camina con nosotros en medio de la incertidumbre, y junto a él alcanzaremos ese mañana mejor que anhelamos.

Dani Cuesta, sj

Fuente: Pastoral SJ