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Se les conoce como los “Mártires del Zenta”, una región poco conocida del noroeste de Argentina. Un sacerdote diocesano, don Pedro Ortiz de Zárate, y un jesuita originario de Cerdeña, Giovanni Antonio Solinas; ambos se entregaron en cuerpo y alma a la evangelización de los pueblos indígenas durante la época de las “misiones jesuíticas” en la segunda mitad del siglo XVII. Otros cristianos, dieciocho en total, también dieron su vida en el marco de esta misión.

Nacido en 1643 en Cerdeña, Giovanni Antonio Solinas conoció a los jesuitas en el colegio y recibió de ellos una sólida formación cultural y religiosa; decidió entrar en la Compañía de Jesús nada más terminar sus estudios, con el sueño de ser misionero en “las Indias”. San Francisco Javier era su modelo. Después de su ordenación sacerdotal, fue enviado a Paraguay y trabajó durante diez años en las famosas “Reducciones” que los jesuitas habían establecido para que los pueblos indígenas pudieran vivir mejor y en paz. Luego fue enviado al Valle del Zenta, hoy en la provincia de Salta en Argentina, para llevar el Evangelio a los indígenas Hohomás. Allí fue martirizado el 27 de octubre de 1683. Desde el momento de su trágica muerte, se habló de su santidad tanto en los territorios de misión como en Cerdeña.

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La causa de beatificación de los dos sacerdotes mártires de entonces, uno diocesano y otro jesuita, fue llevada por la diócesis de Orán bajo la responsabilidad de la postuladora, la Hna. Isabel Fernández, de la Congregación de las Hermanas Educacionistas Franciscanas de Cristo Rey. Ella nos ha comentado lo mucho que le ha marcado esta tarea; he aquí su testimonio.

“Es una inmensa alegría ofrecer este testimonio. Para mí, hija de la Iglesia, el martirio es un don excelso y la prueba suprema de amor, porque un discípulo acepta libremente la muerte por seguir a Jesús. Como hija de esta tierra argentina, admiro a los hombres y mujeres que dieron su vida para construir esta nación y sembrar en ella el Evangelio.

La presencia de los pueblos originarios es antigua y muy diversa. Su encuentro con los españoles, está cargado de luces y de sombras, cada vez mejor estudiadas. Pero de la historia de la evangelización siempre surgen ejemplos maravillosos.

Estudiar este martirio sucedido en 1683, en un despoblado valle del Zenta (Salta), era un verdadero desafío. Pero una abundante documentación civil y eclesiástica lo hacía posible. En ello pusieron interés los obispos de la Nueva Orán, como los historiadores y los testigos actuales de su fama. Mi tarea fue impulsar y guiar el trabajo de todos ellos, a quienes estoy muy agradecida. En pocos años se completaron los pasos de las fasesdiocesana y romana de la Causa.

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Me sorprenden las muchas etnias indígenas de la región, sus costumbres, dificultades y sufrimientos. La relación con los conquistadores fue conflictiva. Sin embargo, mucho valoro a la gente valiosa, que como Pedro Ortiz de Zárate fue amante de los indios, siendo encomendero, alcalde y luego párroco, como también a los indios amigos que colaboraron con él – aunque hubo otros hostiles por razones comprensibles. Admiro a los jesuitas misioneros, como el padre Solinas, que compartieron todo con los indios, de forma generosa y abnegada, para sembrar entre ellos amistad, paz y la Palabra de Dios.

La llegada de la comunidad misionera al Chaco, formada por criollos, españoles, indios, negros y mulatos, hombres y mujeres, fue un hecho memorable. Dieciocho de ellos, con los dos sacerdotes, dieron allí la vida por vivir y anunciar el Evangelio. Hoy vuelve a resonar el llamado de Dios a respetar las naciones originarias, sin perder el celo apostólico de los discípulos misioneros de Jesús; y creo que aún es posible reunir carismas y fuerzas por el Evangelio y la salvación de los hombres.”

En un próximo artículo, el mensaje del P. Arturo Sosa, Superior General, con motivo de la beatificación del P. Giovanni Antonio Solinas, con imágenes de la celebración en San Ramón de la Nueva Orán (Argentina).

Fuente: Jesuits Global

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