Evangelio del día, Juan 8, 1-11
“Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer estaba ya nuevamente en el Templo; toda la gente acudía a Él, y Él se sentaba para enseñarles. Los maestros de la Ley y los fariseos le trajeron una mujer que había sido sorprendida en adulterio, la colocaron en medio y le dijeron: Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto.
En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices? Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra. Se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía ante Él. Entonces se enderezó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Y Jesús le dijo: Tampoco Yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”.
Palabra del Señor.
Compartimos una reflexión a cargo del P. Carlos Manuel Álvarez Morales, S.J.
Tampoco yo te condeno, vete y en adelante no vuelvas a pecar
Dios no es un Dios que ha venido a condenarnos sino a salvarnos, su mensaje de salvación es muy claro al respecto; son las catequesis erróneas que hemos recibido las que nos han planteado a un dios condenador y cruel, y no al Dios que verdaderamente es Él, el Salvador de nuestras vidas. El Señor, en ningún momento justifica nuestros pecados, pero cuando nos arrepentimos de corazón, y tenemos un decidido propósito de enmienda, siempre nos perdona.
En mi corazón deben resonar las palabras de Jesús: “Vete y no vuelvas a pecar”; pues Él siempre me perdona después de que ve en mi corazón un real y decidido arrepentimiento. Si yo me quedo remordiendo internamente con la culpa insana, quiere decir que he cerrado mi corazón a Dios para hacer mía su misericordia; diciéndome que mi pecado no tiene perdón, y por ello continúo culpabilizándome neuróticamente de manera innecesaria, pues Dios ya me ha perdonado.
¿Cómo he vivido en mi corazón la culpa insana, esa que me impide hacer mío el perdón que Dios me ha dado?, ¿Qué he hecho o debo hacer para erradicar la culpa insana o neurótica que corroe mi corazón?