Skip to main content

Dos jesuitas y su espera prolongada entre la incertidumbre y la “alegría de Dios”

La actual pandemia de Covid19 está creando una gran incertidumbre para muchos. Un futuro con numerosos puntos de interrogación. Primero, ¿cuándo terminará esta emergencia? ¿Y qué mundo, qué sociedad encontraremos cuando se acabe? Muchos proyectos se hallan estancados en este momento, así como etapas importantes en la vida de algunas personas.

Hemos preguntado a dos jesuitas, cuya ordenación había sido pospuesta a fecha ulterior, que nos digan algo sobre cómo la pandemia ha condicionado los tiempos y los modos de dicha etapa, y especialmente sobre cómo han vivido o están viviendo esta extraña época de incertidumbre.

2020-11-26_ordinations_1

Grant Tungay SJ (Sudáfrica):

La fecha de mi ordenación sacerdotal estaba prevista para el 25 de julio de 2020 en Johannesburgo, Sudáfrica. Iba a ser ordenado con Ricardo Da Silva, mi con-novicio de la región de Sudáfrica. Sin embargo, debido a la pandemia de Covid, nuestra ordenación sacerdotal tuvo que ser cancelada, y aún no se ha fijado otra fecha para la ceremonia.

¿Cómo he experimentado este período de incertidumbre en mi vida como jesuita? La formación de los jesuitas tiene un ritmo maravilloso; un ritmo que te lleva desde el noviciado, a través de tus estudios, culminando con las ordenaciones al diaconado y al sacerdocio. Poco antes de la ordenación diaconal, participamos en un mes de reflexión sobre nuestra vida de gracia con Dios, meditando sobre lo que Dios ha hecho en nuestras vidas para conducirnos a este punto. Por lo tanto, es celebrando intensamente el don de nuestra vocación que obtenemos la ordenación diaconal. El impulso de esta experiencia desemboca en la ordenación sacerdotal, donde podemos decir: ¡Estoy listo para servir al pueblo de Dios! La frustración que he experimentado en este retraso es la frustración de aquellos que quieren moverse al ritmo ya explicado, salir y servir a los demás, dando testimonio de lo que Dios ha hecho y lo que sigue haciendo en nuestras vidas.

2020-11-26_ordinations_2

Andrés Hernàndez Caro SJ (Colombia):

El evento de unas ordenaciones es muy significativo para la vida de los que se ordenan, sus familias, amigos, compañeros jesuitas y en general, para el Pueblo de Dios. Es un momento esperado, que marca la vida personal y la vida de la Iglesia, algo sencillamente inolvidable: se trata de hacer de la vida toda, un regalo: una sola ofrenda. Sin embargo, la realidad de la pandemia y sus restricciones han afectado numerosos dominios de la vida y las ordenaciones no podían ser excepción: junto con muchas otras actividades en estos últimos meses, tuvieron que adaptarse a las circunstancias. Ello significó, de alguna manera, que tuvimos que modificar lo que soñábamos para nuestras ordenaciones y “hacer lo que se puede para que se pueda”, como decía un compañero jesuita argentino. No fue poco: cambiar 4 veces la fecha por los confinamientos, cambiar de obispo porque el primero terminaba su período, reducir el número de invitados, cambiar la capilla dónde celebrar la primera misa y no poder unirnos al grupo de diáconos del Centro Internacional de Formación Teológica de Bogotá, debido a que tres teólogos estaban contagiados.

Ahora bien, ello ¿qué reportó espiritualmente para nuestra preparación para la ordenación? Además de desarrollar nuestra flexibilidad y una cierta facultad de reanudación (resiliencia), todas estas vicisitudes labraron en nosotros una mirada todavía más profunda del acontecimiento que íbamos a vivir. En una ordenación nos estamos jugando “el todo por el todo”.

Cada nueva circunstancia que arribaba era como escuchar en el corazón la pregunta “¿por qué te quieres ordenar?”. Esto era como cavar un pozo y encontrarse con los mejores deseos del corazón y la manera como Dios habita en y labra la vida con ellos. […] Por mi parte, puedo compartirles que este cavar hondo me llevó a encontrarme con la alegría de Dios.[…] La alegría de Dios porque yo existía, porque Él había hecho parte de mi vida, incluso a pesar de mis cerrazones, de mis bloqueos mentales (lockdown). Su alegría, parece que no conociera mi preocupación por todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor y que Él estuviera más convencido de su amor, que de mis miedos. Esta alegría, además, ve más allá del dolor o angustias que nos rodean y que sin negarlas, hace posible la confianza que permite avanzar en medio de los titubeos con que caminamos en este tiempo. Y sí… Dios no tiene por qué alegrarse, Él mismo es la alegría, pero es impresionante que su alegría seamos nosotros, …porque el amor necesita ser precedido por la alegría, para que podamos ser testigos de que nos ama no porque debe hacerlo, sino porque quiere: porque le brota de sí cuando nos ve.

En la misa de ordenación, cuando proclamaban la segunda lectura (2 Cor 1, 2-8) comprendí el sentido de todo esto. Esa alegría es precisamente el punto de partida de un ministerio que, ante todo, es un compartir la consolación recibida de Dios. Ésa es la oración con la que me quedo, ésa es mi petición: que su alegría no se acabe y toda mi alegría pueda también ser transvasada a quienes el Señor me confíe.

Fuente: Jesuits Global

Siguiente Post