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Entrevista con el padre general de los jesuitas y presidente de la USG

Publicado el 31.05.2013 En el nº 2.850 de Vida Nueva.

DARÍO MENOR | Al médico de Adolfo Nicolás no le gusta que tome café. Así se justifica el prepósito general de la Compañía de Jesús mientras se sirve un zumo antes de comenzar esta entrevista en un descanso de la asamblea semestral de la Unión de Superiores Generales (USG), de la que Nicolás es presidente. Mientras te habla, este palentino de 77 años parece olvidarse del resto del mundo: responde sin prisa a todas las preguntas hasta que los organizadores de la asamblea se ven obligados a intervenir para recordarle que la reunión no puede seguir sin él. Sus opiniones son las de uno de los hombres más influyentes de la Iglesia católica.

EDITORIAL: Una Vida Religiosa puesta de nuevo en valor

PREGUNTA.- Se dice que usted no quería pasar de vicepresidente a presidente de la USG después de que el anterior “número uno”, el franciscano José Rodríguez Carballo, fuera nombrado secretario del dicasterio vaticano dedicado a la Vida Religiosa. ¿Le parece excesivo que sean jesuitas tanto el Papa como el presidente del organismo que engloba a todos los superiores generales?

RESPUESTA.- No, no es así, son órbitas distintas. Sería distinto si yo estuviera en alguna congregación romana, pues la visibilidad sería mucho mayor, pero la presidencia de la USG no tiene visibilidad en la Iglesia. Es un servicio que alguien tiene que hacer, coordinando ideas, sugerencias e iniciativas, pero que no entra en la visibilidad universal de la Iglesia.

P.- ¿Le molesta el título oficioso de “papa negro”?

R.- Yo ni soy papa ni soy negro. Lo del “papa negro” es bastante reciente, viene de la Unificación de Italia. Durante un corto período de tiempo, el general de los jesuitas tuvo que vivir fuera de Roma, cerca de Florencia, y cuando volvió a Roma le recibieron como al “papa negro”. No me gusta la expresión porque se utiliza como referencia al poder. El poder no tiene ningún valor religioso ni cristiano. El color negro tampoco tiene valor alguno, no hay diferencia con otros colores. Por tanto, “papa negro” es un título popular, pero vacío de contenido.

 P.- ¿Se ve habitualmente con Francisco?

R.- Le he visto una vez. Fue un encuentro muy amigable. Nos hemos escrito, sí, pero no quiero darme mucha visibilidad, para que él cree su estilo y vaya por libre. No sería bueno ni adecuado que los jesuitas aprovecharan esta ocasión. Siempre digo que no ha cambiado nada: nosotros seguimos sirviendo a la Iglesia y nuestra relación con el Papa es de obediencia. No hay que decir: “Yo ahora tengo mano con el Papa”. No. Yo quiero seguir respetándole, como he respetado al anterior.

Carismática y universal

P.- ¿Cómo ve el desarrollo de la Iglesia y de la Compañía de Jesús en los próximos años? ¿Se va, al menos en Occidente, hacia un cristianismo de minoría, hacia un grupo pequeño de fieles que estén muy comprometidos y den testimonio?

R.- Yo no soy profeta, no sé cómo se va a desarrollar. Imagino una Iglesia en la que se va a profundizar en lo carismático. Lo carismático es algo de minorías. Pero al mismo tiempo, también una Iglesia muy pendiente de lo universal. No se va a perder el contacto con las masas. El gran éxito de este Papa es con las masas. Y, sin embargo, es un Papa que insiste en la profundidad y en vivir lo carismático como llamada del Espíritu. La Iglesia en la que yo creo es una Iglesia que se preocupa de las dos cosas. Por un lado, de lo carismático, que siempre ha sido de minorías, pero que también está al servicio de la masa. Lo que yo anticipo, y no va a ser nada fácil, es que va a haber una nueva relación con creyentes de las otras religiones. Será una nueva relación con estos otros creyentes que están buscando a Dios a su manera y que, con frecuencia, lo encuentran.

P.- Leí hace poco que el gran desafío para las religiones en el siglo XXI era proponer una alternativa a la adoración del becerro de oro. ¿Hace la Iglesia lo suficiente en este sentido?

R.- A lo mejor resulta difícil de captar, pero la Iglesia está ahora como estaba al final del Antiguo Testamento. Hubo una crisis de fe cuando el exilio y, tras esta crisis, se terminaron los profetas. Cuando habla a la sociedad moderna, la Iglesia no puede hablar proféticamente, porque no hay fe para recibir el mensaje profético. Tiene que hablar como habló el Espíritu en la última parte del Antiguo Testamento. La Iglesia tiene que hablar sapiencialmente. Hacen falta profetas dentro de la Iglesia, pero a la sociedad hay que ofrecerle sabiduría, dándole mensajes que tengan sentido, que abran caminos, que ayuden a los jóvenes a ver que hay todo un camino de sabiduría que hay que seguir.

P.- En los países europeos meridionales vamos camino de tener una generación perdida, sin visos de futuro. ¿Se atrevería a ofrecerles unas palabras de consuelo?

R.- Si fuera budista, diría que la historia va para abajo y, cuando llega el momento de crisis, se produce el momento de iluminación y empieza un camino lento hacia arriba. Pero no soy budista. Creo que uno de los problemas que tenemos, y es algo inevitable, es que miramos al futuro con los ojos del pasado. Vemos que en el pasado, la generación anterior a la nuestra no ha respondido a las expectativas creando un futuro para la siguiente generación. Por eso miramos al futuro sin grandes esperanzas. Yo creo que tenemos que liberarnos del pasado y saber que el futuro depende de que nos pongamos en una situación creativa. En este momento, la Iglesia espera de nosotros que nos dirijamos hacia la profundidad, la creatividad y la vida en el espíritu. Esto es lo que le digo a los jesuitas jóvenes. Sin creatividad no vamos a ser capaces de acompañar a nadie en la búsqueda de nuevas respuestas, porque en nuestra formación hemos aprendido a responder a las preguntas del pasado, pero las preguntas nuevas son distintas. Hay que acompañar en esa búsqueda de la sabiduría y de la profundidad. Por eso me gusta más el concepto profundidad que otras palabras como meditación u oración, ya que generan sus propias imágenes. En cambio, la profundidad es algo nuevo que tenemos que descubrir.

Más sobre el “efecto Francisco” y sus primeros gestos; el papel de la Compañía de Jesús en la sociedad y en la Iglesia, las vocaciones o la tarea educativa; los desafíos de la Vida Religiosa y la intercongregacionalidad; el ecumenismo y el diálogo de la Iglesia con los no creyentes; o la crisis económica y social, en la entrevista íntegra, solo para suscriptores


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