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Y llamó a los que quiso, para que estuvieran con él y enviarlos a predicar (Mc 3, 14)

REFLEXIÓN

Al hablar de la conversión de san Ignacio de Loyola lo primero que nos viene a la memoria es el cambio de vida que experimentó a raíz de sus lecturas piadosas durante su tiempo de convalecencia en Loyola (1521-1522). Pero su experiencia de conversión fue dinámica y fue afectando y transformando diversas facetas de su rica personalidad. En los comienzos de su conversión, Ignacio estaba dispuesto a no tener compañeros y vivir en soledad porque «esta confianza y afición y esperanza la quería tener en un solo Dios» [Au 35].

Pero Dios se fue mostrando como alguien con propuestas nuevas, diferentes y hasta en ocasiones contrarias a lo que el mismo Ignacio iba pensando para sí mismo. La Autobiografía nos cuenta que en Barcelona (1524-1525), una vez que había regresado de Jerusalén, «ya tenía algunos compañeros» [Au 56], que expresaban el deseo de Ignacio de socializar su expe- riencia y compartir su vida con buenos amigos. Tal vez visitando Jerusalén y sus alrededores se imaginaba a Jesús caminando siempre con otros amigos y discípu- los y comprendió que estar cerca de Jesús implicaba formar parte de su grupo, de su compañía.

Celebrar la conversión de Ignacio es hacer memoria consolada y agradecida de nuestra dimensión societaria, corporativa, amistosa. Es empatizar con una experiencia de un grupo de compañeros que juntos se pusieron a la escucha del Señor y decidieron asumir juntos la senda que el Espíritu susurraba a todos ellos.

Esta sabiduría del cuidado ha llegado hasta nuestros días.

El interés y empeño de los estudiantes de París por consolidar un grupo de compañeros no fue algo circunstancial o anecdótico, sino un objetivo primero y necesario para llevar adelante el proyecto que Dios tenía para ellos. La resultante final que daba forma al grupo era mucho más que la suma total de cada uno de los miembros. Vivir en Compañía significaba y significa en nuestros días empezar a entender la vida como parte de un todo mayor que le da sentido y consistencia en el Sueño de Dios.

Porque sólo Dios es la Fuente de nuestras fuentes…

¿Por qué el grupo se consolidó y creció tanto? Tal vez porque la unión se fue arraigando en un único afecto que integraba tres cauces de vida: 1 el amor en la relación con Dios, 2 el afecto entre los compañeros y 3 la pasión por la ayuda a los prójimos.

Todos entendieron que el Artífice de esta unión no era Ignacio ni el mismo grupo, sino que «descendía de arriba» como don de Dios [Ej 237]: «Lo que más ayuda a crear y aumentar la comunión entre todos los miembros de la Compañía es la actitud mental y afectiva con que nos estimemos y aceptemos mutuamente como hermanos y amigos en el Señor; porque también aquí ‘la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones ha de ayudar para ello más que ninguna exterior constitución» (NC 313 §2; cf. [Co 671]).

TEXTO IGNACIANO

Ya que Dios se ha dignado a unirnos y consagrarnos siendo nosotros tan débiles y de diversas regiones y costumbres, no deberíamos romper esta unión y consagración hecha por Dios, sino confirmarla y agrandarla cada día más. Por eso conviene que nos reduzcamos a un cuerpo, y cuidemos los unos de los otros y nos entendamos, para mayor fruto de las almas.

(Deliberaciones de 1539)

El cuidado mutuo nos libera del clericalismo, del paternalismo, del individualismo y del autoritarismo, que se encuentran en tantos contextos actuales. Cuidar y dejarse cuidar es crecer en Compañía universal y es parte esencial de la cultura de nuestro cuerpo apostólico.

(P. Arturo SOSA, El cuidado en el gobierno de la vida-misión de la Compañía en este cambio de época, Roma, 25 de marzo de 2020)

REFLEXIÓN PERSONAL

1. «ceso rogando a Dios nuestro Señor, pues nos juntó en su santa Compañía» (Fco. Javier). Oro por los compañeros jesuitas, los que Dios ha puesto en mi camino de hoy y con los que hoy com- parto Su misión, nuestra misión: rostros, biografías, historias concretas… .

2. «Que la divina clemencia me conceda la gracia de recordar y valorar los beneficios que Dios nuestro Señor me concedió por medio de este hombre [Ignacio]» (Fabro); Traigo a la «memoria los benefi- cios recibidos» [Ej 234] a través de tantos y tantos compañeros a lo largo de mi vida como jesuita… agradezco, pido….

3. «…no deberíamos romper esta unión y consagración hecha por Dios, sino confirmarla y agrandarla cada día más. Por eso conviene que nos reduzcamos a un cuerpo, y cuidemos los unos de los otros» (Delibera- ciones de 1539; también Co [812]). Reconozco y agradezco el cuidado recibido… ¿Y qué más puedo y podemos hacer para confirmar y agrandar la unión entre los compañeros, la «unión de los ánimos»?

ORACIÓN

Señor Jesús, compañero y amigo. Tú nos has llamado, porque has querido, a ser miembros de esta, tu Compañía. Nos has llamado a ser parte de un grupo de hombres pobres, frágiles y vulnerables, pero confiados y entregados a tu misión y amistad, pues solo en ella encontramos nuestro sentido y sin ti, nos perdemos. Danos tu Espíritu para que nos construya como amigos tuyos y en ti; que nos conceda el don de acep- tarnos y querernos; de reconocernos como humildes trabaja- dores de un proyecto común en tu Compañía, en tu Iglesia en tu Reino. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. AMÉN.

El cuidado, el cuerpo y el afecto

Fuente: Ignatuis500