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Palabra de Provincial

EL CARDENAL QUEZADA TORUÑO

Tras varios días de hospitalización y una difícil intervención quirúrgica, a los 80 años de edad y 56 de sacerdote, el 4 de Junio falleció en Guatemala el Cardenal Rodolfo Quezada Toruño. Sobrino directo del P. Jorge Toruño, alumno de jesuitas en la Filosofía en el Seminario de San Salvador y en la facultad de Teología de Innsbruck (Austria), se desempeñó como Rector del Seminario Mayor de la Asunción, Obispo auxiliar de Zacapa, Presidente de la Conferencia Episcopal, Arzobispo de la capital y, desde 2003, Cardenal de la Iglesia. De modo especial, entre católicos y no católicos, fue conocido en Guatemala como un hombre valiente, de voz firme, el Obispo de la paz que tuvo un distinguido papel en los diálogos por la paz en los años 90, presidiendo la Comisión Nacional de Reconciliación.

De los frecuentes encuentros que tuve con Mons. Quezada, tres sentimientos me asaltan en estos días. Uno, su inmensa capacidad de alegría y simpatía que expresaba siempre en la plática. Uno reía con él por su chispa para comentar los incidentes de la vida de Guatemala y de la Iglesia. Sabía recordar con gracejo muchas anécdotas de su pasado y del nuestro, y hasta se atrevía a imitar a nuestro P. Toruño, “el tío George”. Esa capacidad de sonreír, de encontrar el lado alegre de la vida, sin duda le permitió superar con esperanza cristiana muchos días difíciles de la vida de la Iglesia de Guatemala.

Me parece, en segundo lugar, que de los muchos títulos y reconocimientos nacionales e internacionales que recibió a lo largo de su vida, Mons. Quezada se sentía especialmente satisfecho -orgulloso diría yo- de haber sido premiado como artífice y constructor de la paz en Guatemala. Es más, me parece que él veía que en esos reconocimientos era a la Iglesia misma a quien se premiaba por su interés por Guatemala y su apuesta por la convivencia ciudadana. Y eso le alegraba porque Mons. Quezada era hombre del Vaticano II, a quien mucho importaba la presencia valiente, libre y creativa de la Iglesia ante este mundo.

En su largo epistolario, San Ignacio con frecuencia recomienda a los jesuitas el deber de la gratuidad; la misma que expresa con frecuencia a laicos, jerarcas de Iglesia, gobernantes, munícipes y bienhechores. Este es mi tercer sentir ante Mons. Quezada: el agradecimiento. Creyó en los jesuitas de Guatemala, apostó por ellos incluso en momentos en que el ambiente no era propicio. Me hablaba de la urgencia de suscitar vocaciones para la Compañía. “Uds. – me decía-, tienen un arma que otros desearían, los Ejercicios de San Ignacio”. Se alegraba con nuestras alegrías, como la inauguración del Colegio P. Manolo Maquieira del Puente Belice y le entristecían nuestras dimisiones y fallecimientos. Si tenía que reprocharnos algo, sabía hacerlo con cariño de Pastor y respeto. Me consta.

Adiós Monseñor. Un adiós agradecido al trabajador por la paz, hoy llamado hijo de Dios.

Fraternalmente,

P. Jesús M. Sariego, SJ.

Provincial

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