Sala Clementina
Viernes, 14 de octubre de 2022
Queridos hermanos en el episcopado,
Señor vicepresidente de la nación, su esposa,
queridos hermanos en Cristo:
Agradezco a Mons. José Luis Escobar Alas, Arzobispo de San Salvador, sus amables palabras, y optimistas —por ahí demasiado—, y a todos ustedes la deferencia que han tenido en organizar esta peregrinación a la tumba de Pedro, para dar gracias a Dios por la beatificación de los mártires Rutilio Grande García, Cosme Spessotto, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio.
Los mártires, todos lo sabemos, son «un don gratuito del Señor», como afirmaba el beato Cosme Spessotto, el más precioso don que puede dar Dios a la Iglesia, pues en ellos se actualiza ese «amor más grande» que Jesús nos mostró en la cruz. Su sangre no se une a la del Salvador simplemente en virtud de la imitación del discípulo a su maestro, o del siervo a su Señor, sino que es una forma de unión mística, que los Padres han visto representada en las gotas de sangre que cubrieron el cuerpo de Jesús en Getsemaní (cf. San Agustín, Exposición del Salmo 85). Estas gotas, como rubíes bordados en el manto inconsútil de Jesús, son joyas preciosas por las que damos gracias en primer lugar a Dios. Él es quien los convocó a este combate, quien les dio la fuerza para alcanzar la victoria, y quien nos los presenta ahora para nuestra edificación y como camino a seguir, porque los problemas no terminaron, la lucha por la justicia y por el amor de los pueblos sigue. Y para luchar no bastan las palabras, no bastan las doctrinas, lo cual sí es necesario, pero no bastan; bastan testimonios, y eso es lo que tenemos que seguir. Por eso digo que son un regalo para nuestra edificación, un regalo inmenso, tanto para la Iglesia que peregrina en El Salvador, como para la Iglesia universal, y su significado quedará siempre en el misterio de Dios.
Esta realidad puede y debe ser profundizada en nuestras comunidades. Es interesante notar que el primer fruto de la muerte de los beatos fue el restablecimiento de la unidad en la Iglesia. Este hecho fue destacado por san Óscar Romero en la misa exequial del padre Rutilio Grande, 14 de marzo de 1977, cuando escribe emocionado cómo «el clero se apiña con su obispo», asumiendo que es en ese testimonio de unidad que «los fieles comprenden que hay una iluminación de la fe que nos va conduciendo, […] una motivación del amor». Yo sentí mucho la vida de estos mártires, la viví mucho, viví el conflicto de pro y contra. Y es una devoción personal: a la entrada de mi estudio tengo un pequeño cuadrito con un pedazo del alba ensangrentada de san Óscar Romero y una catequesis chiquitita de Rutilio Grande, para que me hagan acordar que siempre hay injusticias por las que hay que luchar, y ellos marcaron el camino.
San Óscar Romero concluía su homilía diciendo: «comprendamos esta Iglesia, inspirémonos en este amor, vivamos esta fe y les aseguro que hay solución para nuestros grandes problemas». Hay solución. Me parece que este puede ser un buen itinerario para “rumiar” en la oración esta palabra que, mediante la sangre de estos testigos, Dios ha pronunciado a la Iglesia de El Salvador. Nuestras realidades no son seguramente las de aquel tiempo, pero la llamada al compromiso, a la fidelidad, a poner la fe en Dios y el amor al hermano en primer lugar, a vivir de esperanza, es intemporal, porque es el evangelio, un evangelio vivo, que no se aprende de los libros, sino de la vida de quienes nos han trasmitido el depósito de la fe.
En estos momentos en los que estamos llamados a reflexionar sobre la sinodalidad de la Iglesia, tenemos en estos mártires el mejor ejemplo de este «caminar juntos», pues el padre Grande fue martirizado mientras “caminaba hacia su pueblo” (cf. San Óscar Romero, Homilía 14 marzo 1977). Eso es lo que cada uno de ustedes, obispos, sacerdotes y agentes pastorales, piden hoy al Señor, ser como ese “sacerdote —Rutilio— con sus campesinos —los beatos Manuel y Nelson—, siempre de camino hacia su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos” (cf. ibíd). Ese mismo mensaje aparece en una homilía del padre Rutilio, cuando dice que este caminar juntos no puede conformarse con un “pasear” para conocer cosas nuevas, no es un pasear. No. Un pasear al santo en una imagen de devoción, por ejemplo, sino que implica, sobre todo, asumir el testimonio de la fe, la esperanza, el amor que este santo nos dejó en su vida.
El mensaje de estos mártires nos llama a identificarnos con su pasión que, como hemos dicho, es la actualización de la pasión de Cristo en el momento presente, abrazando la cruz que el Señor nos ofrece a cada uno personalmente. Y este proyecto de camino, de camino espiritual, de oración, de lucha, a veces tiene que tomar la forma de la denuncia, de la protesta, no política, nunca, evangélica siempre. Mientras haya injusticias, mientras no se escuchen los reclamos justos de la gente, mientras en un país se estén dando signos de no madurez en el camino de plenitud del Pueblo de Dios, ahí tiene que estar nuestra voz contra el mal, contra la tibieza en la Iglesia, contra todo aquello que nos aparta de la dignidad humana y de la predicación del Evangelio.
La cruz de Jesús es la cruz de todos y es la cruz de la Iglesia como cuerpo de Cristo, que lo sigue hasta el sacrificio. Animémonos unos a otros, pensemos en aquellos que están en dificultad en nuestro pueblo: los más pobres, los presos, los que no les alcanza para vivir, los enfermos, los descartados. Y agradezcamos a Dios el poder caminar con la fuerza de la fe para servir a nuestro pueblo. Que Dios los bendiga y que la Virgen los cuide. Gracias.
Fuente: Vatican.va