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Nadie dijo que fuera fácil. Nadie prometió un camino de rosas, un sentimiento siempre festivo, la convicción sin muescas, o una fe pujante. Solo una pregunta, «¿podéis beber mi cáliz?» como la que hizo Jesús a los Zebedeos cuando estos andaban más pendientes de primeros puestos que de las consecuencias del evangelio en su vida. Y sigue siendo difícil, también hoy. Quizás las dificultades son otras, los retos otros, las condiciones distintas a las de otras épocas. Pero lo cierto es que seguir a Jesús, reconocerse creyente hoy, intentar vivir en consecuencia… todo eso tiene sus costes y sus retos. Con esta breve afirmación –nadie dijo que fuera fácil– arranca una serie con la que en las próximas semanas iremos viendo aspectos de esa dificultad contemporánea. Motivos que hacen que vivir la fe se le ponga, a mucha gente, cuesta arriba. Motivos que llevan a una deserción más o menos constante y más o menos silenciosa, de quienes piensan que se vive mejor sin Dios, sin Iglesia, sin evangelio.

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