Queridos Reyes Magos, se acerca el tiempo de escribiros y pediros aquello tan especial que solo vosotros podéis regalar. No es una carta sin más, así que sí, me he tomado tiempo para meditarlo, para dejarlo reposar, para escuchar y aquí estoy abriendo de nuevo la puerta a la luz y la esperanza.
¡Qué año 2020! Ni imaginarlo podíamos cuando, por allá por diciembre de 2019 os escribía mi anterior carta. Tantos proyectos que tenía en mente, tantos deseos en el corazón, tantos planes por hacer realidad… y qué revés nos hemos llevado. Y, sin embargo, algo mucho más profundo ha ido emergiendo entre las ruinas de los anhelos rotos, de los viajes perdidos, de las intenciones que se esfumaron… Y es que quizá necesitamos estos tiempos de crisis, de soledad sobrevenida, de confinamiento interno, de freno forzado y forzoso, para darnos cuenta de lo esencial. Para darnos cuenta de la riqueza de las pequeñas cosas, de lo importancia de los detalles, de las cosas prescindibles y de las imprescindibles. Quizá fue necesario para darnos cuenta de que no se pueden aplazar los abrazos, ni posponer los «te quiero», ni retrasar las caricias, esas que entonamos con nuestra mejor palabra o tejemos con nuestro mejor gesto. Quizá ha sido necesario este tiempo de meses conviviendo conmigo misma, en soledad, con el único contacto humano de unos aplausos a las ocho de la noche y unas cuantas palabras con mis vecinos lanzadas de balcón en balcón, para aprender a entrenar la espera, para recordar que la vida tiene tiempos y para darme cuenta de la necesidad de recuperar el largo plazo y el «chup chup» del dejar hacer.
Y eso quería pediros hoy, queridos Reyes Magos.
A ti, Melchor, tráenos junto a tu oro, la capacidad de saber reconocer dónde está la verdadera riqueza. De percibir la riqueza del prójimo, la riqueza de la fraternidad. Que seamos capaces de descubrir en el otro el regalo de Dios para nuestra vida en cada momento concreto… Y transmite mi agradecimiento al Niño por cuantos me sostuvieron en mi soledad.
A ti, Gaspar, quería pedirte que nos des, junto a tu incienso, la capacidad de saber descubrir lo divino que se encuentra –y a veces se esconde– en la humanidad. Que sepamos encontrar a Dios en todo y en todos… Transmite también mi agradecimiento al Niño Dios por su presencia en mí acompañándome tanto, tanto, durante este tiempo.
Finalmente, a ti Baltasar, te pediría que, junto a tu mirra, que nos regales la capacidad de reconocer la realidad sufriente más allá de la propia. Además de la sabiduría y la valentía para responder a este impulso de más amar y servir en medio de los padecimientos de la humanidad, tan cercanos a veces…
¡Y por cierto! queridos Reyes Magos, que ya estáis de camino siguiendo la estrella, no os olvidéis también, al llegar, de dejarme de nuevo, como cada año, las instrucciones necesarias para poder seguirla también yo. Hoy y siempre.
¡Gracias! Que tengáis buen viaje y ¡hasta pronto!
Fuente: Pastoral SJ