Queridos Reyes Magos: Este año no es fácil escribir esta carta, la situación que nos envuelve hace difícil pedir algo más que la salud para todos aquellos que carecen de ella, la esperanza para quién está envuelto en la sombra y las oportunidades para quienes ven truncadas sus expectativas de desarrollo.
Seguro que muchos os han escrito pidiéndoos estos dones, sed generosos que nos hacen mucha falta. Pero yo os quiero pedir otra cosa. No os pido los peces sino la caña. Os pido sanadores que siembren esperanza y promuevan el desarrollo de los hombres y mujeres. Os pido, queridos reyes, vocacionados para nuestro hoy.
- Amigo, Melchor, tus canas habrás visto tantas formas de sufrimiento, tantas heridas abiertas, tantas infecciones que curar, que no podrás negarte a traernos jóvenes dispuestos a tocar la realidad sufriente; a poner paz en la confrontación; salud en la enfermedad física, psicológica o espiritual. Médicos, enfermeros y asistentes del alma y del cuerpo, al modo del Niño que ha venido a curar el mundo.
- Habiendo recorrido tantos caminos no puedes obviar la necesidad de devolver a las hombres la capacidad de alzar la mirada a las estrellas, de soñar con un futuro mejor, de anhelar una vida más plena, de tener esperanza. Por eso, Gaspar, seguro que encuentras espacio en tus alforjas para traernos hombres y mujeres capaces de esparcir entre las sombras las semillas de la Luz que es capaz de iluminar toda oscuridad, al modo de María qué espero anhelante la llegada de Jesús.
- Baltasar, mi rey favorito, dos mil años después seguimos catalogando a las personas por su color, su clase social o su historia personal. Regálanos corazones generosos y comprometidos con la promoción de la dignidad humana. Corazones vivificados en la sonrisa universal del Niño Jesús, dispuestos a contribuir a mejorar la vida de los demás. Constructores activos de condiciones más dignas de empleo, educación y salud. Jóvenes dispuestos a reconocer en cualquier persona la presencia del Hijo de Dios.
Al escribiros me miro en el espejo y ya que vuestra generosidad es de sobra conocida, os pido también que nos ayudéis a los que ya estamos en ese camino y quizás no vivimos con el vigor que deberíamos nuestra llamada.
Si os queda hueco en vuestra caravana de regalos, traednos unos cuantos paquetes de fe despierta y acogedora. No pocas veces nuestra fe se queda para nosotros, en lo que ya sabemos, en el calor de la costumbre y la rutina. Enviarnos ganas de seguir amando, pensando y anunciando el Evangelio que se encarna en un pesebre para poner lo pequeño en el centro, para darse a todos, y para abrir el camino a Dios desde nuestra misma naturaleza humana.
No nos vendría mal tampoco algunas dosis de esperanza contagiosa, aquella que, como la risa del Niño adorado, va despertando nuevas sonrisas en cuantos abren el corazón. En demasiadas ocasiones caemos en el pesimismo, nos asolan las preocupaciones ante la situación del mundo, de la Iglesia, del futuro, de nuestra propia vocación. Unas gotas de esperanza auténtica pueden reavivar nuestro corazón, movernos a contagiar a otros y ser así una corriente de esperanza que reavive el mundo.
Y ya que estaréis tomando nota de estas peticiones, pues me atrevo a pedir un poco más, porque todo esto no nos serviría de nada si no nos dejáis el regalo del amor que se da. Un amor que se reparte y comparte, que suscita el cuidado y la entrega, que ánima cada acción, cada oración, cada palabra, cada pensamiento. Un amor capaz de calentar el pesebre desde la cuna y que enardecerá nuestra vocación para amar vivamente y romper toda tentación de encerrarnos en nosotros mismos.
Después de pedir tanto y para tantos, desearos que nunca os cansáis de ser el eco de la ilusión que nació en Belén y quiere nacer en el pesebre de nuestros corazones. Este año necesitamos especialmente vuestros dones para reedificar un mundo que se nos está deshaciendo en las manos. Traednos la luz que tomasteis en Belén y algún que otro carbón para recordarnos aquello que tenemos que mejorar.
Mientras tanto por aquí os esperamos con la emoción que sostiene nuestros ojos en duermevela cada 5 de enero, gracias por recordarnos una vez más que volver a mirar desde nuestros ojos de niños nos hace ver la belleza de lo invisible.
Se os quiere y se os necesita, no os olvidéis de nosotros.
Un abrazo fuerte,
Fuente: Pastoral SJ