¿Qué aprendiste durante el confinamiento? Una de las preguntas que mas hemos escuchado en estos meses y tiempos extraños. Y, probablemente, una de las más vacías.
Las respuestas más habituales van desde recetas increíbles a instrumentos, posturas de yoga, meditación, idiomas…
Nos dedicamos mucho tiempo. No nos quedaba otra. Y a muchos nos vino incluso bien parar, escucharnos, conocernos. Sin duda y en muchos casos, hubo un tiempo para el autocuidado.
Sin embargo, o precisamente por eso mismo, ahora que hemos abierto de nuevo las puertas y que salimos supuestamente renovados a una nueva normalidad, la sensación es de no haber aprendido mucho como sociedad.
Si bien han sido muchas las muestras de responsabilidad ciudadana, lo están siendo igualmente las de irresponsabilidad. Y si bien nos hemos volcado en cuidarnos a nosotros mismos, los titulares nos escupen que, con motivo de la pandemia, hubo muchos mayores que no fueron asistidos por sus familiares, quienes ni siquiera les llamaron por teléfono.
Leemos que la COVID-19 está aumentando las solicitudes de ancianos para desheredar a sus hijos. Quizás en un último intento, casi desesperado, de recuperar su atención. Quizás, realmente, llenos de desilusión, marcados por una tremenda decepción y despojados del vínculo que debería ser el más fuerte, el mayor apoyo.
Aterra pensar que la nueva normalidad es esta en la que nos creemos autónomos como individuos, en la que nos olvidamos de dónde venimos, en la que desechamos lo que no nos aporta beneficio inmediato y sacamos de nuestra vida, precisamente, a quienes dieron su juventud, sus desvelos y sus sueños por ella.
Merece la pena revisarnos. Pero ya no a nosotros mismos, que parece que ya hemos tenido suficiente, sino como comunidad. Levantar la vista del ombligo, de las redes sociales, del espejo. Mirar a quien vive conmigo, a quien está cerca y a quien tenemos lejos. Y como familia, preguntarnos: ¿qué hemos aprendido durante el confinamiento?
Fuente: Pastoral SJ