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Editorial UCA
01/03/2021

Luego de las elecciones legislativas y municipales, es necesario hablar del futuro. El último año y medio de la dinámica estatal se caracterizó por el permanente conflicto entre los poderes y sistemas de control republicano. Para destruir a los partidos tradicionales, el Ejecutivo irrespetó de palabra y de obra las decisiones de cualquier institución pública que no tuviera controlada. La Asamblea Legislativa, la Sala de lo Constitucional, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, la Corte de Cuentas y el Tribunal Supremo Electoral fueron fuertemente hostigadas, sus leyes vetadas, sus sentencias incumplidas, sus resoluciones ignoradas. Cualquier crítica al quehacer público por parte de la ciudadanía, los medios de comunicación o la sociedad civil se convertía automáticamente, a los ojos del Ejecutivo, en una ofensa y en parte de una amplia conspiración para impedir el buen funcionamiento del Gobierno.

Hoy se contemplan dos posibles escenarios: o inicia una lucha todavía más dura y despiadada por el control absoluto de todos los mecanismos de poder, o arranca una etapa tranquila con un Gobierno que ya no estará en minoría y falto de poder. Muchos piensan que se impondrá el primer escenario. Si Nuevas Ideas y Nayib Bukele toman ese rumbo, harán un profundo daño a la convivencia social y al país en su conjunto. El exceso de poder sin control, además de estar reñido con la democracia, tiende a corromper no solo a nivel económico, sino también en el terreno de las ideas, la ética y los derechos humanos. Una corrupción que podría extenderse rápidamente a nuestra sociedad, en la que perviven elementos culturales violentos y autoritarios, y donde la ley y la trampa han convivido en armonía. Convertir la política en el dominio total y prepotente de los más fuertes, eliminando cualquier discusión sana sobre proyectos de largo plazo para el bien común, solo llevará al fracaso nacional. Creer que El Salvador puede desarrollarse desde un autoritarismo sin diálogo es no conocer su historia.

Hay menos incentivos para inclinarse por el diálogo cuando el triunfo electoral es masivo y viene precedido de agresividad y fuertes tensiones personales e institucionales, pero es siempre la apuesta más inteligente. Para El Salvador, optar por una democracia inclusiva y respetuosa de las leyes y estándares internacionales de derechos humanos sería indudablemente lo mejor. El filósofo griego Aristóteles, iniciador de la ciencia política, decía que la democracia, con su organización social y sus instituciones, tiene como fuente la amistad. El papa Francisco insiste en la “amistad social” como base de una sociedad solidaria y justa. Sin embargo, la amistad no florece entre insultos y respuestas agresivas ante cualquier reclamo de derechos. En manos de Nuevas Ideas y su liderazgo está darle un nuevo rumbo al país. Si el partido utiliza la cuota de poder obtenida para nombrar a funcionarios decentes, libres e independientes en las elecciones de segundo grado; si impulsa reformas estructurales en los sistemas fiscal, de pensiones, de salud y educativo, el futuro puede ser incluso prometedor. Para ello, tendrá que aprender a escuchar y a dialogar con seriedad con todos los sectores. Lo contrario podría llevar al país a una especie dictadura.