Skip to main content

P. Ismael Moreno, S.J., reflexiona en este escrito sobre el pontificado de Francisco en un contexto de ebullición social a escala global. Recuerda, también, su espiritu de reforma, de escucha, de apertura con las periferias y el legado que dejó a América Latina y a Centroamérica.

 

El Papa Francisco murió la mañana del 21 de abril de 2025 a sus 88 años, después de 12 años de pontificado y un legado espiritual, político, social y humano que ha marcado la vida de la iglesia y de toda la humanidad que creyó en un proyecto apostólico al servicio de los «descartados», de las víctimas de las guerras, de los migrantes, de los oprimidos. Un Papa que se acercó a la juventud y les pidió «hacer lío» e ir contracorriente en un mundo cada vez más indiviualista. Compartimos esta reflexión escrita previo a su muerte, destacando el caminar de Francisco y las tareas que deja su trabajo apostólico en 12 años de muchas crisis mundiales.

Cuando el Papa Francisco cumple 88 años de edad y 12 años de pontificado, millones de personas han experimentado la dimensión de misericordia esencial en la misión evangelizadora de la Iglesia, porque es la dimensión del Evangelio. Muchísima gente regresó, volvió a mirar y a acercarse a la Iglesia y ha vuelto a creer en ella a la que experimentaron no solo distante, sino fría, calculadora e implacable y hasta cruel con quienes se salen de la ortodoxia.

Francisco también es el papa de la reforma, es quien más ha actualizado en la Iglesia los documentos y el espíritu del Vaticano Segundo. Del papa San Juan XXIII –el papa bueno– se dice que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrasen los aires de la sociedad, y así la Iglesia pudiera dialogar con la humanidad. De Francisco se puede decir que ha abierto las ventanas y todas las puertas de la Iglesia no solo para que entren los aires de la sociedad, sino para que la Iglesia salga a las calles, al encuentro con una sociedad cada vez más escéptica, más compleja, más pluralista. Y metida a fondo en la sociedad, la Iglesia adquiera capacidad y testimonio para comunicar la Buena Noticia desde las periferias, desde la gente que se ha quedado en los márgenes de la sociedad, desde la gente que ha sido desechada, “descartada” por una sociedad atrapada en una economía productora de injusticias y desigualdades.

Francisco es un auténtico reformador de las estructuras de la iglesia, y en doce años se ha dedicado a recuperar la verdadera dimensión comunitaria de la Iglesia, no sin notables y férreas resistencias de parte de altas jerarquías que adversan y han llegado a convertirse en enemigas del mensaje y propuestas del papa. Francisco está animando a toda la iglesia a recuperar su poder originario que reside en la comunidad de fieles, porque a lo largo de muchísimos años, esa realidad originaria ha sido sustituida por la institución en tanto dimensión visible. Las reformas al interior de la Iglesia buscan no solo hacer cambios en la institución, sino retornar a esa comunidad de fieles como realidad originaria y esencial de la Iglesia.

La institución eclesiástica ha centrado en sí misma el poder y ha relegado a la comunidad de fieles. Con Francisco lo que se ha iniciado es un proceso de reformas al interior de la Iglesia que busca no solo hacer cambios en la institución, sino retornar a la comunidad de fieles como poder originario, como realidad originaria y esencial de la Iglesia. Sin este retorno a esa realidad originaria, todas las reformas institucionales serán pasajeras y al final volverán a reforzar un poder que sustituye a la comunidad.

Hemos de aceptar que Francisco llegó al papado en el momento seguramente de mayor crisis de la Iglesia, al menos del último siglo. Nunca como en este tiempo había caído tanto el catolicismo en el mundo así como la credibilidad en sus más bajos niveles de la imagen de la Iglesia, especialmente por los escándalos de la pedofilia. De igual manera, Francisco es elegido en un momento en que la corrupción, la desviación y lavado de dinero, finanzas oscuras y en general una tendencia de luchas miserables por el poder y dineros había invadido a importantes esferas dentro de la curia vaticana.

¿Qué ha hecho Francisco? Se ha acercado a la vida, necesidades, alegrías, sueños y angustias de los pueblos. Ha destacado la dimensión pastoral de la Iglesia. Está dando respuestas pastorales de misericordia y no tanto doctrinales ante lo que aqueja a tanta gente. Ha reintroducido en la agenda eclesial temas que estaban desaparecidos, como el tema de la justicia social, opción por los pobres, las temáticas sexuales. Recupera la actitud y el espíritu del Vaticano Segundo han sido divisas de la misión apostólica de Francisco.

Francisco ha unido la palabra con los hechos. Está haciendo grandes cambios, y ha logrado recuperar la credibilidad de la Iglesia ante amplios sectores de la sociedad que habían dejado de creer en ella. Francisco ha despertado las esperanzas perdidas de muchísimas personas, y se ha constituido en la persona con más simpatía y exigencia que existe en el planeta y con una palabra que está en plena sintonía con la tradición y la dimensión profética de la iglesia. Francisco es el gran profeta de nuestros tiempos. Basta leer su Encíclica “laudato si” para saber que en él no hay realidades distintas, que lo humano, lo ambiental y lo divino son una misma realidad. La defensa de los oprimidos, la defensa de la madre tierra y la búsqueda de la gloria de Dios es un único compromiso cristiano.

Francisco está impulsando reformas, transformaciones proféticas y muchas de sus reformas todavía no han llegado hasta abajo. Siguen muchas diócesis y parroquias como si el papa no hubiese dicho nada, como si no existiera. El papa Francisco ha dicho que las diócesis, que las parroquias no deben ser aduanas, que ponen tantas trabas, requisitos a la gente que hace muy complicado la administración de los sacramentos. La Iglesia debe facilitar el acceso de los sacramentos a toda la gente. Sin embargo, muchas diócesis y parroquias siguen ancladas en sus requisitos burocráticos como si nunca hubiesen oído las palabras del papa Francisco.

Algunos piensan que Francisco está muy solo, y que eso podría estar en la base para que se tarde la implementación de sus reformas. Y no pocos con poder en el Vaticano están empujando para paralizar y echar marcha atrás a dichas reformas, porque así como Francisco tiene enormes simpatías, así tiene detractores activos y militantes. Una señal de su identidad profética. Él necesita construir una estructura que lo fortalezca. Recordemos que Jesús dijo que nadie es profeta en su tierra.

Desde las comunidades, desde la base nos toca ser los pies y los brazos de Francisco, y hemos de apoyarlo para que no solo no se sienta solo, sino que se sienta fortalecido por nosotros, por las diócesis, las parroquias y la feligresía. El papa Francisco necesita de nosotros, él está siendo atacado por sectores muy poderosos conservadores, y hasta se dice que podrían existir planes para asesinarlo, como ha ocurrido con los grandes profetas, como Monseñor Romero. No en vano Francisco ha encontrado una gran inspiración en la vida y palabra de San Óscar Romero, mártir y santo de los pobres.

Tres tareas, entre muchas

El papa Francisco, a lo largo de su pontificado, ha acentuado preocupaciones universales, de las cuales acentuamos en esta ocasión tres grandes temas que para nosotros son tres grandes tareas para el año 2025.

Primera tarea: que la Iglesia sea Iglesia de los pobres y para los pobres, es decir que su misión se identifique con quienes son “descartados” por el sistema. Una Iglesia identificada con las víctimas de este mundo; que predique con el ejemplo desde la austeridad, la solidaridad y el desprendimiento; que denuncie un mundo basado en la codicia y el afán de poseer por encima de la dignidad humana, y que ilumine hacia caminos que tengan a la persona como el fin supremo y en plena armonía con la naturaleza. Esto supone, de acuerdo con el Papa salir al encuentro de las víctimas y caminar junto a ellas para que dejen de serlo.

Caminar con los migrantes en los diversos corredores establecidos por ellos como el paso tantas veces mortal de África a Europa, o el recorrido de la llamada frontera vertical de Centroamérica y el largo y difícil trayecto del territorio mexicano, o el recorrido de poblaciones que cruzan el océano viniendo de África y se juntan con los suramericanos y les toca cruzar el amenazante tapón del Darién, y que tras cruzarlo se encuentran con las extorsiones delincuenciales y de agentes del Estado, especialmente cuando cruzan territorio hondureño. Caminar junto a las poblaciones migrantes y los que son víctimas de los desplazamientos forzados por el control de territorios para negocios por parte de empresas extractivas, o por la violencia y amenazas del narcotráfico, es el modo eclesial de encarnar la opción preferencial por los pobres en este segmento del siglo veintiuno.

Segunda tarea: la defensa, cuidado y protección de la naturaleza y de todos sus bienes. El Papa llama a nuestro planeta, “nuestra casa común”. Para la humanidad esta temática dicha por el máximo responsable de la Iglesia es una auténtica buena noticia, porque ofrece la oportunidad real de denunciar a países ricos y a multinacionales que, con sus aliados internos en cada uno de los países empobrecidos, se afanan en convertir todo lo que es riqueza natural en negocios y en dinero, y junto con la industria extractiva se convierten en tareas eclesiales, y no solo luchas marginales de unas cuantas personas. Defender el agua y a quienes defienden los ríos así como proteger los bosques y luchar en contra de las legislaciones que buscan legalizar la depredación y explotación indiscriminada de los bienes naturales por parte de las multinacionales. No queda ninguna duda: Francisco emergió y se sitúa en la dimensión social de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Tercera tarea: lucha por la paz en un mundo atrapado en ambientes de violencia, tarea que se acentúa con la guerra en Ucrania. Francisco es el heraldo de la lucha por la paz, es la voz persistente en una guerra como la de Ucrania en donde los corazones de los grandes líderes de los países ricos están endurecidos. Luchar por la paz se ha de expresar en la lucha por contrarrestar los factores dinamizadores de la violencia y la inseguridad, como el modelo económico y la conformación de estructuras de poder que han usado el Estado y sus bienes para sus intereses particulares, como ocurre en Honduras, Centroamérica y México. Luchar por la paz es luchar por una legislación agraria que transforme la actual tenencia de la tierra; es definir nuevas coordenadas fiscales que aseguren que la gente tribute al Estado conforme a sus ingresos, ganancias y propiedades; luchar por la paz significa desactivar todos los factores que dinamizan la brecha entre ricos y pobres, la corrupción e impunidad.

 

“Recen por mí”

Con el Papa Francisco se ha mostrado el rostro humilde de la Iglesia. “Recen por mi”, insiste Francisco, y la gente siente que lo dice desde la hondura de su corazón. No son palabras, son necesidades profundas de un Papa que se ha llamado a sí mismo pecador. Cuando hizo la visita al Congreso de los Estados Unidos se llamó a sí mismo un inmigrante y por eso hacía suyos los sentimientos y angustias de la población que llegó a tierra estadunidense para mejorar su situación, y hoy es tratada con discriminación. «Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes», les dijo a los congresistas, muchos de los cuales se han opuesto férreamente a una legislación de respeto y dignidad para la población inmigrante.

“Tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados», les recordó el Papa a los políticos de Estados Unidos, mientras también les decía que la economía no podía ponerse por encima de la dignidad humana, ni mucho menos poner el poder y la fuerza al servicio de la dominación de los pueblos. “No al tráfico de armas”, dijo con fuerza a los máximos dirigentes políticos de los Estados Unidos, mucho antes de que se desatara la guerra en Ucrania en donde el gobierno de los Estados Unidos ha comprometido enormes recursos en armas para apoyar una guerra que, como lo dice Francisco, es la tercera guerra en pedacitos.

La palabra de Francisco adquiere mayor peso porque está acreditada con el ejemplo, porque se sostiene en su reconocimiento de que en la Iglesia hay pecado, y hay necesidad de conversión y de cambios profundos. El Papa Francisco se ha acercado a la vida, necesidades, alegrías, sueños y angustias de los pueblos. Esto lo dejó patente en sus viajes, como los realizados a Cuba y a Estados Unidos. Ha destacado la dimensión pastoral de la Iglesia. Está dando respuestas pastorales de misericordia y no tanto doctrinales ante lo que aqueja a tanta gente.

Desde las comunidades, desde la base nos toca ser los pies y los brazos de Francisco, y hemos de apoyarlo para que no solo no se sienta solo, sino que se sienta fortalecido por nosotros, las parroquias y la feligresía. El papa Francisco necesita de nosotros, él está siendo atacado por sectores conservadores muy poderosos, como ha ocurrido con los grandes profetas, como San Óscar Romero. Nosotros tenemos que impulsar en nuestras parroquias la dimensión profética de Francisco. Leer y estudiar sus escritos, saber divulgar sus palabras. Ser su garganta, sus micrófonos. Y no dejarnos atrapar por los falsos aduladores que existen a muchos niveles, que dicen ser seguidores de sus palabras, pero con sus gestos, prácticas y compromisos, lo niegan.

Francisco y la ternura de su misión

Es cierto que Francisco es un aire muy fresco en una Iglesia que mantuvo mucho tiempo sus puertas cerradas, viéndose a sí misma, contemplándose, viendo pasar lo que estaba ocurriendo en el mundo sin implicarse más que para aliarse con los poderes. Es cierto que Francisco ha hecho historia en doce años de pontificado, y ha despertado simpatías en toda la sociedad, incluso entre sectores que no solo se alejaron de la Iglesia, sino que han renegado de ella y han vivido confrontados. Es cierto, todo eso, sin embargo, nada de todo eso es todavía una realidad segura mientras los que tienen responsabilidades dentro de la estructura de la Iglesia no sigan el ejemplo de Francisco y realicen transformaciones directas en sus diócesis, mientras no haya cambios reales en la práctica pastoral de diócesis y mientras sus más cercanos colaboradores pasen del aplauso a los cambios personales.

Los signos evidentes de que las palabras, los gestos y decisiones de Francisco comienzan a ser realidad, se verán en el comportamiento y relación que los grupos de poder tengan con las jerarquías nacionales. Hay jerarcas católicos que mantienen una crítica muy general a los problemas de la sociedad, cuestionan y rechazan la corrupción y la injusticia. Sin embargo, su relación con los que sostienen los poderes injustos y corruptos es de mucha cercanía, y de constantes alabanzas y elogios mutuos. Hay jerarcas de nuestra Iglesia muy finos para rechazar el mal del mundo, pero igualmente finos en el trato cercano con los altos responsables de la política y la economía. Las críticas a los Estados que hacen daño a los pobres son muy notables, pero igualmente notable es la cercanía con altos militares, y en no pocas ocasiones aparecen en liturgias públicas profundamente unidos y en estrecho abrazo de compadrazgo con quienes tienen notables historias de dudosos compromisos con hechos delictivos, criminales y corruptos.

Cuando esta relación entre los pastores nacionales o locales de la Iglesia con quienes tienen poder en el país comience a ser incómoda, entonces podemos comenzar a pensar que los sueños de Francisco van haciéndose realidad.  Cuando los grandes políticos y altísimos empresarios comiencen a ver con malos ojos a un obispo o cardenal por lo que dice y hace, cuando comiencen a decir que están equivocados y que están confundiendo a la gente por lo que hacen y dicen, entonces, podemos experimentar que las transformaciones que promueve Francisco comienzan a pasar del aplauso a los compromisos concretos. Cuando los pastores de la Iglesia comiencen a ser vistos con desconfianza por parte de quienes detentan el poder, y cuando comiencen a recibir menos invitaciones a bendiciones públicas por temor a que los pastores les digan las verdades en público y de manera directa, entonces, el proyecto eclesial de Francisco ya está poniéndose en marcha.

Cuando los pastores de la Iglesia sean sentidos como cercanos y amables por la gente sencilla, cuando su presencia sea experimentada como buena noticia por los pobres, tanto de la Iglesia como de toda la sociedad, entonces aquello de que los “pastores huelan a oveja”, que pide Francisco, comenzará a hacerse vida y realidad. Cuando la Iglesia en todas partes sea signo de diálogo desde su opción preferencial por los pobres, y desde ellos defienda la vida amenazada por la explotación de los bienes de la naturaleza, y cuando defienda a las mujeres y a los niños y niñas amenazados, cuando los pastores hablan en nombre de las víctimas y las defiendan ante las autoridades, corriendo el riesgo de sufrir persecución, entonces el llamado de Francisco a que la Iglesia se sitúe desde las periferias, comenzará a encarnarse en nuestra historia.  Para que esto sea una realidad, falta mucho camino por andar, mucha oración para que los corazones de nuestros pastores se abran al Espíritu y mucha exigencia por parte del mismo papa Francisco.

El Papa Francisco realizó el rito del lavatorio de pies en la cárcel de Civitavecchia, en Roma, en 2022. Foto: Vatican Media.

Doce años de pontificado de Francisco ha significado una presencia de aires nuevos en la Iglesia, signos de cercanía y de solidaridad con las víctimas de la destrucción ecológica, con el sistema productor de desigualdades, el patriarcado, los abusos sexuales y las guerras, particularmente en la agresión a Ucrania. Son signos que van a ser vida y alcanzarán expresiones institucionales cuando ya no los realice solo Francisco y sus colaboradores cercanos, sino cuando todos los cardenales, todos los obispos, todos los párrocos y sacerdotes, y esa vida lo hagan vida y los transmitan a todas las estructuras eclesiales y laicales de nuestra Iglesia. Es muy bonito que Francisco ha unido la crítica y la exigencia de cambios a la sociedad con los cambios al interior de la Iglesia.

Francisco ha dicho que la figura y el papel del papa deben estar menos centralizados. Si demanda que la Iglesia entera deba descentralizarse, Francisco comienza por su propio papel. Cuando habla de que los gobiernos y políticos estén atentos al bien común, también pide que la Iglesia se descentralice, que salga de sí misma, de sus encierros y que sea una Iglesia de puertas abiertas. Cuando Francisco habla de una economía que debe romper con la inequidad y abrirse a la solidaridad y al bien común, igualmente pide que la Iglesia sea Iglesia de los pobres y para los pobres, y que siendo seguidora de Jesucristo, los pobres sean el centro de su misión.

La presencia de Francisco en la vida de la Iglesia y de la sociedad está íntimamente asociada a pobreza y austeridad, a la solidaridad y al cuidado de la naturaleza, y su modo de vivir y de hablar son un claro cuestionamiento a los báculos y mitras distantes de la humildad y la sencillez. Francisco ha hablado con el ejemplo. Abordó el complejo tema del delito de pedofilia por el que se ha acusado fuertemente a pastores y ministros de la Iglesia. Y Francisco ha abierto las puertas para que quede claro que se puede ser benévolo con el pecador, pero no se puede tapar a quien delinque, sin ser cómplice del mismo delito. Habló de que la Iglesia debe ser de los pobres, para los pobres y debe ser austera, y suspendió a un obispo que dio señales escandalosas de despilfarro y lujo en la construcción de una catedral en Alemania. Cuestionó el maltrato a los migrantes, y ha estado especialmente cerca con su presencia y su palabra a los migrantes, desplazados y refugiados, como ha ocurrido con los africanos más discriminados.

Francisco ha expresado que la solidaridad ha de ser una de las divisas de la Iglesia y de todos aquellos que tienen responsabilidades en el ámbito de lo público. Pero la solidaridad no puede confundirse con puros actos caritativos. Por ello, Francisco deja muy en claro que hay que cambiar el sistema que excluye y genera injustica y violencia. Así lo dice en su Exhortación: “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar… Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de males sociales”(Exhortación Alegría del Evangelio, 202).

Por eso mismo, Francisco nos da la clave para saber vivir la solidaridad cristiana, esa misma que brota del misterio de la encarnación. Dios no salva desde arriba; Dios encarna su vida en la humanidad; se hace humanidad en Jesucristo. Por eso la solidaridad no es algo separado de aquello que se busca liberar; es esencialmente una presencia entre quienes se salva. Así lo dice Francisco: “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde.” (O.C. 189)

Celebramos doce años de pontificado de Francisco como un regalo que resultó inesperado. Desde las frías salas de la curia vaticana, nació Francisco como regalo del Espíritu, como una brisa para una Iglesia que hace recordar el ambiente de Nazaret. Francisco no solo huele a oveja. Huele a Evangelio. Y así lo respiramos y sentimos, aunque físicamente lo tengamos lejos. Su cercanía es de otro tipo, es de humanidad y solidaridad, de sencillez y humildad. Es la cercanía que rompe todas las distancias de poder, títulos, cargos, dignidades humanas. Es la cercanía del Evangelio.

Ahora queda la pregunta: cómo sostener la vitalidad de Francisco y su espíritu de fidelidad evangélica mientras avanza su deterioro físico y que advierte un pronto final de su vida terrenal. Francisco ha cumplido su tarea. Toca a los diversos sectores de la Iglesia emprender la tarea de hacer realidad los gestos, las palabras y decisiones de Francisco en cada una de las diócesis, parroquias, instituciones de investigación, de derechos humanos y de comunicación. Y sobre todo emprender las tareas desde las comunidades.

Las tres T de Francisco, vigencias crecientes y exigentes

En el inédito encuentro con representantes de los movimientos populares del mundo, el Papa Francisco dejó en claro las tres T por las cuales articular las luchas sociales en todos los continentes. Hoy nos dedicaremos a citar al Papa.

La primera T es Tierra. Francisco dice con claridad, y citamos textualmente sus palabras: “Me preocupa la erradicación de tantos hermanos campesinos que sufren el desarraigo, y no por guerras o desastres naturales. El acaparamiento de tierras, la desforestación, la apropiación del agua, los agrotóxicos inadecuados, son algunos de los males que arrancan al ser humano de su tierra natal…”

De igual manera, Francisco exhorta a los movimientos populares de todo el mundo a poner el acento de la lucha donde corresponde, y citamos sus palabras: “Sé que algunos de ustedes reclaman una reforma agraria para solucionar alguno de estos problemas, y déjenme decirles que en ciertos países “la reforma agraria es además de una necesidad política, una obligación moral”. No lo digo solo yo, está en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Por favor, sigan con la lucha por la dignidad de la familia rural, por el agua, por la vida y para que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra”.

La segunda T es Techo. Así lo dice textualmente Francisco: “Una casa para cada familia. Hoy hay tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien porque la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van de la mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión comunitaria…Hoy vivimos en inmensas ciudades que se muestran modernas, orgullosas y hasta vanidosas. Ciudades que ofrecen innumerables placeres y bienestar para una minoría feliz… pero se le niega el techo a miles de vecinos y hermanos nuestros, incluso niños…”.

El Papa Francisco deja una tarea a todos los movimientos populares, y aquí va la cita textual: “Sigamos trabajando para que todas las familias tengan una vivienda y para que todos los barrios tengan una infraestructura adecuada, acceso a la educación y a la seguridad en la tenencia”.

La tercera T es Trabajo. Dice literalmente Francisco: “El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima del ser humano…”

La voz del papa Francisco resuena en solidaridad con la clase trabajadora, especialmente esa inmensa mayoría a la que no se le respetan sus derechos laborales: “Todo trabajador, esté o no esté en el sistema formal del trabajo asalariado, tiene derecho a una remuneración digna, a la seguridad social y a una cobertura jubilatoria. Aquí hay cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes, costureros, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de oficios populares que están excluidos de los derechos laborales, que se les niega la posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un ingreso adecuado y estable. Hoy quiero unir mi voz a la suya y acompañarlos en su lucha”.

Tierra, Techo y Trabajo en armonía con la lucha por la paz y el cuidado de la naturaleza, una agenda común básica, ¿podremos convertirla en agenda de lucha para todos los movimientos sociales y populares en Honduras y Centroamérica?

Laudato Sí y nosotros

Esta Encíclica representa una osada incursión de la Iglesia en la humanidad. El asunto de la tierra, del ambiente, no es patrimonio de un grupo de la humanidad, ni se reduce a una cultura o a una religión. Es asunto de toda la humanidad.  “El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros”.(Laudato Si, 95).

 

Rompe el paradigma dominante que entiende a la religión abrazada en sus propias verdades, y en todo caso busca imponerlas a los demás. Esta encíclica asume que la verdad hemos de buscarla y construirla en pleno diálogo entre todos los seres humanos. La Encíclica advierte que como humanidad vamos hacia el despeñadero, hacia una destrucción inevitable. Es por ello un grito, un clamor de emergencia para desacelerar el ritmo de crecimiento y desarrollo para que nos redescubramos como humanidad. “tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo.” (191)

La Encíclica sitúa en una relación íntima la destrucción de la madre tierra con el empobrecimiento de los pueblos. La opción por defender la madre tierra es también una opción por los pobres, “De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»” (48)

La lucha ecológica es igualmente una lucha social, y esto lo logra magistralmente formular la Encíclica: “hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”.

El clamor de la tierra es igualmente el clamor de los pobres, de los pueblos excluidos: “Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos” (53).

La lucha por la defensa de la tierra y la protección de la humanidad, ha de partir de la raíz y no atacar solo los síntomas. En la raíz está el paradigma dominante: “el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador” (108).

La humanidad está conducida por quienes sostienen el paradigma que todo se resuelve desde arriba, desde el poder que controla y domina, desde la producción para el consumismo y no para responder a las necesidades humanas. Es el paradigma que se basa en el crecimiento y la explotación de los bienes de la naturaleza por encima de la capacidad de regeneración de los mismos. Es el paradigma productor de desigualdades, concentración de riquezas en poquísimas manos y en la miseria de millones de seres humanos: “Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora» (109)

Estamos convocados a recuperar la humanidad como lugar de encuentro, de dignidad, de buen vivir.  “El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza. (12)” “La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (13).

¿Quiénes están llamadas a liderar estas transformaciones? ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?” (190). Las transformaciones han de ser conducidas por quienes han sido excluidos, por la juventud y las mujeres, por los pueblos indígenas y las comunidades afectadas por el extractivismo.

El Papa Francisco en su Encíclica, abre puertas: “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle. (205).

Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos. (13). El llamamiento de Francisco es preciso: “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta” (14). “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (21). La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (23)

“Si la actual tendencia continúa –nos recuerda el papa– este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros (24). Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo” (26)

Sigue el Papa con su dramática advertencia: “Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable (30).

“Podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental (36). Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal” (47)

La crítica del Papa Francisco a los responsables del deterioro de la humanidad y del plantea es firme y severa, y la vincula con el Evangelio de Jesucristo: “La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26) (82).

En su encíclica, Francisco clama por volver a la mirada hacia el bien común: “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres” (158).

Recuento: doce años de frutos evangélicos

El Papa Francisco cumplió doce años de pontificado en el marco de una ebullición mundial caracterizada por la guerra, el deterioro y destrucción ambiental, creciente desigualdad social, desplazamientos masivos y migración forzada y el deterioro de la democracia frente al control de los Estados por parte de quienes controlan la militarización, los capitales e inversiones en detrimento de los bienes de la naturaleza y en el marco de fuertes cercos mediáticos. A sus años y con dolencias encima, muy propio de su edad, Francisco llama con terquedad y ardor al diálogo por la paz ante los gobiernos, los organismos multilaterales y ante los medios de comunicación. De ahí que no es improvisado que sea llamado como el apóstol de la paz, pero una paz acompañada de justicia y dignidad.

Francisco asumió el pontificado en un contexto de descrédito de la Iglesia, abusos sexuales por un notable número de clérigos y por la distancia establecida ante la irrupción de diversos movimientos de género y sexualidad que demandan y exigen diálogo con una Iglesia que se había cerrado ante estos signos de los tiempos. Cuando parecía que el escepticismo de amplios sectores de la sociedad crecía, surge Francisco y llama a la Iglesia a abrir puertas y ventanas y salir a la calle en búsqueda de una sociedad con la que se ha de dialogar y debatir los grandes temas que impactan y afectan a la sociedad, especialmente a las mayorías oprimidas y “descartadas”.

Francisco se ha destacado por salir al encuentro con la sociedad. Y ha dicho palabras de aliento y esperanza a los sectores excluidos. Ha hablado y ha sabido escuchar a las juventudes, a los movimientos populares, a los pueblos indígenas y originarios, a las mujeres, a los defensores de derechos humanos, a los políticos y empresarios. A cada uno ha dirigido sus palabras y ha llamado al compromiso por la transformación de las estructuras sociales. En su Encíclica “Evangelii Gaudium” ha llamado a la Iglesia y a los presbíteros a un compromiso por una pastoral de puertas abiertas, a que las parroquias dejen de ser aduanas y a recuperar la alegría del Evangelio en la transmisión de la evangelización.

Especialmente notable ha sido Francisco en su compromiso con la ecología y el ambiente, y lo dejó palpable en su Encíclica “Laudato Si”, en donde logró armonizar el cuidado de la naturaleza con la opción por los pobres y el compromiso con la justicia. Llamar a cuidar el planeta al que proféticamente llama “nuestra casa común” se convierte en un llamamiento para un compromiso firme de toda la Iglesia, los gobiernos, los partidos políticos, los ambientalistas en general, el empresariado y los movimientos sociales y populares.

Para Centroamérica la presencia y ministerio de Francisco nos ha dejado en estos doce años el regalo de la santificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero y la beatificación del Padre Rutilio Grande, entre otros, como expresiones simbólicas de un reconocimiento oficial  a una Iglesia latinoamericana y centroamericana perseguida, mal vista incluso por jerarquías, comprometida evangelizadoramente con el caminar de su pueblo y que lo selló con la entrega martirial de muchos de sus hijos e hijas.