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Jean-Baptiste Kikwaya, SJ – Provincia de África Central
[De la publicación “Jesuitas 2022 – La Compañía de Jesús en el mundo”]

La ciencia vivida como una apertura a la dimensión espiritual, para entrar en relación con Dios.

Soy astrónomo. Durante una entrevista en la que tratábamos la cuestión de los nombres de jesuitas asignados a algunos cráteres y ciertas formas geográficas de la Luna, la periodista con quien conversaba, en Los Ángeles, me hizo una pregunta que me devolvía no solo a mi identidad de científico, sino sobre todo de jesuita: «¿Por qué hay tantos nombres de jesuitas relacionados con la Luna?». Un periodista católico francés me hacía otra pregunta que reflejaba esa misma curiosidad: «Los jesuitas siempre han estado muy presentes en el campo de la astronomía. ¿Cómo lo explicaría usted?». Lo que se desprende claramente de ambas preguntas es el lazo que existe entre la ciencia y la identidad jesuita. ¿Tiene, un jesuita científico, una manera propia y particular de dedicarse a la ciencia?

No creo que exista una manera especialmente «jesuita» de llevar a cabo las actividades científicas, ni cualquier otra actividad, de hecho. La ciencia tiene sus propios métodos, que es preciso respetar. Pero sí diré, humildemente, que un jesuita tiene una actitud, una disposición interior particular, y que le caracteriza como tal en el ejercicio de su profesión y, por lo tanto, en la ciencia.

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Para responder a la primera pregunta, recordé la realidad y la verdad de la experiencia dentro del acto del conocimiento, sabiendo que ambas trascienden el conocimiento en sí mismo y abren a otras dimensiones de la vida. La experiencia a la que una persona llega a partir de la ciencia y a partir del conocimiento de su fe en Dios, le aporta un cierto sentimiento de comodidad y le provee de razones para vivir. A este nivel, emergen varios puntos de encuentro entre la experiencia del conocimiento de Dios y la del conocimiento científico. En verdad, cuando uno profundiza en el conocimiento de la ciencia y en el de su fe, no se encuentra ya frente a una elección, «o esto o lo otro», sino que las dos actividades le ayudarán a conocer mejor tanto el mundo que le rodea como su propia vida. La experiencia que uno adquiere, ya sea en el campo de la ciencia o en relación con la fe, le permite comprenderse, comprender a los demás y también comprender el mundo. Lo que yo veo en la manera que tiene un jesuita de abordar la ciencia es una apertura a una trascendencia hacia otras dimensiones de la vida.

En cuanto a la presencia de los jesuitas en el campo de la astronomía, aclaré primero que los jesuitas no solo están presentes en la astronomía, sino también en muchos otros campos del conocimiento. Yo creo que esto viene, según explicaba, de la importancia que se otorga dentro de la formación de un jesuita al hecho de «conocer». Pero no solamente en el sentido de estudiar, de adquirir un conocimiento por sí mismo: esto sería demasiado exterior. En la formación de un jesuita, conocer significa, primero y por encima de todo, «vivir con», «ser compañero», «sentir con». Cuando un jesuita ansía conocer a Dios, no trata de estudiarlo desde fuera, lo que busca es entrar en relación con Él, vivir y expresar esa relación. Lo mismo ocurre con cualquier otro campo del conocimiento, desde el hombre hasta el universo. Se trata de un conocimiento que está íntimamente vinculado a una experiencia, la cual, a su vez, lo enriquece. Cabe ahora preguntarse de dónde proviene esta riqueza en la vida de un jesuita.

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Del legado de los Ejercicios Espirituales que san Ignacio nos dejó a nosotros, jesuitas, pero también a la Iglesia y al mundo. En efecto, durante la primera semana de los Ejercicios, san Ignacio invita al ejercitante a experimentar sus pecados y la misericordia de Dios, que le regenera. Una vez recreado, el ejercitante puede responder a la llamada de Jesús, quien le invita a compartir su vida y a seguirle. Pero es imposible escuchar una llamada como esta sin tener un trato frecuente con Jesucristo para conocerle en la intimidad a través de las meditaciones y las contemplaciones y, así, acostumbrarse a «su estilo».

Este trato frecuente tiene lugar dentro de un clima de conversación. El ejercitante no debe intentar acercarse a Jesús de manera «intelectual», considerándolo como una asignatura que debe dominar para poder, después, transmitirla a otros. Se trata más bien de una conversación, en la que se presenta en la verdad de lo que es, con su cultura, su historia, sus conocimientos, sus preguntas. Así, está llamado a «experimentar a Jesucristo», experiencia que puede convertirse en el fundamento de su vida espiritual.

El jesuita, por su parte, organiza su vida a partir de esta experiencia del trato íntimo con Jesús, quien le inspira en todos los proyectos de su vida: su apostolado, sus relaciones con el pueblo de Dios, sus estudios. De esta manera, como científico y jesuita, con el sustento de los Ejercicios Espirituales, lo que me interesa es la experiencia que adquiero en el ejercicio de mi profesión, y que trasciende cualquier conocimiento «exterior» del objeto de mi investigación, así como en los resultados que de ella derivan para situarme en un nivel más global que abraza todos los demás aspectos de la vida: respeto y amor de Dios, del ser humano, del mundo, de la naturaleza, de aquello por lo que me comprometí a ser lo que soy, jesuita y científico. Y esto es precisamente lo que se trasparenta a través de mí para todas las personas que se relacionan conmigo (colegas, estudiantes, fieles de la parroquia, hombres y mujeres de todos lados) o, por lo menos, eso espero.

Fuente: Jesuitas Global

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