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Carta del P. Provincial sobre Dean Brackley 

 

Bahía, 17 Octubre 2011

 

En el día de ayer a las 11,30 del mediodía, después de seis largos meses de lucha contra un agresivo cáncer de páncreas e hígado, entregó su vida al Señor nuestro hermano Joseph Dean Brackely en la comunidad de El Carmen de Santa Tecla. A las dificultades experimentadas en los últimos días para poder superar una obstrucción intestinal, se sumaron otras nuevas que terminaron apagando su corazón. En ese momento estaba con él, además de la Dra. Miny Romero, siempre solidaria en todo el proceso de la enfermedad, los compañeros de Santa Tecla y de varias comunidades de El Salvador.

 

Dean había entrado en la Compañía de Jesús en agosto de 1964. Hizo buena parte de su formación en la Provincia de Nueva York a la que pertenecía y la Teología en la de California, donde le profesaban un especial cariño. Después de trabajar en varios barrios populares de Nueva York, solicitó venir a trabajar a Centroamérica para sustituir a nuestros hermanos asesinados en la UCA de San Salvador. Fue profesor de Teología, especialmente Moral, además de escritor fecundo, acompañante de muchos Ejercitantes, párroco universitario y animador de diversas comunidades rurales en El Salvador.

 

Siempre de complexión delgada en su cuerpo, Dean era un hombre grande en su fe y amor a Jesucristo. Se entregaba con generosidad a las personas para las que trabajaba, a sus alumnos, a los universitarios norteamericanos de la Casa de la Solidaridad a quienes acompañaba, a los hermanos jesuitas con quienes vivió. De un modo especial, profesó un hondo amor a los pobres a quienes siempre buscó y trató de acercarse con humildad colaboradora. En los Estados Unidos y en Centroamérica, día a día seguía las dificultades del mundo entero con gran cercanía a través de los medios de comunicación y vibraba con el sufrimiento de los más sencillos. En medio de los dolores de su enfermedad, siempre nos solicitaba orar más por los enfermos pobres que por él. Era en verdad un hombre bienaventurado por misericordioso y compasivo.

 

Al atardecer de la vida, decía Juan de la Cruz, se nos examinará del amor. Nuestro hermano Dean mostró ser testigo insigne de Quien nos amó primero. Probado en su fe en Dios al final de su vida, no sucumbió al temor o la desesperanza. Mantuvo, como Jesús en la Cruz, su solidaridad con los que sufren mostrándonos así cómo ser contemplativos hasta en la muerte.

Dean, que te conduzcan los ángeles ante el Padre, que te reciban nuestros mártires, para que junto con los Lázaros, pobres en esta tierra, a los que tanto amaste, tengas el descanso del Reino. Descansa en paz.

 

 Un gran abrazo con mis oraciones,  

P. Jesús M. Sariego, SJ.

Provincial