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Esa es, quizás, nuestra raíz y nuestra esencia, nuestra más profunda fuerza, lo que a veces nos rompe, pero otras nos sube al cielo. Podemos amar y ser amados. Vivimos anhelando encuentro, caricia, palabra de comprensión y reconocimiento. Decimos de Dios, del que somos imagen, que es amor. Y cuando miramos alrededor y vemos a los otros, soñamos con vivir desde la cordialidad de unos brazos que se estrechan, unos ojos que se comprenden o unas manos que se enlazan.

«Como el Padre me amó, yo os he amado a vosotros. Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)

Un amor con muchos nombres

Amor 

Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.

(Idea Vilariño)

Fuente: Pastoral SJ