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P. Ismael Moreno, S.J., nos ofrece en este texto un listado de claves para alimentar nuestras esperanzas como cristianas y cristianos en tiempos de miedos, encierros y silencios para seguir trabajando por ser una «Iglesia en salida», como invitó Francisco.

 

1.- Actitud esencial de nuestro tiempo: estar pegados a la gente; no sólo en declaraciones, análisis o en proyectos que tienen como destinatario o argumento a los pobres. Es necesario el signo, el sacramento, el testimonio de vida. Disminuir medios que nos separan y establecer puentes que nos vinculen real y físicamente a la gente. Es necesario recuperar la confianza en la gente más pobre. Vivimos defendiéndonos de los pobres. La pauta que define nuestras relaciones y nuestra actividad en la vida pública es la sospecha hacia los pobres. Estas actitudes, que se argumentan en datos objetivos del aumento de la delincuencia callejera, no son sino expresiones profundas de procesos deshumanizadores cuyo detonante no está en la gente pobre, sino en quienes sostienen el modelo de desigualdades y que concentra riquezas en menos personas. Este tipo de desigualdades y exclusiones constituyen el acto estructural de violencia, y muchas veces nosotros acusamos a las víctimas como si fuesen nuestros enemigos, y respetamos hasta el servilismo a quienes tienen el poder de destruir nuestra dignidad humana. Si nos vamos a equivocar que sea entre la gente.

2.- Actitud de apertura a la gracia de la enseñanza cotidiana de los pobres, que tienen una capacidad impresionante para hacer el bien en medio de múltiples adversidades. Aunque muchos sucumben ante la desesperación, la mayoría de la gente resiste haciendo el bien. Es la población común y corriente la que nos enseña el trabajo humilde y austero, la que guarda enormes reservas de bondad, honradez, trabajo y saben transmitirlo a quienes van detrás de ellos. Son ellos, los pobres, los que mantienen la esperanza en este mundo, en medio de sus sudores y dificultades. Desde condiciones a veces infrahumanas, son los pobres los que hacen avanzar los sueños y las esperanzas de toda la sociedad. Mientras la mayoría de los pobres tienden al bien, los líderes y políticos acaban siempre arrodillados ante la riqueza o el poder. Volver los ojos y el corazón a la gente y establecer una relación de confianza es una actitud sin la cual es imposible que nos abramos hacia la construcción de sociedades compartidas y solidarias y a vivir en plenitud nuestra fe en Jesucristo.

3.- A nosotros los cristianos nos toca reafirmar el sentido de la vida sin evadirla, aun en medio de tantas frustraciones acumuladas. En el recuento de su vida, el escritor latinoamericano Ernesto Sabato, confiesa que «es natural que en un mundo  que anuncia catástrofes y que pone las triunfos en vanalidades, la juventud intente evadirse entregándose  al consumo de drogas. Un problema que los imbéciles pretenden que sea cuestión policial, cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo». Mostrar en estos tiempos de triunfalismos falsos que la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos, es una tarea que nos atañe directamente. Compartir esta hambre por la dignidad y la justicia es la mayor expresión de dignidad y resistencia ante un mundo que se rinde ante el individualismo y ante las salidas rápidas y fáciles a los problemas.

4.- Rescatar la vida y la memoria de los mártires. Son tantas personas que en el todavía reciente y fresco pasado, dieron su vida por su sueño de hacer brotar una sociedad en la que toda su gente comparte las mismas oportunidades y corre por igual los mismos riesgos. Necesitamos rescatar de los escombros de la historia a quienes nos precedieron en la entrega.

5- Salir del encierro de nuestros templos y seguridades eclesiásticas es una actitud muy propia para la iglesia en estos tiempos. “Ser Iglesia en salida”, nos dejó como invitación el papa Francisco. Encerremos cada vez con más seguridades en nuestras estructuras eclesiásticas, nos empobrece, nos enfría. Nos re humanizamos cuando nos abrirnos generosamente a la realidad cotidiana de la gente sencilla. Situar nuestras propias depresiones y crisis particulares en la angustia y sufrimiento de quienes tienen que luchar todos los días para sobrevivir, y alimentarnos de sus pequeñas esperanzas y de sus amistades a prueba de apariencias y compensaciones, es al final de cuentas, una actitud creyente para seguir apostando por la siempre identidad profética de la Iglesia que nació del Espíritu, la vida y la palabra de nuestro Señor Jesucristo.

  • El desafío de ser Iglesia sencilla. Necesitamos formular, entender y construir hoy, en el siglo veintiuno, la manera más sencilla de ser Iglesia, sin quedarnos viendo hacia arriba, y sabiendo ser conciencia crítica y propositiva en una sociedad pluralista, violentada y compleja. ¿Qué rasgos ha de tener esta Iglesia para saber situarse con sencillez, pero con firmeza, en el centro de las tormentas sociales, políticas y culturales de nuestro tiempo?
  • Dónde alimentar nuestra esperanza en tiempos de miedos, encierros y silencios: 1) en poner nuestra fe en Dios que escucha clamores, en el Señor de los Amaneceres, que regala claridad a los pueblos que han sufrido largas noches de angustias, derrotas y frustraciones; 2) en la Memoria de mártires, como un aguijón ante nuestras perezas, tibiezas y mediocridades; 3) en la Generosidad de la gente, siempre nos muestra sus puertas abiertas y que cuestiona la cerrazón de nuestras vidas eclesiásticas; 5) en el Trabajo en equipo y la celebración en comunidad; 6) en la Solidaridad y enlaces internacionales de los pueblos; 7) en la Alegría y fiesta, talante de quienes viven sus luchas y entregas, sin dejarse atrapar por desánimos, depresiones y el mal humor.