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Así está y así va nuestra Honduras. Nos cayó el dengue, vino el Covid-19, nos remató el Eta, y todo en el marco del desgarrador espectro político de corrupción y narcotráfico en un Estado que lidera Juan Orlando Hernández. Es una amalgama de destrucciones y tormentas naturales, políticas, sanitarias y sociales, una tras otra, montadas unas sobre las otras, que no nos impide siquiera respirar.

Entre tantas desgracias juntas, tiene validez preguntarse si a la gente le queda algo de corazón para la generosidad y la compasión solidaria. En la lógica de las desgracias, se esperaría que la gente estuviera llena de resentimientos, cargada de egoísmos y con pérdida de confianza y de esperanza. Se esperaría que la gente renegara de los demás y despotricara contra Dios.

Sin embargo, se cuentan por montones testimonios de humanidad, solidaridad y entrega por parte de mucha gente que brotan en estas situaciones extremas. Se sabe de un señor que con su pequeña lancha pasó muchas horas trasladando centenares de personas que estaban en los bordos de los ríos. Nadie se lo pidió, nadie lo contrató, nadie le ordenó.

Lo hizo sin hacerse bolas, y sin calcular o si lo hacía porque Dios se lo pedía o por sacar pecho. Sencillamente lo hizo, y cuando se le preguntó por qué lo había hecho, no supo qué responder, solo dibujó una sonrisa sin malicia. El señor de la lancha lo hizo, y salvó centenares de vidas. Ni siquiera dijo que lo hacía porque Dios así lo quería.

Se sabe de una señora que vio venir los torrenciales, agarró a su niña de pecho, su cartera con unos cuantos e insuficientes lempiras, y con el otro brazo cargó con su guajolote. “Este animal lo vengo cuidando por mucho tiempo, y este animal me dará para comer por unos días”. Otra jovencita no se despegó de su perro callejero, aguacatero, como les llamaos a estos perros callejeros, muchas veces sarnosos. La muchachita se subió al cayuco y con una cabuya no se despegó de su animal.

Se sabe de otra persona que gana el salario mínimo y está endeudada, cuando llega el mes, ya debe el salario entero. Conversando con su familia, decidieron destinar el 25 por ciento del presupuesto para alimentación y hacer comida y llevarla sin decirle a nadie al primer albergue que encontraron. Es decir, una familia que redujo drásticamente su ya limitada alimentación para ayudar a los damnificados.

Estas expresiones de entregas y solidaridades contrastan con las actitudes inhumanas y mezquinas de quienes tienen las más altas cuotas de responsabilidad desde el Estado, de sectores que saben de sus picardías pero los avalan o guardan silencios cómplices. No en vano un periodista de una emisora hondureña, corriendo todos los riesgos, resumió estas actitudes así: “Qué gobierno más basura tenemos los hondureños”.

En situaciones extremas los humanos sacamos lo mejor y también lo peor que llevamos en el corazón. En situaciones extremas no se improvisa, se saca lo que se lleva dentro. La gente del gobierno ha sacado lo peor de sus egoísmos y codicias. Han sacado el egoísmo y codicia con que viven y actúan cotidianamente, pero en estos tiempos esas actitudes salen como un tigre que acecha con sus garras y colmillos.

Y en el otro extremo, estas inundaciones han sacado de miles de personas sencillas y pobres, lo más hermoso y bonito de los seres humanos. Esa bondad es un rasgo esencial de nuestro pueblo. Esas expresiones de solidaridad, un día se convertirán en políticas públicas. Y hemos de alimentarlas y empujarlas porque así sea, y que sea pronto.

P. Ismael Moreno, S.J.