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PALABRAS EN OCASIÓN DEL FALLECIMIENTO DEL P. JULIO LOPEZ DE LA FUENTE, S.J.

Mayra Luz Pérez Díaz

Rectora 

Universidad Centroamericana (UCA) Managua, Nicaragua

El fallecimiento del P. Julio nos sitúa una vez más, como seres humanos, ante el profundo misterio de la muerte. Un misterio que como tal se resiste a la comprensión y nos provoca el dolor de la ausencia que se resguarda en la memoria. Necesitamos una cierta indulgencia para entender la muerte, leíamos recientemente en un libro sobre la partida definitiva de los seres queridos: una indulgencia que nos acerque a la lúcida conformidad en la que el dolor pierde su valor radical y absoluto para acercarse más a la paciencia, a la tolerancia y en consecuencia, pensamos, a la paz interior.

La partida del P. Julio nos estremece y remueve las fibras más hondas de nuestro ser universitario. Al llegar a la UCA en el año 1970 como  educador, científico y sacerdote,  el P. Julio hizo del conocimiento un instrumento de salvación espiritual y moral que tanto él, como los muchos estudiantes de ingeniería que formara  a lo largo de su fecunda vida académica, asumieron de manera privilegiada en el intento de contribuir a la transformación de la realidad social de Nicaragua.  Durante más de cuarenta años, como también lo hicieran los primeros jesuitas situados hace quinientos años entre un mundo que languidecía y otro que se anunciaba con promesas de progreso, Julio López de la Fuente hizo de la formación  y de la investigación científica los mejores instrumentos para construir entre el ser humano y el conocimiento una relación vital e intensa.  Es decir, el conocimiento dentro de unos límites en cuanto la humanidad, sujeto del desarrollo científico, está orientada a lo trascendente.

Así se entiende que, creando la Estación Actinométrica VASTEDNA, dedicada a la investigación sobre la energía solar o iniciando posteriormente  la investigación sobre la energía eólica o cultivando las más hermosas orquídeas en la Estación Biológica Juan Roberto Zarruk, ubicada en la finca Santa Maura de Jinotega, el P. Julio, a la manera de Teilhard de Chardin, el gran científico jesuita del siglo XX, también pareciera haber percibido la creación como un proceso inacabado y perpetuo, siendo la ciencia una parte de dicho proceso que se encamina a complementarlo. 

El giro profesional y existencial del P. Julio, al transitar hacia un conocimiento cada vez más humanista que se nutre del respeto y la preservación de la naturaleza en todas sus manifestaciones, se justifica en la profundización de su compromiso evangélico para contribuir con una mejor comprensión y desarrollo del mundo.  Así, convirtió su laboratorio y también nuestra Universidad en un gran girasol, mostrándonos que en ese mundo incierto el entendimiento y la responsabilidad ante el entorno, como marco de la vida a largo plazo, han de superar la depredación, asumiendo su cuidado a manera de virtud.  Con su ejemplo y aportes el P. Julio nos mostró cómo la ciencia y la ética se entrecruzan en una práctica pedagógica humanista, dentro de una realidad que ha de estar abierta a la inteligencia y a los valores para una equitativa relación planetaria.

Ante la partida del P. Julio, intentando trascender el hecho incomprensible y doloroso de su muerte, como el de todas las muertes terrenas que tocan de cerca nuestro corazón, quisiera agradecerle en nombre de la UCA, como lo hiciéramos aquel día en que fuese nombrado Profesor Emérito junto con su hermano Adolfo, el haber sido parte de nuestra historia como fuerza humana y espiritual del proyecto académico que impulsamos.  Agradecerle haber sido inspiración para la reconstrucción de nuestras carreras de ingeniería, así como para la consolidación de esta Universidad, en su esencia creadora de ciencia y de conciencia. Iluminando, como dijera Ignacio Ellacuría, la realidad social con la inteligencia y con sus mejores recursos. Mostrándonos que sólo podemos alcanzar el mañana con la preservación de la vida que nos convoca día a día. Por todo ello le damos las gracias.

Ahora, el P. Julio está en las manos de Dios.  Como dijera ayer Adolfo, citando a San Agustín, para eso nació.  Para eso nacimos.  Porque al nacer salimos de las manos del Padre y al morir volvemos a ellas.

Managua, Nicaragua, 13 de junio de 2.012