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Queridos amigos y amigas:

 Con mucho dolor, a pesar de la alegría de saberlo gozando en el Reino, debo comunicarles  que a la 1:45 de la madrugada de este domingo de Ramos, 1 de abril de 2012, nuestro compañero y hermano el P. JOSÉ IGNACIO MARÍNEZ ARNÁIZ se durmió en la paz del Señor, rodeado de todos los miembros de la Comunidad de El Carmen, en Santa Tecla, El Salvador.

 Los últimos días se fue apagando poco a poco, hasta que esta madrugada ya no tuvo fuerzas para seguir luchando. El Padre Nacho tenía 86 años de edad. Nació el 25 de julio de 1923, entró en la Compañía el 7 de septiembre de 1941, se ordenó el 30 de julio de 1954 e hizo sus últimos Votos el 25 de agosto de 1979.

 Sus restos estarán siendo velados en la Iglesia de El Carmen de Santa Tecla, y la Eucaristía se realizará a las 9:00 am de mañana, lunes 2 de abril, en el mismo lugar, desde donde serán trasladados al panteón de los PP. Jesuitas en el cementerio de Santa Tecla. Ofrezcamos nuestras oraciones por su eterno descanso.

 Fraternalmente

Antonio Ocaña S.J.

Socio de la Provincia de Centroamérica

 

Favor tomar nota de la siguiente información:

Domingo 1 de abril:  

  • De 11 am, a 9 pm, será velado en la parroquia El Carmen, Santa Tecla.
  • Misa de cuerpo presente a las 5 pm, en la parroquia de El Carmen, Santa Tecla.  
  • A las 9 pm, se traslada el cuerpo a la Iglesia La Sagrada Familia de la Colonia Las Palmas, donde permanecerá hasta las 7 am, del lunes 2 de abril.

Lunes 2 de abril:  

  • A las 7 am, el cuerpo será trasladado a la Parroquia El carmen.  
  • A las 9 am, será la Eucaristía y posterior nos trasladamos al cementerio de Santa Tecla.
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JOSE IGNACIO MARTINEZ ARNAIZ, S.J. (1925-2012)

Elogio fúnebre:

El sábado, 24 de septiembre, visité a Nacho en el Hospital de la Mujer. Ya el día 19, lunes, cuando se leía la patente de superior de Chema Tojeira en la comunidad de El Carmen de Santa Tecla, Nacho no había podido estar presente. Le aquejaba una gripe muy fuerte, que amenazaba convertirse en bronconeumonía. El desarrollo de la gripe siguió ese camino –Nacho rara vez avisaba de que se sentía mal, hasta que ya no podía con su alma-. La Doctora Mini Ester Romero, responsable de la clínica de la UCA y médica de cabecera de los jesuitas de El Salvador, aconsejó ingresar a Nacho en el hospital. Sus pulmones estaban bastante encharcados. Cuando llegué a verlo, el Doctor Romero, hermano de la Mini, le estaba aplicando oxígeno y, aunque me permitió entrar, avisó a Nacho que no platicara. El obedeció y sólo usó conmigo el lenguaje de los signos: un puño levantado señalando la convicción de que la fuerza levantará al Athletic de Bilbao de su actual marasmo, y una mano cerrándose alrededor de la mía, junto con una amplia sonrisa, para mostrar el cariño fraterno.

Desde que regresó del hospital y fue trasladado a Santa Tecla para vivir ya en la enfermería, quedó ya confinado a una silla de ruedas, que intercambiaba con la cama y un sillón. Los procesos de curación de su neumonía adelgazaron su voz de manera que a veces había que esforzarse para escuchar lo que decía. Ya en el presente año, su salud fue deteriorándose rápidamente. Comía poco y apenas le gustaba que lo pasearan por los corredores de El Carmen en su silla de ruedas gozando del paisaje. El P. Jon Sobrino le celebraba Misa hasta el mes de febrero. Luego lo trajeron al presbiterio de la Iglesia y desde ahí participaba en la Misa, pero ya sin muchas posibilidades. Jon seguía atendiéndole, le imprimía crónicas de los partidos del Athletic y cuando Nacho aún podía le platicaba cosas bellas y amorosamente fraternas.  En las tres últimas semanas de marzo dejó Nacho de gustar los alimentos. Talvez sintió, como el P. Arrupe, un cierto grado de depresión al verse inmovilizado. Tanto había sido su amor al trabajo y su sentido de la responsabilidad. Ya no quería seguir viviendo.Probablemente sentía que le había llegado la hora de entregar la vida. “El Roble”, como le llamaba la Doctora Mini, que aún podía arrancarle alguna sonrisa, se desplomó definitivamente el día primero de abril a la 1.30 de la madrugada.

Todo este último año de su vida ha sido un viacrucis para Nacho. Desde que se cayó en enero de 2011 y perdió no poco de su movilidad, fuimos siendo testigos de un bajón tras otro, de más caídas, incluso en su misma habitación, de esfuerzos que necesitaban de cirineo para levantarse de los asientos, de caminos hacia su trabajo de secretario en la curia provincial ya nunca solo, normalmente acompañado por la Señorita Pilar Ponce, recepcionista de la curia. Sin embargo alcanzó a celebrar entero su 86 cumpleaños (26 de julio) y sus 70 años de Compañía (7 de septiembre), y en agosto viajó a Panamá para asistir al cuadragésimo aniversario de la fundación del Servicio Social Javeriano en el periodos de rector. En el viaje lo acompañó la Doctora Mini. Nacho no se rendía.

Tal vez lo aprendió de su papá, un obrero de los Altos Hornos (siderurgia) de Baracaldo, en Vizcaya, que después de muchos años de trabajo con los lingotes de hierro frente a los hornos, entregó su vida generosamente empujando de un salto a un obrero amenazado por las llamas de la colada del acero para salvarle la vida y siendo él mismo desintegrado por el fuego incandescente en su lugar. No en vano se llamaba Don Jesús. O de su mamá, Doña Delfina, que alimentó y llevó a la escuela a los tres hijos de ambos: Luis, José Ignacio y Elías, los tres jesuitas durante toda su vida. 

Entró en la Compañía en Loyola, el 7 de septiembre de 1941, apenas cumplidos los 16 años. Toda su vida fue un trabajador incansable y una persona de innata simpatía, gran corazón, humor chispeante e inteligencia superior. Fue maestrillo en el seminario de San José de la Montaña en San Salvador (1948-51). Siempre recordaba y contaba anécdotas de cómo tenía que permanecer despierto por las noches –era vigilante de los gramáticos y retóricos del seminario menor- para liberar de las pesadillas tremendas sobre el demonio que acosaban a aquellos jovencitos víctimas de las pláticas sobre el infierno de un director espiritual a la antigua usanza. Nunca olvidó –la conservaba como un bien profundamente valorado- una carta de su provincial en que le avisaba de que si seguía mostrando una “autosuficiencia” tan grande, no podría enviarlo a teología. Nacho dejó el regaño sin responder y cuando menos lo esperaba le sorprendió su destino a teología.

Después de su teología en la vieja Oña, en la provincia de Burgos en España (1951-55) y de su Tercera Probación en 1956, en la Casa del Santo Duque (San Brancisco de Borja), en Valencia, España, en 1957, regresó a Centroamérica, de nuevo al seminario de San José de la Montaña. Ahí estuvo 4 años (1957-60). En 1961 fue enviado al Colegio Javier de Panamá como profesor de biología y ministro de la comunidad. Su hermano Luis, dos años mayor que él, trabajaba en el mismo colegio como director espiritual de los muchachos de la secundaria. Se querían muchísimo. No pocas noches, ya tarde, se los veía paseando por la azotea y compartiendo su gran alegría en el trabajo apostólico. Luego los dos seguían paseando y rezando el Rosario. Es en Panamá donde lo conocí. Hice mi magisterio en el Colegio Javier (1960-63). Muchos domingos por la tarde jugábamos “mus” (un juego de cartas vasco) con los dos hermanos Martínez, César Jerez (1936-1991) y yo mismo, que ya éramos grandes amigos. A veces el Hermano José Ibarguren, ya fallecido, sustituía a uno de los hermanos. Pero lo que nos impresionaba profundamente a César y a mí era que, terminadas las casi 9 horas de trabajo en el colegio, Nacho agarraba camino para la Universidad Nacional de Panamá, donde por las noches fue sacando su Licenciatura en Química y Biología. Al igual que con los seminaristas en El Salvador, en Panamá se hizo amigo de muchísimos alumnos y de sus familias y esa amistad duró hasta la fecha.

Al comienzo de los 70 fue trasladado a Guatemala como rector del Liceo Javier. En aquel tiempo César Jerez y yo formábamos parte de la comunidad de la Zona 5 y trabajábamos en el Centro de Investigación y Acción Social de Centroamérica (CIASCA), junto con Ricardo Falla y muchos otros compañeros de otras generaciones más jóvenes. Nacho apoyó siempre nuestro trabajo y en ocasiones, cuando había alguna fiesta de todos los jesuitas en el Liceo Javier, nos decía con una sonrisa de complicidad: “Vayan a la cocina, que ya he encargado a los cocineros que les empaquen lo que ha sobrado, para que se lo lleven a su comunidad.” En 1974, cuando me tocó ser Delegado de Formación, pedí al Provincial Miguel Francisco Estrada que nombrara a Nacho miembro del Consejo de Formación, como representante de las obras apostólicas. Ahí ayudó durante más de dos años. En la primera reunión nos asombró a todos inyectando en el trabajo de la formación un cierto escepticismo, porque, “miren el universo avanza hacia la entropía y estos jóvenes de hoy talvez vayan a ver el enfriamiento del planeta antes de que puedan completar su vida apostólica.” Nacho estudiaba siempre. Me pidió bibliografía sobre la creación y la evolución y leyó las obras del teólogo Juan Luis Ruiz de la Peña. Su intuición sobre el cambio climático no andaba descaminada, si bien el presente nos ha indicado que talvez antes del enfriamiento y la entropía del universo sobrevenga un calentamiento del planeta que haga muy difícil o imposible incluso la vida.

En 1976 sufrió el 4 de febrero con sus compañeros de comunidad el terrible terremoto que derrumbó una parte de los edificios de la secundaria e hizo que la planta tercera donde vivía la comunidad se juntara con la primera, aplastando a la segunda. La habitación de Nacho perdió una pared y él se libró de accidentarse o matarse cuando por la falta de luz eléctrica no vio el gran hoyo y estuvo a punto de caer sobre los techos derrumbados. Durante dos o tres meses compartió las camarillas que se hicieron en la cafetería para vivienda de la comunidad, una comunidad con la que no siempre se había entendido bien. Cuando fue nombrado viceprovincial en marzo César Jerez y luego provincial de la nueva provincia centroamericana en agosto, escogió como su socio a Nacho. Nacho fue un fiel acompañante del provincial y en los años 81 y 82, cuando ya César Jerez no podía entrar a Guatemala por las amenazas de los militares, Nacho hizo las visitas en ese país. Sus actas eran proverbiales por su precisión a pesar de que normalmente sólo escribía en las consultas algunas palabras “clave” que le recordaban el contenido principal. Cuando alguno de los consultores alegaba que “eso no se dijo”, solía contestar con humor: “lo dije yo”.

Terminado el provincialato de César Jerez en agosto de 1982, Nacho continuó como socio del P. Valentían Menéndez, nuevo provincial, durante casi tres años, hasta que fue nombrado nuevo socio Jesús Sariego. Entonces  a Nacho se le encomendó el rectorado del Colegio Javier de Panamá donde había dejado tantas amistades. Lo ejerció con gran eficacia, y además promovió que la comunidad del colegio ayudara fuertemente al Noviciado de Pedregal con sus excedentes.

Mientras fue socio, Nacho enseñó algunos años biología en el Externado de San José, en San Salvador. Terminado su rectorado en Panamá en 1990, Nacho volvió a San Salvador y continuó enseñando biología en el Externado. En 1992 el provincial Chema Tojeira lo nombró socio otra vez. Y así estuvo, entre la curia y el Externado, hasta 1995. El nuevo provincial Adán Cuadra lo envió a Panamá, para un segundo periodo como rector del Colegio Javier. Todavía estuvo allá después de 2001, como profesor y miembro de la comunidad hasta que, afectado por la diabetes y el calor de Panamá, fue trasladado a San Salvador en (¿). Ejerció como profesor de biología en el Externado hasta el año 2009, en el que ya solo trabajó como secretario en la Curia. Probablemente nada fue más duro para él que dejar de ser profesor de biología en el Externado y dar así por terminada su vida de maestro en el seminario y en los colegios. Sus condiciones de salud no permitían que siguiera enseñando.

El resto de la vida de Nacho, estos dos últimos años, han ido poniéndole en una situación cada vez más precaria. Sin embargo, hasta mediados de 2011 no dejó de concelebrar la Misa dominical en el barrio marginado de Las Palmas, que hace poco le regaló un alba y una estola en un homenaje que le hicieron. La pasión deportiva de su vida, por el Athletic de Bilbao –Baracaldo, su lugar de nacimiento, dista 6 o 7 kilómetros de esa ciudad-, le ha dado un hilo de interés vital, y la oración y la Eucaristía han ido manteniendo su camino hacia el Señor. En la curia ha escrito biografías de hombres mayores de la Provincia para que se usen en memorias de duelo en las Noticias de la Provincia. Ha sido cofirmante de las cuentas de la provincia y su firma ha quedado estampada en muchísimos cheques de gastos provinciales. 

El día 27 de septiembre de 2011, en la mañana, la Doctora Mini habló con el responsable de la comunidad del Carmen en Santa Tecla, que es enfermería de El Salvador para los jesuitas, P. Chema Tojeira. Le comunicó que había consultado a Nacho sobre si le parecía que lo entubaran para darle más oportunidad de vida. Nacho dijo “Estoy listo:”, Chema aprobó la medida. Cuando lo visité, a las cuatro de la tarde, la Doctora Mini me dijo que las posibilidades de que su organismo reabsorba el agua que encharca sus pulmones son alrededor de un 40%. Por unos segundos lloré sobre su hombro. ¡Nacho ha sido tan buen compañero y tan amigo! Luego recé un Padre Nuestro y un Ave María, envuelto en esa especie de escafandra que le ponen a uno en cuidados intensivos. No vi moverse la curva del corazón en la pantalla cuando recé y cuando le hablé del cariño con que lo acompañamos. Nacho estaba sedado. Pensé entonces: “¿Podrá salir adelante y tendremos la alegría de convivir con él más tiempo?”  De todos modos, viéndole, recordé a Benigno Achaerandio, fallecido este año y me acordé de las palabras de Ricardo Falla a su hermano Luis: “Hacía ahí vamos todos; es el único camino.” Y también me resonó la carta de Pablo a los Corintios: “Se siembra en corrupción y se cosecha en incorrupción.” O dicho de otra manera, “se siembra en la historia y se cosecha en la eternidad”. Nos salvamos en la esperanza. Como decía Gabriel Marcel, el gran filósofo del siglo XX, “decir a una persona ‘yo te amo’, es decirle ‘tú no morirás para siempre.” A Nacho lo amamos muchos. No morirá para siempre.

Juan Hernández Pico, S.J.

Antiguo Cuscatlán, 1 de abril de 2012