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2024 es un año para rememorar, agradecer y abrazar. Se cumplen dos décadas, desde que la Compañía de Jesús en Centroamérica optó por constituir una obra especializada en el tema migratorio en Costa Rica. Un país en el que su presencia se limitaba a una parroquia y a un centro de espiritualidad; y el quehacer de los Jesuitas no era tan conocido, como en el resto de la región. De repente, no parecía la mejor apuesta, ante tantas problemáticas que azotaban a otras naciones en Centroamérica, pero conforme pasó el tiempo, ya no hubo vuelta atrás, ni duda alguna, sobre la importancia de ir adelante con el SJM Costa Rica. Hoy abrazamos con gratitud aquella decisión.

Con el cambio de milenio, la necesidad de acompañar a tantas personas que arribaban a Costa Rica, por las secuelas de los conflictos armados en Centroamérica y en Colombia, las pandillas en El Salvador y las miles de mujeres y hombres nicaragüenses que buscaban oportunidades laborales, se volvió una responsabilidad ineludible.

Me permito recordar a algunos compañeros que dieron los primeros pasos en el trabajo con población migrante en Costa Rica: el P. Francisco Ornelas, S.J. (q.e.p.d.), el P. Alberto J. López ,S.J. (e.p.d.) y el P. Virgilio Suira, S.J., así como el apasionado investigador nicaragüense José Luis Rocha (e.p.d.) y el P. Ricardo Falla, pues ambos fueron los gestores del primer programa regional que sentó las bases, de lo que hoy conocemos como Red Jesuita con Migrantes Centroamérica.

Cercanía en el acompañamiento. Cuando inició el SJM-CR, realizamos varias reuniones con personas migrantes, con el fin de escucharlas sobre cuál podría ser nuestro mejor aporte en Costa Rica como Compañía de Jesús y de forma reiterada nos decían que les urgía contar con más espacios seguros para acudir por apoyo, donde las trataran con amabilidad y les ofrecieran una buena orientación. Resentían aquella institucionalidad tica con la que costaba lidiar, pues percibían hostilidad y discriminación.  Esa demanda fue una brújula en el camino para el SJM-CR. Y hasta hoy, el modo de acompañar de manera cercana es nuestro sello. Todas las personas que trabajan en la obra asumen con gran compromiso la atención directa, pues la empatía, el respeto, la creatividad, la pena y la alegría emergen en cada contacto, como un contrapeso vital, ante el dolor y la indiferencia.

Leer los tiempos y ser audaces. En el SJM-CR siempre tratamos de alejarnos (lo más posible) de la inercia y la comodidad, para asumir nuevos desafíos junto a las poblaciones que requieren respuestas novedosas y oportunas.  En los últimos años, venimos priorizado la crisis en Nicaragua generada por el régimen orteguista y la migración en tránsito hacia Estados Unidos, esas miles de personas que todos los días cruzan la peligrosa selva de El Darién (frontera colombo-panameña).

A nivel nacional, hemos logrado consolidar una plataforma de atención para trámites migratorios, exigibilidad de derechos, protección internacional, acción humanitaria, formación, comunicaciones, trabajo colaborativo con otros actores, presencia comunitaria y en fronteras. Además, contamos con una trayectoria reconocida en incidencia política y social.  Cada año, cerca de 15 mil personas reciben algún tipo de acompañamiento directo de parte del equipo del SJM-CR, sin desestimar los vínculos y colaboraciones que fortalecen nuestra labor, en especial con instituciones del Estado y organizaciones locales que están asumiendo un mayor compromiso con los derechos humanos, la solidaridad y la inclusión de cada persona obligada a migrar y que ha llegado a Costa Rica por una oportunidad de vida.

 

Sabemos, como nos recordó hace un tiempo nuestro querido amigo Ramón Franco, de la Parroquia de Arcatao en El Salvador: “tal vez lo que hacemos como acompañantes es una gota de agua en el mar, pero al menos esa gota presagia esperanza”. Y por eso, seguimos acá, 20 años después, con una esperanza que está cargada de corazones nobles, valientes y audaces que, con pequeñas y grandes contribuciones, buscan hacer de la gratitud una brisa que se expande para llevar alivio y oportunidades.

Soñamos con que cada persona vulnerable deje de serlo, no por caridad, sino porque hemos podido reconocernos en el alma que brota de su mirada; porque hemos sabido edificar un mundo reconciliado, en el que somos capaces de llamar hogar a cualquier rinconcito que escojamos para seguir la vida. Sin miedo, sin nostalgia. Por eso seguimos acá, soplando velas y abrazando lo que venga con entusiasmo renovado, con esta fuerza colectiva que a diario se viste de dignidad y continúa al lado de la carretera, acompañando.

Créditos: Karina Fonseca Vindas, directora Nacional Servicio Jesuita para Migrantes Costa Rica.