En este mensaje el Provincial P. José Domingo Cuesta, S.J., reflexiona en la figura de María en la misión del reino de Dios como mujer y como madre y en la especial reverencia de San Ignacio de Loyola hacia su imagen.
El pasado 22 de abril celebramos la fiesta de Santa María Virgen, Madre de la Compañía. San Ignacio de Loyola le tenía un especial cariño y reverencia a la Virgen María. Ella aparece en casi todos sus escritos, principalmente en los Ejercicios Espirituales. En este librito menciona explícitamente a María 44 veces. De ellas, en 29 ocasiones se refiere a ella como “Señora”, 13 veces como “Madre”, 1 vez como “madre natural” y 1 vez como “Virgen María”.
Ella es la Señora de su vida y Nuestra Señora. La devoción a María está marcada por el modo como Ignacio vivió y proclamó su encuentro con el Señor Jesús que le cambió. Además, las mayores decisiones de su vida las tuvo acompañado por ella. En Montserrat, hizo una vigilia en la víspera de la fiesta de la Anunciación. Sus primeros votos los hizo en Montmartre (París) en la solemnidad de la Asunción. Su primera misa la realizó en navidad en la Basílica de Santa María La Mayor de Roma. El 22 de abril de 1541 – siete meses después de que el Papa aprobara la Compañía- celebró junto con cinco compañeros la Eucaristía en la Capilla de Nuestra Señora de San Pablo Extramuros (Roma) donde pronunciaron los primeros votos como orden religiosa. La Virgen María sigue siendo la guía de la Compañía de Jesús.
En la mayoría de los países de Centroamérica, mayo representa un mes mariano ya que se celebra el Día de la Madre. También se recuerda a la Virgen María, entre ellas, Nuestra Señora de Fátima y María Auxiliadora. El mes finaliza con la Visitación de María a su prima Isabel. La devoción mariana es un elemento esencial en la vida cristiana y la Iglesia ha formulado dos “dogmas” antropológicos marianos: el de su “concepción” (cómo ha sido engendrada en la carne y de la carne, en forma Inmaculada) y el de su “muerte” (cómo ha sido insertada en el proceso divino de la vida, bajo el símbolo de la “Asunción”). Otras dos verdades se declararon sobre María: Madre de Dios y Siempre Virgen.
Los diferentes estudios coinciden en que María fue una mujer histórica, de pueblo, típicamente hebrea, campesina, de tenaz voluntad, simpática y cariñosa, esposa de un pobre carpintero, sencilla madre de familia trabajadora, que conoció las dificultades de cada día, la oscuridad de la fe ante el misterio de Jesús, hijo suyo e Hijo de Dios… Experimentó la soledad y la espada del dolor en la cruz, pero también la alegría de la Pascua y la consolación de Pentecostés. María es la “llena de Gracia”, está colmada de Dios porque ha sido bendecida y favorecida por Él, prototipo de la actitud de escucha obediente y de entrega sin reservas a Su voluntad. Todo lo de ella proviene del favor de Dios quien ha hecho obras grandes porque ha mirado su humildad. Sólo de los pequeños es el Reino de Dios y sobre los humildes de corazón Dios reclina su mirada.
María fue mujer y madre. Le llamamos Madre de Dios porque ha sido la mamá concreta de un hombre encarnado en el centro de la historia de la humanidad. Ser madre es dar la vida, no en plano de las ideas, sino en la propia carne. La madre empieza siendo aquella que ‘da a luz’ y es iniciadora, pues sitúa a Jesús ante su tarea mesiánica, abriéndole, no imponiéndole un camino. El ser madre y tener una madre son una bendición de Dios ya que es la mujer con que Dios nos bendice, la que encarna los puros amores. En este mes recordamos a todas las madres de Centroamérica desde un profundo agradecimiento y cariño.
DECIR TU NOMBRE, MARÍA.
Decir tu nombre, María, es decir que la Pobreza compra los ojos de Dios.
Decir tu nombre, María, es decir que la Promesa sabe a leche de mujer.
Decir tu nombre, María, es decir que nuestra carne viste el silencio del Verbo.
Decir tu nombre, María, es decir que el Reino viene caminando con la Historia.
Decir tu nombre, María, es decir junto a la Cruz y en las llamas del Espíritu.
Decir tu nombre, María, es decir que todo nombre puede estar lleno de Gracia.
Decir tu nombre, María, es decir que toda suerte puede ser también Su Pascua.
Decir tu nombre, María, es decirte toda Suya, Causa de Nuestra Alegría.
Pedro María Casaldáliga.