Dar clases de Religión puede ser algo por lo que los demás no darían un céntimo, pero para mí es un espacio de oportunidades. A veces me veo, salvando las distancias, como Pablo en el areópago, estableciendo diálogos que no sé si llevan a alguna parte, pero que disfruto muchísimo. El último de ellos ha sido mediante la realización del último trabajo del curso de Religión de 2.º de Bachillerato. El tema: ¿cuál es mi imagen de Dios?
Empezamos trabajando la presencia de Dios en el arte. Oímos la banda sonora de La Misión y también a U2, y se sorprendieron cómo tanto una música como otra (la primera tan aflautada; la otra, rockera y rompedora) hablan de Dios; comparamos el Cristo de la Hermandad Universitaria de Córdoba con el Crucificado de Velázquez, y hablamos de las diferentes maneras en que se puede interiorizar la persona de Jesús; y visitamos virtualmente la capilla Rothko, donde no aparece ninguna imagen de Dios ni ningún otro símbolo religioso…solo paneles blancos y negros. Las personas hemos recurrido al arte para poder expresar lo que, a veces, con las palabras, nos resulta imposible. Y entonces yo les invitaba a hacer el siguiente trabajo: que dibujaran su imagen de Dios.
Más allá de las habilidades plásticas de cada uno, lo que estoy observando mientras corrijo todos los trabajos (es una pena que tengan que reducirse a una nota, la verdad) está siendo una verdadera clase de Religión para mí. Y es que estos jóvenes, tan alocados e irresponsables que nos parecen muchas veces, tienen muy arraigada esa pregunta en su interior, e intuyen una respuesta, un soniquete que les habla de que hay «algo» más allá de lo que este mundo les ofrece. Es una delicia pasearse por sus imágenes de Dios: Dios es azul, blanco, amarillo, celeste, verde… Dios es el compañero que sube conmigo la montaña, a la par mía, a pico y pala; Dios es mi reflejo en el espejo; es la parte de mí que nadie conoce; es el personaje siempre presente en la película de mi vida; es el camino que no conoce una meta todavía; es el cielo, a veces encapotado, a veces luminoso; es la parte del paisaje que queda iluminada por la luz; es quien comparte conmigo, juguetón, el columpio de mi vida; es quien me dibuja la sonrisa cuando estoy triste; es el que está en las buenas obras; es la diversidad de personas… Alguno todavía me lo dibuja como el abuelito que está en el cielo y que vela por nosotros. Otro hizo el intento de entregarme la hoja en blanco, no porque no quisiera hacer el trabajo, sino porque decía que Dios era todo (como el blanco es la suma de los colores) y que todo lo que pudiera decir de Él era poco. Me gustó el argumento, pero no coló, jeje. Tuvo que realizar algún dibujo, pero su explicación quedó escrita en su trabajo… y en mi mente también.
Si algo me ha quedado claro es que la imagen de Dios que tenemos condiciona nuestra relación con Él. Y yo me he preguntado: ¿qué imagen de Dios estamos dando a estos jóvenes? ¿Qué imagen de Dios les doy? Y entonces me entra un vértigo que me muero, y el cuerpo me pide salir corriendo, como hizo Jonás. Pero Dios, que se las sabe todas, me encuentra y me saca de las ballenas en las que me escondo, y me devuelve de nuevo a mi clase de Religión. Ahí, frente a las preguntas de mis alumnos, frente a sus dudas y las mías, frente a esa búsqueda que en el fondo ellos libran y que es la de todos: dónde estoy poniendo mi vida. Y ahí, sentado en el aula, veo yo mi imagen de Dios.
Fuente: Pastoral SJ