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Pedro Trigo SJ realizó la ponencia que lleva este título, con motivo del Año Ignaciano, el 02 de junio. Esta forma parte de los conversatorios organizados por la Red de Centros Sociales de la CPAL. Compartimos la disertación del tema.

“Ignacio hoy”

Si Ignacio viviera hoy ¿cuáles serían sus propuestas de actuación y sus recomendaciones para el abordaje de la problemática social en nuestro continente?

Este año ignaciano tiene que ver con la conversión de Ignacio, que aconteció con motivo de la herida que tuvo con una bala de cañón[1] cuando estaba defendiendo Pamplona de las tropas francesas. La herida le lastimó una rodilla y le destrozó la otra. Ocurrió hace cinco siglos: el 20 de mayo de 1521. Creemos, por tanto, que lo que hagamos en este Año Ignaciano tiene que estar coloreado por lo que supuso concretamente su conversión y por el camino de discernimiento que la pauta.

Tal como él lo plantea en la Autobiografía, este camino tiene dos etapas: la primera va desde Loyola, donde pasó su convalecencia y tuvo lugar su conversión, hasta Jerusalén, donde pensaba quedarse en los lugares donde vivió Jesús, alimentándose de su presencia latente y ayudando a las ánimas; y la segunda, comienza en Barcelona, al preguntarse qué le pide Dios, ya que no fue su voluntad que se quedara en la tierra de Jesús, como él pensaba hacerlo. Y al ir respondiendo, va enrumbando definitivamente su vida.

La primera etapa está centrada en Jesús de Nazaret. De ella brotan los Ejercicios Espirituales, y abarca, más generalmente, “ayudar a las ánimas” para que puedan hacer un proceso equivalente al que él estaba haciendo. Está posibilitada por los dos libros que leyó en su convalecencia: la Vita Christi, de Ludolfo de Sajonia -El Cartujano, traducida por Ambrosio Montesino[2], y el Flos Santorum, de Jacobo de la Vorágine[3].

En la segunda etapa, Ignacio se plantea estudiar para ayudar mejor a las almas y permanece el objetivo de esta ayuda, aunque se complejifique muchísimo. Precisamente para este objetivo reúne un grupo de compañeros[4] a través de la práctica de los EE y de ellos saldrá la Compañía de Jesús. Como se ve, el nombre expresa el lazo de unión entre ellos, que es Jesús; y el objetivo, que es participar de su misión como compañeros suyos[5].

La celebración tendría, pues, que relanzar lo que de estas vivencias es trascendente. Lo relatado en la Autobiografía es lo que el propio Ignacio juzgó que lo era. Yo también pienso que fundamentalmente lo es. Esto es lo que vamos a desarrollar brevemente.

El Peregrino nos pide no instalarnos

Lo primero que tendríamos que recoger es que, para san Ignacio, la conversión lo coloca en el estatuto de “peregrino” ya que así se denomina siempre a sí mismo[6]. Es lo mismo que Jesús, que al salir a la misión dejó casa, familia y oficio y vivió en el camino, sin tener dónde reclinar la cabeza (Lc 9,58).

Ahora bien, Jesús vivió en el camino para vivir de relaciones: para sembrar la fraternidad de las hijas e hijos de Dios. Lo mismo hizo el peregrino.

Así tenía que ser, si es cierto que las personas divinas son relaciones subsistentes[7], es decir si lo que subsiste en el Dios de Jesús y, por tanto, en el Dios cristiano, no es la substancia, el monarca divino, el mandamás, sino las relaciones que diferencian (Padre, Hijo y Espíritu) y mantienen unidos (un solo Dios verdadero).

En el orden establecido lo absoluto es el individuo y en él el saber, tener y poder, y las relaciones no son personalizadoras sino vender, comprar y consumir.

La pregunta es si cada uno de nosotros y cada obra en la que estamos se ha instalado o está fundamentalmente abierto y abierta, porque vivimos y vive de relaciones personalizadoras. Esta apertura de base tiene que ver tanto con que nuestra realidad está siempre en proceso[8], como con que el reinado de Dios, que se expresa en relaciones, no puede vivir de rentas, sino que tiene que realizarse constantemente: se expresa en relaciones actuales. Ser hijo de Dios en el Hijo no es sólo considerarse así uno mismo sino relacionarse siempre con uno mismo, con los demás y, por supuesto, con Dios como hijo en el Hijo.

Esto tiene que discernirlo cada persona, cada comunidad, cada obra. Si estamos instalados, no seguimos a Jesús: no actuamos como hijos, sino como miembros de ese orden establecido. Este es el sentido, realmente trascendente y ejemplar, de que Ignacio se llame a sí mismo el “peregrino” en su Autobiografía.

Para la Compañía de Jesús, la mayor tentación ha sido y sigue siendo entenderse, de hecho, como de lo mejor del orden establecido. El problema es que esta realidad nunca va a aflorar a nuestra conciencia. Nosotros nos diremos siempre a nosotros mismos que somos compañeros de Jesús, dedicados a la mayor gloria de Dios y al bien de los demás. Ver que se está establecido cuando se está en la dirección dominante de esta figura histórica exige un tremendo discernimiento, porque el establecimiento a nivel mundial siempre está en marcha y cada día más vertiginosamente, pero desde un presente deshistorizado que se amplía sin cesar, es decir desde las mismas coordenadas inalaterables: desde el individualismo, desde el tener y poder, desde el mundo equiparado a un mercado. Estar empeñado en alumbrar una alternativa superadora que nos incluya, es decir no como meros agentes sino como implicados personalmente, es una actitud realmente trascendente, que no se puede suponer sin más, y que tiene que convalidarse de algún modo.

Lo que tenemos que averiguar es cuáles son nuestras relaciones reales y analizar su contenido. En la manera instalada de vivir, la trascendencia consiste en no ser una medianía sino lo mejor de lo establecido, sin lo que en él está mal y sin contentarse con lo que es poco en el establecimiento. En esa dirección vital a esto queda reducido el magis: aspirar a las mejores cualificaciones y el mayor reconocimiento en base al mayor servicio, dentro de los cánones establecidos.

Este es el motivo por el que habiéndole pedido Nadal y Polanco con tanta insistencia a Ignacio que escribiera cómo lo fue guiando Dios, encareciéndoselo afirmando que eso era nada menos que acabar de fundar la Compañía[9], cuando vieron el manuscrito no lo publicaron y quedó inédito, porque para ellos el “peregrino” no era el jesuita que tenían en mente ni el que ellos querían ser[10]. Ellos tenían en mente a una persona con tremendo prestigio e influencia por representar lo mejor del establecimiento, esforzándose lo más posible para conseguirlo. Por eso, Francisco de Borja mandó a recoger todos los ejemplares, porque la biografía oficial tenía que ser la que escribió Ribadeneira[11] que afirmaba que la Autobiografía era “imperfecta”[12]. Parece increíble esta falta de respeto, pero indica lo establecida que quedó enseguida la imagen del jesuita como una persona importante, que es lo más opuesto a un peregrino[13].

Se puede luchar contra el orden establecido para hacer otro que consideramos mejor, en el que nosotros tengamos, junto a otros, la voz cantante. Eso no sería “no vivir instalados,” ya que es combatir la presente instalación para instalarnos en otra mejor y en la que tengamos mejor puesto. Ser como el peregrino que fue Ignacio, y más todavía Jesús, insistimos, es vivir en las relaciones de seguidores de Jesús y, en su corazón, en la relación de hijos del Padre en el Hijo y de hermanos de todos en el Hermano universal.

Por eso, para Ignacio, la prueba de que vivía de esas relaciones fue dejar no sólo las cosas sino las relaciones establecidas, para vivir como hijo y hermano, y ejercitar a fondo esas relaciones que acabaron configurándolo. Este fue el sentido, por ejemplo, de ir a Tierra Santa sin nada. Lo hizo así para hacer, en términos zubirianos, “la probación física de Dios”[14], es decir, vivir de hecho de la fe en él, de la esperanza en él y del amor de él y de la correspondencia a su amor. Así lo expresa: “él deseaba tener tres virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda dél; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así también se confiara dél y le ternía afición por estos respectos; y que esta confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto, que decía desta manera, lo sentía así en su corazón”[15].

Este discernimiento, a la luz de la Autobiografía, me parece lo más radical que nos está pidiendo el Dios de Jesús y el Peregrino al que nos remitimos los jesuitas. Es el discernimiento más radical porque sólo si no vivimos instalados podremos proponer realmente una alternativa superadora y dirigirnos hacia ella. En cualquier otro caso, en definitiva, vivimos del ambiente y por eso podremos desasirnos de él ideológica, pero no realmente. Sólo el peregrino tiene la libertad liberada imprescindible para dirigirse realmente hacia una alternativa superadora. Este es el problema de gran parte de la izquierda que, al haber aceptado la separación entre lo público y lo privado que propone y practica la modernidad[16] y haber confinado lo privado al arbitrio de cada quien, se han atenido meramente a lo público, no han cultivado la propia persona[17] y, por eso, carecen de consistencia interna y acaban corrompiéndose y pactando.

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[1] Ignacio, en la Autobiografía, la llama bombarda, que según el diccionario de antigüedades significa “Máchina militar de metál; ò tiro de artillería antiguo de mucho calibre, que por el gran ruido que hace al dispararse, pudo llamarse assi del Griego Bombeo: pero es mas naturál se le diesse este nombre por haver venido este uso de cañónes de Lombardía, y se halla en nuestros Chronistas llamado Lombarda”. 
[2] Publicada, adaptada al castellano moderno, por Libros Encasa, Málaga 2010. “La vida de Cristo: fielmente recogida del evangelio y de los santos padres y doctores de la iglesia, de Ludolfo de Sajonia (Emilio. Del Río, Traductor). Madrid: Instituto Historicum Societatis Iesu; Universidad Pontificia Comillas, 2010. 
[3] El Flos Sanctorum renacentista data de 1516, aunque el original es del siglo XIII 
[4] “…como a este tiempo de la prisión de Salamanca a él no le faltasen los mismos deseos que tenía de aprovechar a las ánimas, y para el efecto estudiar primero y ajuntar algunos del mismo propósito, y conservar los que tenía; determinado de ir para París, concertóse con ellos que ellos esperasen por allí, y que él iría para poder ver si podría hallar modo para que ellos pudiesen estudiar” (Autobiografía, nº 71); “En este tiempo conversaba con Mro. Pedro Fabro con Mro. Francisco Javier, los cuales después ganó para el servicio de Dios por medio de los Ejercicios” (n° 82) 
[5] Dice Polanco: “visto que no tenían cabeza ninguna entre sí ni otro propósito sino a Jesucristo a quien sólo deseaban servir, parecióles que tomasen nombre del que tenían por cabeza” (Iparraguirre/Dalmases, Obras completas se san Ignacio de Loyola. BAC, Madrid 1977, 444 nota 3) 
[6] Por eso Rambla titula su edición de la Autobiografía “El Peregrino”. Mensajero. Sal Terrae 1998 
[7] Santo Tomás, Suma Teológica, p.I, q.40, a.2 
[8] “El modo humano de ser es ser siendo” (Zubiri) 
[9] La expresión es de Cámara 
[10] En el prólogo suyo, que aparece en la edición de Rambla (pgs.143-144), expresa cómo se lo pidió insistentemente, pero no dice ni una palabra acerca de si el escrito responde a sus expectativas, cosa que resultaría obvio esperar 
[11] Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola, fundador de la religión de la Compañía de Jesús, por el Padre Pedro de Rivadeneira. La redactó primeramente en latín (1572) y luego en castellano (1583). 
[12] Rambla, oct. pg. 16 
[13] Esto fue lo mismo que había pasado con la vida de san Francisco de Asís. Buenaventura, siendo superior general de los franciscanos, mandó recoger la vida de Celano y lo que había de anotaciones del santo para que la biografía que él escribió diese la imagen canónica del santo, es decir, el retrato ideal de un franciscano y no tanto de Francisco de Asís. Aunque obviamente para él era lo mismo. 
[14] El hombre y Dios. Alianza, Madrid 1988, 134-164 
[15] Autobiografía n° 35 
[16] Tiene pleno sentido la distinción, pero no la separación y menos todavía el confinar lo privado al arbitrio de cada quien y, por eso, no cultivarlo sistemáticamente en la educación y ambientalmente. 
[17] Incluso llegó a decirse que insistir en el cultivo personal para unificarse internamente en torno a lo más genuino era una desviación pequeño burguesa.

Fuente: Jesuitas Lat