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Estos días ha salido en El País un fotorreportaje que da mucho que pensar y ha levantado cierto revuelo. En él se recoge cómo algunos famosos proclaman abiertamente que mantienen relaciones abiertas fuera del matrimonio. Algunos llegan a defender que la monogamia era un patrón artificial, y que para conseguir la felicidad no es necesario serle fiel a tu pareja.

Es cierto que muchas especies naturales practican la poligamia. No solo eso, sino que en algunas culturas se practica y no por ello dichas culturas pierden su valor y su importancia. Ahora bien, la poligamia tiene su origen en situaciones de supervivencia, de perpetuación de la especie, y muchas veces no crea relaciones precisamente justas –si no, repasemos los documentales de animales–. No obstante, es el caso del reportaje que nos ocupa la apertura de las relaciones no tiene mucho que ver con la procreación, sino con el sexo fácil.

Somos biología, sí. Sin embargo, me niego a pensar que el ser humano se comporte y entienda a sí mismo simplemente como un animal. El hombre y la mujer son mucho más que eso. La capacidad de amar hasta el extremo y comprometerse por el camino es algo propio y singular de nuestra especie, no es solo el deseo de placer o la supervivencia. Los grupos humanos saludables –y aquí incluyo la pareja y la amistad– surgen de relaciones de confianza y respeto. Lazos donde la comunicación, la transparencia y la complicidad permiten a las personas llegar lejos, y no solo en los temas de amor. Desgraciadamente en nuestro mundo la convivencia en las familias ya es por sí compleja como para buscar más problemas innecesarios.

La fidelidad no es solo un sistema efectivo de supervivencia para mantener una familia unida, tampoco un valor de otro tiempo ni la resaca de una primavera pasada. Incluir variables en la difícil ecuación de las relaciones solo lleva a alterar el resultado y la experiencia dice que las consecuencias suelen ser dolorosas, sobre todo para la parte más débil. La fidelidad es la consecuencia de un amor profundo y libre que busca darse y entregarse a la otra persona sin cálculo. La infidelidad, por mucho que sea pactada y mutua, contradice el verdadero significado del amor y crea un profundo dolor. Porque el amor, con mayúsculas, implica la relación generosa e íntima entre las personas capaz de soportar de las vicisitudes y el paso del tiempo para crear algo nuevo y bueno para todos.

Álvaro Lobo, sj

Fuente: Pastoral SJ

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