Moisés Pineda, un hombre de 78 años, vive solo y en pobreza, sin embargo, su humildad y fe impacta en la comunidad cristiana. Los jóvenes de la parroquia de San Bartolomé de Arcatao en El Salvador, han dedicado varios días para hacerle sentir que no está solo y que su vida importa.
Manuel Cubías- Miguel Vásquez – Ciudad del Vaticano
La parroquia San Bartolomé de Arcatao pertenece a la diócesis de Chalatenango, en El Salvador. Esta región, durante la guerra civil (1980-1992) fue duramente golpeada. Arcatao que significa en lengua potón, “la casa de la serpiente”, quedó prácticamente deshabitada durante el conflicto bélico y muchos de sus pobladores buscaron refugio en la vecina Honduras, para poder salvar sus vidas. Esta realidad les enseñó a ser una comunidad organizada, preocupada por los derechos humanos y por la calidad de vida de sus pobladores.
El proceso de organización de la comunidad, impulsado por la parroquia y por otras instituciones locales, ha permitido que en este municipio se desarrolle entre muchos de los jóvenes y adultos, el deseo de servir a sus hermanos, y contrario a lo que algunos podrían pensar, el respeto a los mayores y la preocupación por su calidad de vida está bien presente en la comunidad.
Porque la vida importa
En casi todas las parroquias de la Iglesia Católica existen grupos de jóvenes. Arcatao no es la excepción. Se trata de un poblado básicamente rural, rodeado de montañas. Cada cerro tiene su nombre y el nombre encierra parte de una historia de resistencia y de lucha por la vida.
Nuestra historia tiene lugar en las faldas del cerro “Chichilco”, nombre que hace presente a una mujer de la comunidad que luchó contra la represión del ejército durante el conflicto armado.
Ante el temor al contagio, el deseo de servir
Justo en ese lugar, vive Moisés Pineda, un hombre de 78 años. Y aunque está solo en su humilde casa, fabricada con láminas de metal, realmente no vive en soledad. La comunidad le asegura acompañamiento y subsistencia y los pájaros, con su canto, alegran su corazón.
En este año de la pandemia, cuando todo mundo está preocupado por no contagiarse, un grupo de los integrantes del grupo juvenil parroquial se contagiaron del deseo por servir a los hermanos y se unieron para trabajar juntos por don Moisés, como ellos le llaman. Primero hicieron la milpa. En el lenguaje coloquial salvadoreño se dice hacer la milpa, para indicar el proceso de cultivo. Luego viene la tapizca, que indica el momento de recolección, desgrane y preparación para guardar en silos el maíz. El proceso dura varios meses, pues el cultivo se realiza durante la época de lluvias, y la tapizca, durante la época seca, el segundo paso fue realizado por otro grupo de jóvenes.
Según cuenta Rosa Elvira Córdova, animadora de la pastoral de Los Pozos, don Moisés los acompañaba al campo cada día que trabajaron, y aunque reducido en sus fuerzas, por la enfermedad, nunca se quedó atrás. “Los acompañaba y hacía lo que podía”.
Cuando ya habían cosechado el maíz y los frijoles, los integrantes del grupo de jóvenes, se fueron a los campos a buscar leña, porque de esta manera se aseguraban de que don Moisés pudiera hacer el café por las mañanas y cocinar los alimentos.
Don Moisés es un hombre muy apreciado en la comunidad. Su testimonio de fe y oración dan cuenta de ello. Cada día, afirma Rosa Elvira, lee la Santa Biblia, escucha la misa por la radio y reza dos Rosarios, uno por la mañana y otro por la tarde.
La parroquia de San Bartolomé propicia la creación de lazos de fraternidad en diversos campos, a través de una casa de retiros, la radio comunitaria, un centro de cómputo para facilitar el aprendizaje de niños y jóvenes, así como proyectos para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes.
Moisés Pineda, a los 78 años, una vida que importa
La misión
Como es costumbre, el reconocimiento a la labor realizada fue el momento de compartir un almuerzo. Una gallina guisada, tortillas calientes y un fresco de frutas. Usted amigo lector podría sentirse tentado a decir: misión cumplida. Los jóvenes de Arcatao piensan, misión comenzada, porque al construir la hermandad, cada vida importa.