Skip to main content

Bueno… hemos conseguido finiquitar un año más en pie. Con alguna que otra cicatriz más, pero también con un montón de historias añadidas a la ‘colección-de-momentos-imprescindibles’, compartidos con personas fundamentales en mi vida (gracias por cada una de ellas… son tan imprescindibles como esos momentos que colecciono…).

Hace años que no escribo carta a los Reyes… así que, quizá he perdido un poco la práctica. Este año, he decidido escribírtela a Ti. Para bien o para mal, he ido ganando la costumbre de amoldarme a lo que va viniendo, a lo que voy viviendo, así que no suelo hacerme grandes planes. A pesar de ello, sí me gustaría compartir contigo algunas de las cosas que me rondan la cabeza en estos días, aún a sabiendas de que las conoces mejor que yo…

Hay algo que aprendí de siempre (mis padres se encargaron de grabar a fuego en nuestro ADN ciertas cosas y una de ellas es esta): vivir desde el agradecimiento. Dar gracias a la Vida (…que me ha dado tanto…) por cada momento vivido, de alegría o de dolor. Porque los dos son imprescindibles. Por cada persona que llega a mi vida, aunque no a todas las tenga presentes de la misma forma, pero todas aportan, porque todas enseñan.

Y desde ese agradecimiento vital, empezaré por pedirte que sigas manteniendo la presencia… es otro de los mejores regalos que me hicieron en casa de siempre, y, sinceramente, me alegro que sea de las cosas que no se han ido desgastando con los años. Has ido ganando terreno, como ganan los buenos vinos con el tiempo. Y como los buenos vinos, es reconfortante comprobar que siempre estás más presente en las ocasiones importantes. Tan importante como respirar… Y me siento agradecida por ello (también por respirar…).

No quiero que me evites los momentos duros. No quiero vivir en una burbuja. Quiero seguirme empapando de las realidades con las que me encuentro, seguir aprendiendo… Sí me gustaría que los vacíos que a veces se provocan en esos días de vida a contrapelo los sigas llenando, que me sigas acompañando y llevando de la mano, aunque me ponga terca, como si aún fuera adolescente (aborrescente a veces, de acuerdo…). Que me sigas sosteniendo… porque ya tengo comprobado que solo contigo puedo levantarme, que aunque tire la toalla, la puedo volver a recoger.

Que me sigas mirando, también los días en que ni yo soy capaz de mantenerme la mirada en el espejo, porque es la forma en que, quizá, sólo quizá, sea capaz de acabar perdonando mis imperfecciones.

En fin… en realidad, nada que no hayas hecho por mí hasta ahora. Intentaré, por mi parte, seguirte el paso, que no siempre es fácil, pero tampoco imposible. Sigue teniendo paciencia, por favor. Y si me despisto, ya sabes, pon la música más fuerte, que seguro que siguiendo la pista te encuentro de nuevo…

Emilia

Fuente: Pastoral SJ