“La creación es motivo de contemplación en el Evangelio: Jesús nos habla de un Padre creador e invita a sus discípulos a reconocer la relación paterna de Dios con todas las criaturas”
“Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros y que a veces dejamos atrofiar”
“Recordemos que ‘cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso'”
“Durante estos días de novena, fieles a nuestra práctica contemplativa, esperamos en silencio y comunión con la creación, el nacimiento de Aquel que es la Vida misma”
“Contemplad las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros.
Pero el Padre celestial las alimenta” (Mt 6,26). (Cfr. LS 96 – 97; QA 55-57)
La creación es motivo de contemplación en el Evangelio: Jesús nos habla de un Padre creador e invita a sus discípulos a reconocer la relación paterna de Dios con todas las criaturas. Con una conmovedora ternura recuerda la importancia que cada una tiene a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6).
El Maestro estaba en contacto permanente con la naturaleza, en atención, con cariño y asombro. Recorría su tierra y se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, y hoy como entonces, nos invita a reconocer en la creación un mensaje divino: «Levantad los ojos y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32). Su invitación a estar atentos a la belleza que hay en el mundo es reconocida como una de las prácticas básicas contemplativas.
Aprendiendo de los pueblos originarios podemos contemplar la Amazonia y no sólo analizarla, para reconocer ese misterio precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo utilizarla, para que el amor despierte un interés hondo y sincero. Es más, podemos sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se volverá nuestra como una madre. Porque «el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres».
Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros y que a veces dejamos atrofiar. Recordemos que «cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso». En cambio, si entramos en comunión con la selva, fácilmente nuestra voz se unirá a la de ella y se convertirá en oración: «Recostados a la sombra de un viejo eucalipto nuestra plegaria de luz se sumerge en el canto del follaje eterno». Esta conversión interior es lo que podrá permitirnos llorar por la Amazonia y gritar con ella ante el Señor. Los creyentes encontramos en la Amazonia un lugar teológico, un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos.
Nos introducimos a las prácticas de contemplación, siempre en contacto con la creación: el canto de las aves, el mugir del ganado, el soplo del viento en las copas de los árboles; los frutos y hortalizas que sembramos y cosechamos, el paisaje montañoso, las aguas que corren frente a nosotros, los amaneceres soleados, las lluvias que empapan el paisaje, las flores y el aroma de las plantas; el revoloteo de las golondrinas, y aún los saltamontes, abejas, grillos y demás insectos sobre los prados verdes, han hecho parte de nuestra iniciación a la contemplación; pero todas estas creaturas ya estaban alabando con su existencia, antes que nosotros llegáramos. Ellas son como unos sabios que tienen tanto por indicarnos hacia el camino de la contemplación, mediante su pacífica, radiante y feliz existencia.
Las semillas caen en tierra y luego crecen plantas. Lo hemos visto con nuestros ojos, aquí en los verdes campos. Vemos a las aves crear sus nidos en los techos; y en las noches escuchamos cómo pían los polluelos para recibir alimento o acomodarse en los cielos razos… Todo… todo…nos habla del nacimiento, de la vida que florece. Dios da vida y la vida se manifiesta de múltiples formas… Todo nos habla de una continua Navidad…
Gracias a nuestra práctica atenta, silente y amorosa, vemos también reverdecer los campos estériles de nuestra existencia; muchas veces allí donde no había florecido nada. En este servicio de contemplación, Dios reaviva nuestra vida, le da vigor y alegría. Por eso, durante estos días de novena, fieles a nuestra práctica, esperamos en silencio y comunión con la creación, el nacimiento de Aquel que es la Vida misma.
Fuente: Religión Digital