Skip to main content

Probablemente el concepto de Dios sea la idea más pensada a lo largo de la Historia. En todas personas y, por supuesto, culturas está presente de alguna forma. En algunos casos cosificado a través de ídolos que lo limitan o en ideas que lo congelan, en otras negado explícitamente, y para muchos de nosotros intentando acercarnos como buenamente podemos. Nuestra visión original procede del pueblo judío, que tardó bastantes años en descubrir, a base de ensayo y error, cómo es Dios, hasta llegar a Jesucristo. No obstante, es imposible reducir a Dios a una idea, porque su presencia siempre nos descoloca y nos sorprende.

Dios es trascendente. Es decir, no podemos conocerlo a través de los sentidos, como lo hacemos con el agua, el aire o el cuerpo humano. Esto es importante decirlo, porque mucha gente se obceca y apoya su falta de fe en su imposibilidad para verlo, tocarlo o sentirlo. Que no lo podamos ver no significa que deja de existir. Hay muchas realidades presentes en nuestra vida que no podemos objetivar y aun así todos sabemos que están muy presentes. Pero por otro lado es inmanente, está presente dentro de cada persona. Y es que cada ser humano es un tesoro con un valor incalculable porque entre otras cosas, Dios habita dentro de nosotros. Es el motivo de nuestra conciencia, pero también en el ánimo de servir y en nuestra capacidad de amar.

Los cristianos entendemos a Dios como la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. A base de estudio, experiencia y de repasar la Biblia los teólogos llegaron a formular cómo en Dios hay tres personas, que interaccionan y que nos ayudan a comprender cómo es el amor de Dios y cómo se hacen presentes en el mundo. Al fin y al cabo, el pueblo judío descubrió en Dios un protector cercano y misericordioso que continúa hasta nuestros días gracias al Padre que les protegió de sus enemigos, al Hijo que les enseño el rostro verdadero y perfecto de Dios y el Espíritu que les guiaba y alentaba en todo momento. Tres personas y un solo Dios. Comunidad e identidad. Así de simple y así de complicado.

Entender a Dios con la razón es necesario –y ahí está la teología– pero no es fácil, porque no se le puede encerrar en nuestras ideas y categorías. Hay una parte que siempre será para nosotros un misterio, de lo contrario no sería Dios. Quizás la mejor forma de entenderlo es con el corazón, y asumir que en lo profundo hay alguien que nos mira con misericordia y que nos quiere con locura.

Álvaro Lobo, sj

Fuente: Pastoral SJ