Por Luca Pirola
Tiene el efecto de un choque, interpelante y vivificador: “Fratelli tutti”. Porque la idea de la hermandad universal no parece estar siendo muy bien recibida por el mundo últimamente, y ni siquiera entre muchos cristianos. Sin embargo, debería ser un pilar de nuestra fe. Y un paso adelante fundamental para imaginar un mundo mejor. Encíclica extraordinariamente actual, en relación con el período que vive nuestra sociedad, entre tensiones internacionales y crisis de pandemia, entre la salvaguarda del medio ambiente y una crisis en la comunicación interpersonal. También para un joven, como el que esto escribe, el llamamiento a la fraternidad que nos llega con la encíclica es muy incisivo.
Estados y culturas diversas. Globalización y fraternidad.
Hoy en día vivimos sin duda en un mundo cada vez más globalizado, que exige una apertura y una proximidad cada vez mayores entre los diferentes Estados y culturas. Una evolución en la que las nuevas generaciones pueden jugar un papel importante. Las oportunidades modernas de viajar y comunicarse representan una excelente ocasión de contacto y enriquecimiento, y nos invitan a vivir conectados y a participar en lo que sucede en todas partes del mundo. Sin excluir a ninguna de ellas. El acrecentamiento de objetivos de solidaridad y cooperación, por ejemplo, sin olvidar a los más expuestos al sufrimiento y a los riesgos del cambio climático, es un desafío clave.
La escena política internacional muestra cómo la globalización nos ha acercado en muchos casos, pero sin unirnos. Es significativo que el Santo Padre haya citado al Patriarca ortodoxo Bartolomé y al Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb como figuras inspiradoras de su encíclica, tras el histórico paso dado el año pasado en Abu Dhabi en materia de diálogo interreligioso.
La pandemia de la Covid-19 puede ayudarnos, como escribe el Papa Francisco, a recuperar “la conciencia de ser una comunidad mundial navegando en la misma barca”, y es de esperar que, en lugar de exacerbar los peligros nacionalistas ya manifiestos en los últimos años – a nivel europeo y mundial – pueda animarnos a evidenciar “un deseo mundial de hermandad”.
De la atención sanitaria a la economía. Los más cercanos: los excluidos.
El segundo punto que me ha llamado la atención se refiere a la atención a los excluidos en nuestro contexto social local. Los excluidos recientemente puestos al descubierto por la emergencia de la pandemia, por ejemplo, y descuidados en la atención de la salud o carentes de protección económica. Pero también en general, como escribe Francisco, los descartados que ya o “todavía no son útiles”, los no nacidos eliminados, o aquellos que “no sirven“ entre los ancianos. Y luego los pobres, los discapacitados y los considerados inferiores por su etnia o género. Sin olvidar a los que son objeto de las formas modernas de esclavitud.
Hasta ahora se ha prestado mucha atención a las directivas económicas eficaces para el crecimiento, pero no tanto al desarrollo humano integral. Se trata de categorías de personas excluidas con las que todos entramos en contacto en nuestra realidad ordinaria, cuya dignidad está en peligro de ser olvidada. “Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar”.
Frenesí digital y escucha. La comunicación en peligro.
El tercer punto está relacionado con el redescubrimiento de los demás como un regalo a través de una nueva atención comunicativa. “… Una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y cultivar juntos”. Los riesgos que representa un excesivo individualismo y una preocupante incapacidad de comunicación son considerables y están muy extendidos en nuestra sociedad. Es una sociedad muy interconectada hoy en día, pero en la que existe el riesgo, especialmente entre los jóvenes, de perder elementos importantes en la dimensión de la comunicación. “Los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas”. Las conversaciones digitales no pueden remplazar a las de proximidad física, y el frenesí que a menudo se encuentra en las primeras puede quitar espacio y tiempo para la reflexión y la escucha. Las conversaciones entre iguales que se multiplican no pueden ayudarnos a un diálogo profundo, y un auténtico camino de fraternidad sólo es posible si estamos dispuestos a tener encuentros reales y no superficiales.
En referencia a la crisis provocada por la pandemia de la Covid-19, he leído que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades […], y ha dejado al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. La crisis de la pandemia no nos aleja, por lo tanto, sino que se convierte en un importante impulso para la aspiración del mundo a la fraternidad. Acepto con alegría esta invitación que viene de la encíclica, la invitación a construir y a esperar en un mundo en el que podamos ser verdaderamente, mujeres y hombres, más “hermanos todos”.
Fuente: Jesuits Global