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José Saramago decía que si había que darle un título al tiempo actual, ninguno calzaba mejor que “la época de la mentira”; una mentira, decía, que se impone masivamente en la mente de las personas gracias a la gran industria de la comunicación y la cultura. Y no se equivocaba: las mentiras se usan a diario como estrategia política, repitiéndose con descaro. Sin embargo, construir sobre mentiras es hacer castillos de arena. Sin duda, puede ser más impactante y espectacular el hacer desde la falsedad, pero cuando la verdad resplandece, las máscaras se caen.

En los últimos días, tres de los pilares con los que el Gobierno construyó su discurso han colapsado o están tambaleándose. El primero, que la drástica reducción de homicidios se debe al Plan de Control Territorial. Este pilar se fue socavando poco a poco. En parte porque del Plan no se sabe nada y en parte porque las pandillas pasaron de ser el enemigo número uno a desaparecer en el contexto de la pandemia. Muy pronto, diversos expertos en el fenómeno alertaron de la posibilidad de que existiera un nuevo pacto gubernamental con las pandillas para reducir los homicidios. Un reportaje de El Faro, con documentos oficiales como prueba, lo confirmó. La credibilidad de la investigación trascendió las fronteras, mientras los esfuerzos por mantener la mentira no ha tenido éxito fuera de los más ciegos seguidores del presidente.

El segundo pilar, que este Gobierno “no ha recibido ni un centavo partido por la mitad” de parte de la Asamblea Legislativa. Este discurso también contrastaba con la realidad y con las denuncias de numerosas irregularidades en el uso de los recursos. La mentira se desmontó cuando el hoy expresidente del Banco Central de Reserva afirmó en la Asamblea que más de 3 mil millones de dólares han ingresado al erario público en concepto de deuda y donaciones. Y por decir la verdad, el funcionario fue castigado. En tercer lugar, la negativa del Ministerio de Defensa a abrir los archivos sobre la masacre en El Mozote mostró la falsedad del discurso presidencial a favor de las víctimas de graves violaciones a derechos humanos. La negativa militar a obedecer una orden judicial, además, echó abajo la narrativa de una nueva Fuerza Armada. Este esfuerzo en pro de la impunidad y de la defensa de los verdugos hermana a Bukele con aquellos a los que él llama “los mismos de siempre”.

Tanto se han tambaleado estos pilares que el mandatario impuso una cadena nacional para atrincherarse en sus mentiras, recurriendo a su ya distintivo estilo confrontativo y tóxico. Tanta es su desesperación que hizo los arreglos necesarios para que tres medios de comunicación le formularan preguntas acordadas de antemano, de modo que él pudiera contestarlas exhibiendo videos. En la noche del 24 de septiembre, el presidente alcanzó un nuevo hito en su triste carrera hacia la ignominia. Nayib Bukele se equivoca al pensar que denigrando personas e instituciones logrará ocultar la verdad. El que miente todo el tiempo termina ahogándose en sus propios embustes. Y al parecer, ese será el único legado de quien prometió renovar la política: insultos, mentiras y decepciones.

Fuente: UCA El Salvador