Los simples desmentidos, acompañados de visitas a las cárceles, no invalidan la información de El Faro sobre la negociación de altos funcionarios de Bukele con una de las pandillas más poderosas. No se trata de cuestiones opinables, sino de hechos registrados. La documentación es abrumadora e incontrovertible, y no puede desestimarse como “ridícula” y “falsa”. Los funcionarios negociaron la disminución de homicidios y el acopio de votos a cambio de buen trato penitenciario y la promesa de beneficios no especificados si el partido oficial gana las elecciones de febrero. La supuesta invalidez judicial de la documentación, alegada por uno de los funcionarios, no desvanece los hechos. El embajador de Estados Unidos acepta implícitamente la existencia de la negociación. Y agrega, pragmáticamente, que lo importante es la reducción de los homicidios. Más aún, el diplomático aprovecha la ocasión para señalar que Washington ha contribuido a dicho descenso. Todo ello a pesar de que las pandillas figuran en su lista de organizaciones terroristas.
Negociar homicidios y votos por dinero y privilegios con las pandillas no es nuevo. El mismo Bukele negoció con ellas en la alcaldía de la capital. Los actores son los mismos: funcionarios y políticos impotentes para contrarrestar su poder. Lo negociado tampoco ha cambiado. Las descalifican como terroristas y dicen aborrecer pactar con ellas, pero eso no ha sido impedimento para volver a las andadas. Los hechos muestran que la negociación es inevitable, porque el poder detentado por las pandillas es superior al del Estado. Las capturas masivas y las decenas de miles de detenidos no las han debilitado. A pesar del Plan de Control Territorial, su presencia eficaz en los sectores populares en estos meses de pandemia es indiscutible. Las pandillas suben y bajan la tasa de homicidios a su antojo —esta es incluso menor en los municipios sin Plan de Control Territorial—.
La revelación de El Faro ha puesto en aprietos a Casa Presidencial. No solo “Arena y el FMLN son una basura”, pues no solo ellos “negociaron con la sangre de nuestro pueblo”. Mientras el tuit presidencial los maldecía “mil veces”, altos funcionarios del Gobierno actual, acompañados de encapuchados, ingresaban en las cárceles sin identificarse ni pasar por los controles de seguridad para negociar con los líderes detenidos. Esta negociación demuestra, una vez más, que el fenómeno de las pandillas es tan extenso y está tan arraigado en la estructura social que solo queda dialogar y negociar acuerdos. Los empecinados en la represión violenta se resisten a aceptar que las pandillas detentan un poder militar, político y económico superior al del Estado. El embajador estadounidense, más práctico, así lo reconoce, al destacar que lo importante no es el cómo, sino la disminución de los homicidios.
Aceptada la inevitabilidad de la negociación, lo que cabe es plantear con claridad sus términos y sus objetivos. El diálogo y la negociación deben ser abiertos, así como lo fueron los que condujeron al final de la guerra, y deben evitar que el Estado se convierta en rehén de las pandillas. La agenda de negociación debe abordar el desarme de estas, su integración pacífica en la sociedad y las fuentes económicas, sociales y políticas que alimentan la violencia social. En un segundo momento es menester dilucidar las responsabilidades penales y civiles, así como también la superación de los agravios personales en orden a la reconciliación comunitaria. Aparentemente, el Estado tiene la ventaja de ser más eficaz que las pandillas en estas materias.
Hasta ahora, ninguna negociación ha buscado entendimientos para salvaguardar el bienestar general, sino perniciosos intereses particulares. Precisamente por eso, todas han sido clandestinas. La Casa Presidencial de Bukele, al igual que antes las de Arena y del FMLN, solo está interesada en reducir los homicidios como muestra de eficacia y para obtener votos. Un objetivo oportunista y muy parcial. Además de los homicidios, la población sufre la extorsión y el desplazamiento forzado.
No todo está perdido, Casa Presidencial puede transformar su vergüenza y la humillación en una oportunidad si el bien general de mediano y largo plazo prevalece sobre el interés particular y partidista de corto plazo. Orientar la negociación hacia el bien común requiere de mucha audacia. Con todo, el momento parece propicio. Por un lado, el presidente Bukele dice gozar de un elevado índice de popularidad. Por otro lado, las pandillas han reducido los homicidios y han colaborado con las autoridades en el control de la pandemia. Si Bukele tuviera voluntad política y valor, podría cambiar el rumbo de la negociación, conseguir la colaboración de las comunidades y vencer la resistencia de los intransigentes. Un presidente que tiende a sorprender con sus atrevimientos no debiera tener reparos para aprovechar su posición única y negociar con las pandillas la pacificación y la convivencia social. La efeméride de septiembre es oportuna para liberar a la sociedad de la esclavitud de la violencia destructiva, brutal e inhumana.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
Fuente: UCA El Salvador