«Cuando vengas a Auschwitz, recuerda que estás en un lugar en el que fueron asesinadas más de un millón de personas. Respeta su memoria. Hay lugares mejores para aprender a andar sobre las vías que en un lugar que simboliza la deportación de cientos de miles de personas». De esta manera, la cuenta oficial en Twitter del memorial de Auschwitz pidió a los visitantes al campo de exterminio nazi que no se hicieran fotos y retratos que trivialicen el significado de lo que allí aconteció. Auschwitz sigue siendo el centro por donde pasa hoy todo intento de darle sentido a la vida y la existencia humana, incluso a la fe en Dios. Es una sensación la conocen los que visitan un campo de concentración: todos esos intentos se desvanecen ante la mirada de las víctimas que hablan desde la memoria. Lo mejor es quedarse callado ¿Qué pinta en medio de todo eso una selfie con tu mejor cara triste?
De alguna manera, el «mal absoluto», que está en Auschwitz, tiene algo en común con la misma divinidad: no se puede hablar de ella en vano, hay una falta total de correspondencia entre lo que aconteció y las palabras usadas para expresarlo, entre lo que es y los modos humanos de dar cuenta de ello. Quizás porque en nombre de lo más Bello y Sublime los seres humanos pueden llevar a cabo todo tipo de atrocidades. O porque incluso en el infierno de Auschwitz también se rezó.
No tomar el nombre de Dios en vano es reconocer a las víctimas que lanzaron sus plegarias en los momentos que nos resultan más incomprensibles. Es reconocer que a Dios no le podemos atar a nuestra manera de ver, de sentir, de pensar, de comunicar o de hablar. Es dejar a Dios libre para que hable o calle, para que te llame o se retire. Es admitir que no sabes quién es –aunque le conozcas–, que no sabes cómo actúa -aunque te consuele-, que no comprendes el mal -aunque te duela- y que no puedes describir el bien –aunque te atraiga–. Dios parece no querer ser encapsulado fácilmente en conceptos y sentimientos: no es tan fácil poderle atrapar. Pero incluso esto lo hace por ti: porque si ya lo tuvieras, no lo buscarías; porque si ya le comprendieses, le quitarías su lugar; porque si ya conocieses su nombre, no le querrías seguir. Ni te dolería el mal. Ni te atraería el Bien. Qué menos, pues, que un paso atrás para no hablar demasiado o para no hacer gestos desubicados; qué menos, pues, que la prudencia para no tomar su nombre en vano.
Fuente: Pastoral SJ
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