Skip to main content

Uno de los más novedosos elementos que nos trajo la CG 36 y que pienso todavía no ha sido suficientemente valorado es la llamada “conversación espiritual”. Es como un precioso regalo pequeñito que recibe un niño en la noche de navidad y que, ante la magnitud de la fiesta y en medio de las músicas y de las expectativas del momento, se refunde y se olvida todavía empacado esperando que su destinatario lo des-cubra. Yo mismo soy un converso al valor infinito (literalmente) de ese instrumento para el discernimiento de la misión.

Después de la CG 36, cuando comencé a participar en los tres encuentros anuales del consejo ampliado del P. General, sentía artificial y demasiado formal la insistencia de algunos compañeros (especialmente de Europa) en que usáramos la metodología de la “conversación espiritual”: tres rondas de diálogo fraterno en el Espíritu en el cual, después de la oración personal y del ejercicio de “anotar las mociones”, se pone en común en una primera ronda lo escrito sin glosas ni comentarios ni preguntas, se deja reposar lo escuchado y en una segunda ronda se establece un diálogo aclaratorio o de profundización de ciertas cuestiones y, finalmente, en una tercera ronda se perciben (experimentan, identifican) los consensos y los disensos para encontrar “un camino abierto” como lo hicieron los primeros padres en sus deliberaciones.

La insistencia y la simplicidad del método me causaba cierta repulsión; justo lo del niño que desprecia el regalo pequeñito por centrar su atención en presentes mayores. Y yo no era el único del grupo; nos parecía que el discernimiento era una cosa más complicada, más difícil, más profunda, mucha más seria. La verdad fue que, poco a poco, en la medida en que íbamos acogiendo la simplicidad del método y yendo más allá de su servicio (del continente al contenido) y nos dejábamos tocar por el trabajo del Espíritu las barreras ideológicas y los prejuicios fueron cayendo; y no sólo eso, sino que aprendimos a hacer de la “conversación espiritual” un instrumento habitual y central en el discernimiento, sin por ello confundirla con él. 

Así se han alimentado todas las conversaciones del consejo ampliado del P. Sosa. Así se han enriquecido enormemente todas las asambleas y las deliberaciones de los provinciales en el seno de la CPAL desde 2017: nuestros aportes para el proceso de elección de las PAU, la decisión sobre el cuarto año de teología, el discernimiento del proceso de reestructuración de provincias, las orientaciones sobre el proceso de evaluación del PAC 2010-2020 y la planeación del PAC.2 (21-28), así como la decisión recientemente tomada sobre el CIF de Santiago de Chile en el marco de la evaluación y mejora de los tres CIF con motivo de sus 10 años.

Elegir (más allá de decidir) es ejercicio supremo de la identidad, de la dignidad y de la libertad, el más preciado de los bienes divinos. Todos estamos conminados día por día a tomar decisiones y a hacer elecciones en el ámbito personal, grupal o institucional. Siempre cabe la posibilidad de acertar o de errar – homines sumus. Contra la más corriente tentación de decidir y elegir movidos por “el propio amor e interés”, la conversación espiritual nos ofrece un instrumento precioso para dejarnos guiar por el Espíritu en función de la misión que nos ha sido encomendada.

Es tan simple que podemos despreciar su infinito valor; su simplicidad desafía nuestros métodos y nuestros prejuicios. En la medida en que la conversación espiritual se convierta en un modo habitual de intercambio en nuestras comunidades, grupos y obras apostólicas, prepara el discernimiento como modo de hacer elecciones en función de la vida-misión de la Compañía. Usémosla. 

Roberto Jaramillo, SJ.

Presidente CPAL

Fuente: Jesuitas.lat