«Reconozco una buena apuesta en cuanto la veo». Esta frase es de la película Contact, un film de ciencia- ficción basado en la novela homónima de Carl Sagan sobre una astrofísica agnóstica (Ellie Arroway) que, contra todo pronóstico, consigue contactar con los extraterrestres.
Es curioso que esta frase haya sido la que me ha venido resonando continuamente durante mi semana de retiro en un convento de carmelitas descalzas. No me malinterpreten, no es una broma ni un chascarrillo. Es una gran verdad. Y es que lo que he vivido allí ha sido de otro mundo. Ante mí se ha abierto la puerta a una experiencia de tanta profundidad, de tanta vida interior, de tanta libertad que me resulta complicado describirla.
Junto a esta comunidad de hermanas me he reafirmado en algo que ya el Espíritu, con ese soplar suyo tan suave, me había dejado entrever alguna vez: que hay otra forma de vida que subyace bajo la que llevamos cada día. Una más calmada, más consciente, más auténtica. Una vida de pequeñas cosas, de rutinas habitadas que se viven como novedad, de silencios que bailan con las palabras.
Esta vida quiso asomarse a nosotros durante el confinamiento al que vimos abocados, y que las redes sociales y los medios de comunicación nos presentaron como la oportunidad para entrar en nosotros. Todo al ritmo de un «Resistiré» que ya, por último, nos costaba entonar. Luego vino el fin del estado de alarma y, conforme pasábamos de fase, se nos fueron olvidando los mantras espirituales que nos dijimos corrimos como locos hacia una «nueva normalidad» consistente en la recuperación de aquella vida que sentimos que nos habían robado. Volvimos a creer que la única vida estaba fuera, en el ruido y el movimiento, por si acaso nos vuelven a confinar. Otra vez hacia dentro, donde todo se para y aparece lo que uno es en verdad. ¿Será que ese uno de nuestros miedos?
En el momento en que nos armemos de valor y decidamos oír la voz interior, nos pasará como a Ellie Arroway, la protagonista de la peli de la que hablé antes: descubriremos una vida «extraterrestre» (fuera del mensaje del mundo). Para ello, como Ellie, tendremos que despegarnos de las voces que desalientan, atrevernos a emprender la búsqueda en solitario si es preciso, mirar más allá y sentarnos a escuchar con paciencia. Entonces sí ocurrirá, sí percibiremos esa “señal” que nos invite a entrar en nuestro SER auténtico, ese para el que fuimos llamados.
Y no hará falta un confinamiento para ello.
Y podremos decir como Ellie Arroway, hacia el final de la película, cuando vuelve a la Tierra y le piden explicaciones acerca de su experiencia interestelar: «…recibí un don maravilloso, algo que me cambió para siempre […]. Una visión que nos dice que pertenecemos a algo más grande que nosotros, que no estamos solos, que ninguno de nosotros lo está». Una gran apuesta, ¿no creen?
Fuente: Pastoral SJ