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Con quince minutos al día te basta para sacarte un máster. Y con menos de diez cada mañana, te pones en forma. Y con que dediques quince minutos a la oración diaria, lo tienes hecho. Un par de mensajes, tres minutos en total, y vas manteniendo cualquier relación. Conforme más rápido, más inmediato, resultados instantáneos, es más claro que estamos avanzando, somos más eficaces. Nos gusta la posibilidad de ahorrarnos tiempo, porque cada vez tenemos menos tiempo que perder.

Es la cultura del chupito. Un trago rápido y consigo lo que quiero en el menor tiempo posible. Sin esfuerzo, sin perder el tiempo, sin aburrimiento… sin disfrutarlo. Es la cultura en la que el momento está por encima del proceso. Es más importante el cartel de meta que el camino recorrido.

Nos engañamos pensando que podemos retener momentos, que podemos vivir en fotos y publicaciones que recogen apenas un segundo de nuestra vida, y nos dejamos engañar porque muestran el mejor lado de ti, el resultado final, el momento en el que parece que todo va bien, el segundo del éxito, de cruzar la meta con los brazos en alto. Los problemas vienen cuando vamos intentando acumular esos momentos, apilarlos y almacenarlos, para poder recurrir a ellos cuando nos venga el bajón, las horas de trabajo y de aburrimiento.

Y vienen problemas porque no nos sostenemos en fotos, instantes, logros de un minuto. Envejecen mal, acaban sonándonos vacíos, casi falsos. Como un regalo cutre que en realidad no nos gustó tanto, aunque no perdimos la sonrisa cuando nos lo dieron.

Descubrimos que la suma de instantes de éxito no se asemeja, ni de lejos, a una vida tejida, que crece, camina y se cae. La vida no es estática, no se puede resumir en ir dedicando diez minutos a cada cosa que nos gusta, que necesitamos. Un máster –cualquier empresa– hecho en ratos de quince minutos nos dará un título, probablemente, pero raramente podremos decir que lo hemos ‘hecho’, más bien nos hemos limitado a ir saltando aros –como los animales del zoo– según se nos ponían delante. Sin aportar nada de nosotros mismos, sin tiempo para asimilarlo como parte de nosotros.

Debemos decidir entre lo instantáneo o lo elaborado. Entre el prefabricado y lo artesanal. Entre una vida entregada y gastada o una vida sin gastar, reservada siempre para un momento posterior.

Álvaro Zapata, sj

Fuente: Pastoral SJ