«Consumado en un breve tiempo, la plenitud de su vida llenó una época». Estas palabras fueron escritas para ilustrar la vida de un santo jesuita muerto muy joven, Estanislao de Kostka, el primero de los santos jesuitas de la época inicial de la Compañía de Jesús.
En un siglo XX marcado por la prolongación de la vida humana, estas palabras valen también para Alberto Hurtado (1901-1952). Vivió 51 años, de ellos 29 como jesuita. Su dedicación a Chile no le impide, sino que más bien le mueve, a viajar para profundizar sus estudios y para aprender siempre más formas de ir a la raíz de los problemas sociales. Hurtado recorre Chile sin descanso fundando Hogar de Cristo y movilizando jóvenes. Su personalidad, profunda y santa, ha marcado la Iglesia latinoamericana. El cáncer arrebata su vida a los 51 años en 1952. «Yo, un disparo a la eternidad»: así definió su vida. Canonizado en 2005 por Benedicto XVI.
Es en este contexto y legado de santidad, donde hemos de ver a los mártires jesuitas centroamericanos y de América Latina.
Los mártires de la UCA en San Salvador fueron: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Joaquín López y López, Ignacio Martín Baró, Amando López y Juan Ramón Moreno. Cinco nacidos en España, naturalizados centroamericanos, y uno salvadoreño de nacimiento, Joaquín López y López. La obra de sus vidas fue la Universidad Centroamericana de San Salvador, aunque dejaron su huella también en Nicaragua y Panamá y especialmente en Fe y Alegría. En la UCA, bajo el liderazgo de Ignacio Ellacuría cambiaron el carácter de la revista universitaria ECA haciendo de ella una publicación intelectualmente seria y cristianamente profética. Intentaron evitar el conflicto armado promoviendo la reforma agraria, se entregaron a los refugiados en los templos de la capital y acompañaron también su camino de regreso a El Salvador. Lucharon por abreviar la guerra civil y lideraron la oposición política más ilustrada del país. Incapaces de apreciar su hondura profética y de valorar su opción por los pobres, los altos jefes militares que dirigían la guerra civil contra los revolucionarios los asesinaron el 16 de noviembre de 1989 en una noche trágica. Tuvieron la suerte de ser asesinados junto con dos mujeres del pueblo que pidieron resguardo en su casa aquella misma noche trágica. Su opción fundamental sigue iluminando hoy a la UCA.
De Rutilio Grande, salvadoreño, martirizado en 1977, decía su provincial, César Jerez (†):«Es hombre sencillo, muy buen religioso, tiene un carisma especial para la pastoral y el contacto con la gente del campo, tiene madera de líder».
La vida dura e incluso desabrida de Rutilio, sus raíces familiares conflictivas, su crisis de identidad cargada de una desgarradora inseguridad…, ¿no nos desafían a tomar muy en serio los procesos de crecimiento personal, de modo que podamos entrar a la recreación de la experiencia de amistad en el Señor, de la comunidad de compañeros de Jesús, con una probabilidad mayor que la usual de encontrar en ella la felicidad a que nuestro llamado abre? (cfr CG 34, D8, 13).
Frente a la amenaza para la Amazonía del programa del presidente Bolsonaro, superderechista, es importante recordar al P. Carlos Riudaverts. Llegó al Alto Marañón en 1980 y era muy querido de los habitantes de la zona. Treinta y ocho años duró su misión al servicio de la Amazonía peruana. Tenía 73 años cuando fue asesinado en 2018 cuando salió a tratar de encarar a gente que intentaba robar en su parroquia, a uno de los cuales reconoció como su feligrés. Su vida nos deja un legado de entrega, compromiso y responsabilidad. Un servicio de amor compartido que será continuado por otros jesuitas y laicos que emprendieron la labor educativa junto a él.
Antes había sido asesinado en 1927 Miguel Agustín Pro, jesuita mexicano. Durante sus primeros años de sacerdote tuvo que desarrollar su apostolado clandestinamente en su propia patria en tiempos de la persecución anticatólica de varios gobiernos mexicanos de la Revolución. Una vez de haber entrado a México, fue apresado y acusado del intento de asesinato del presidente Obregón, a pesar de que el autor confesó su crimen ante la policía, precisamente para evitar que Pro fuera acusado falsamente de aquel magnicidio. El presidente Calles, sucesor de Obregón, ordenó la continuación de su juicio y Miguel Agustín Pro fue condenado a muerte por el asesinato de Obregón. El P. Pro vivió el período de cárcel con la misma unión con Dios con la que había vivido su joven vida. Fue fusilado el 23 de noviembre de 1927 a los 36 años. Su entierro se celebró en la Ciudad de México con una asistencia multitudinaria del pueblo cristiano.
Son estos algunos de los jesuitas mártires en América Latina y algunos de los santos jesuitas que, sin haber acabado su vida en el martirio, han sido reconocidos, todos ellos, como ejemplos de vida en América Latina hasta las últimas consecuencias.
[Artículo de la publicación “Jesuitas – La Compañía de Jesús en el mundo – 2020”, por Juan Hernández Pico SJ]