En la fiesta de la Asunción de María y aniversario del nacimiento de Mons. Romero transcribo unas pocas frases del santo:
Denunciaba “la absolutización de la riqueza… las propiedad privada como un absoluto intocable y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema! No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, y la mayoría marginal se está muriendo de hambre”. (12 de agosto de 1979)
“Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. ¡Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión!”. (16 de marzo de 1980).
“Los conflictos violentos no desaparecerán hasta que no desaparezcan sus últimas raíces. Por lo tanto, mientras se mantengan las causas de la miseria actual y se mantengan la intransigencia de las minorías más poderosas que no quieren tolerar mínimos cambios, se recrudecerá más la explosiva situación. Por tanto la construcción de la justicia social es la tarea más urgente”. (3ª. Carta pastoral 6 de agosto de 1978)
Exhortación Apostólica “Pastores gregis”. En este extenso documento, en el capítulo VII , se reflexiona sobre el papel del obispo ante los retos del mundo de hoy. Y en los textos de este apartado encontramos profundas semejanzas con lo que Mons. Romero vivió y representó. En primer lugar se nos presenta una situación social muy semejante a la que a nuestro obispo en cuestión le tocó vivir. …“la guerra de los poderosos contra los débiles ha abierto profundas divisiones entre ricos y pobres”. Y todo ello “en el seno de un sistema económico injusto, con disonancias estructurales muy fuertes”.
En estas situaciones, el documento papal menciona una serie de actitudes y compromisos que competen al obispo en general: Padre de los pobres, defensor de los derechos del hombre, afianzado en el radicalismo evangélico, capaz de desenmascarar las falsas antropologías y de discernir la verdad. Debe ser además “profeta de justicia” y asumir “la defensa de los débiles, haciéndose la voz de los que no tienen voz para hacer valer sus derechos”.
Al hablar a los militares y pedirles un cambio radical frente a las violaciones a los Derechos Humanos, no dudaba en insistir en el amor que sentía por ellos: “Conviértanse. No pueden encontrar a Dios por esos caminos de torturas y de atropellos. Ustedes que tienen las manos manchadas de crimen, de tortura de atropello, de injusticia, ¡conviértanse! Los quiero mucho. Me dan lástima porque van por camino de perdición”
Su propio martirio se había ido forjando desde la solidaridad con los que habían dado su vida por los demás. “El hecho es que cuando quisieron apagar la voz del P. Grande para que los curas tuvieran miedo y no siguieran hablando, han despertado el sentido profético de nuestra Iglesia” .
“He sido frecuentemente amenazado d muerte. Debo decirle que como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede Ud. decir, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá así se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”
José María Tojeira, S.J.