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¡Ya estamos! La experiencia propuesta a los jesuitas, y a los que se inspiran en San Ignacio espiritualmente, fue lanzada anoche en Pamplona, España. De hecho, el P. Arturo Sosa, Superior General de la Compañía de Jesús, inauguró el “Año Ignaciano” que se celebra del 20 de mayo de 2021 al 31 de julio de 2022.

Desde hace algunos meses, en las distintas Provincias y Regiones del mundo, la gente se ha estado preparando para vivir este año de muchas maneras. Pero lo que une todos los proyectos, publicaciones, vídeos, encuentros, medios de animación, es el tema “Ver nuevas todas las cosas en Cristo”. Es también la invitación a seguir a Ignacio en una experiencia de conversión.

Fue aquí, en Pamplona, donde la aventura de Ignacio de Loyola tomó una dirección totalmente nueva, totalmente nueva porque se unió a Cristo, totalmente nueva porque vio el mundo y la gente, y su futuro también, con los ojos de Cristo.

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La celebración eucarística celebrada por el arzobispo de Pamplona, monseñor Francisco Pérez González, puso de relieve esta novedad que supone la conversión al proponer, como segunda lectura, un pasaje de la primera carta de San Pablo a Timoteo. Pablo escribe cómo la gracia de Dios le tocó y le permitió pasar de una vida de perseguidor de la Iglesia a una vida basada totalmente en Cristo. En su homilía, el P. General lo destacó claramente:

Como san Pablo, Ignacio reconoce que es un pecador, un pecador salvado por Cristo. Y da gracias a Dios por su conversión y su nueva vida. La novedad –como para todo converso- es, sobre todo, Jesucristo. Dicho de otro modo: a Íñigo no le da igual una vida sin Cristo o con Él. Aquí está la diferencia entre el antes y el después. La novedad del Señor es determinante, es la que decidirá su futuro. Estar con Él, conocerlo, estar a su lado, amarle y seguirle, es lo que le hace caer en la cuenta que ya no es el mismo, y que esta novedad vale la pena, que ya todo depende de eso.P. General Arturo Sosa

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La primera lectura de la misa hablaba de la conversión que tuvo que hacer el pueblo de Israel tras la destrucción de Jerusalén y el exilio a Babilonia. La esperanza sólo podía restablecerse al escuchar la palabra de los profetas, en realidad la palabra del Señor, que proponía un cambio de rumbo, una conversión que les permitiera elegir un camino de vida en lugar de un camino de muerte.

Es una conversión similar la que Cristo, en el Evangelio de Lucas, pide a quienes muestran su intención de seguirle, pero se resisten a dejar atrás, lo que les ata a su pasado: “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre”, dice uno de sus discípulos. Jesús respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios” El P. Sosa, de nuevo:

Adaptando el Evangelio, Ignacio no puso la mano en el arado y miró hacia atrás. Entendió ya desde su providencial curación en Loyola que su seguimiento de Jesús supondría abandonar tantas seguridades materiales, familiares o sociales, de las que podría haber disfrutado, para introducirse de lleno en el “modo de proceder” del propio Jesús. Con pobreza de espíritu, y en ocasiones material, quiso conformarse con Jesucristo, adoptando las particularidades de su vida, sin poner condiciones, (…) consciente de la fragilidad que le descubrió la bala de cañón en Pamplona, y que le condujo a poner su confianza en Dios.P. General Arturo Sosa.

Fuente: Jesuits Global