Celebrar la fiesta de Santa María Virgen, madre de la Compañía de Jesús, cada 22 de abril es una tradición que data de 1541 cuando los primeros jesuitas realizaron sus votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia ante la imagen de Santa María Virgen en la basílica de San Pablo de Extramuros. Desde ese momento, la devoción se extendió por toda la Iglesia impulsada por la influencia de la Compañía de Jesús.
Este día es un recordatorio de que Jesús, el hijo de Dios, nació de una mujer sencilla que con su sí cambió la historia. Con su sí, María hizo posible que el plan de Dios se llevara a cabo a través de su confianza y su libertad. San Ignacio de Loyola, entonces, dio los mayores pasos de su vida de fe y de entrega a los demás siempre acompañado de la Virgen.
El 22 de abril de 1541 supone el nacimiento de un vínculo determinante entre el carisma jesuita y la madre de Dios inspirado por la conversión del propio San Ignacio y de los jesuitas que lo acompañaron y que se unieron a la Compañía con el paso del tiempo. La celebración actual nos invita a seguir el ejemplo de Ignacio y los primeros jesuitas: a dejarnos acompañar de la madre de Dios.