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Dice un buen amigo que cada vez hay más palabras vacías de contenido, términos comunes que nos suenan bonitos, pero a los que les hemos ido arrancando su significado hasta vaciarlos. En el mundillo eclesial la palabra comunión avanza peligrosamente por este precipicio. «Hay que cuidar la comunión», «seamos Iglesia en comunión», «nuestra experiencia de comunión». Un bonito eslogan que sin embargo sabemos que no es fácil de vivir y que en muchas ocasiones preferimos dejar en el cajón de las frases hechas en vez de atrevernos a ponerlo en práctica.

La comunión conlleva respetar el principio de la diferencia, y lo diferente solemos percibirlo como una amenaza. Por eso, preferimos buscar alternativas a la comunión que nos permitan relativizar, o incluso evitar, la llamada a vivir en unidad con aquellos que son diferentes respetando su diferencia.

Una alternativa a la comunión es la mimetización, vivir una idílica comunión con aquellos que piensan, sientan y buscan lo mismo. En primer lugar, esto suele ser poco real, pues por naturaleza tendemos a la diferencia, pero aun cuando se da de forma real provoca un tremendo empobrecimiento. La pluralidad de los matices se reduce a una opción unívoca, empobrecida y muchas veces fácil de dirigir. La uniformidad, el pensamiento único y la negación de lo personal no solo no es comunión, sino que tampoco es cristiano.

La otra opción, más difícil de distinguir, es la simbiosis. Bajo el velo de la comunión se esconde con demasiada facilidad la búsqueda de intereses comunes. El otro y sus diferencias no son fuente de riqueza sino un mal tolerable para conseguir un bien mayor. Esta opción utilitaria lastra muchos de nuestros grupos laicales, parroquiales, congregaciones, presbiterios. Es lícito buscar el bien común, pero la Iglesia no es una empresa en busca de eficiencia. Cuando el interés se cuela como motor de las relaciones, el amor y la gratuidad van perdiéndose hasta desaparecer, y sin ellos no puede haber comunión.

Y es que la comunión no es solo un concepto teológico, un modelo eclesiológico o un acto sacramental, la comunión es parte de la opción de vida de los cristianos y muy significativamente en la identidad de algunas vocaciones, como la del presbítero diocesano. La comunión, bebiendo de la reflexión teológica sobre el misterio de comunión que es Dios mismo, es la opción de los libres, de los que están dispuestos a acoger al otro tal cual es, del que busca la unidad respetando la diferencia para así poder caminar juntos.

El testimonio de comunión (Hch 2, 42) ha sido siempre fuente de evangelización, cuidemos con nuestras decisiones individuales una verdadera comunión eclesial, que quienes miran a las comunidades no vean grupos cerrados, bandos, pactos o clones, sino la común unión de los que se aman libremente.

Javier Prieto

Fuente: Pastoral SJ

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