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A LA ESCUCHA DE LA PALABRA

La espiritualidad de Ignacio de Loyola tiene como experiencia fundante la vivencia trinitaria. Y así se refleja en la contemplación de la Encarnación en los Ejercicios Espirituales. Es la experiencia de un Dios comunidad cuya dinámica es darse en la comunicación nacida del amor. Es la experiencia de Dios que culmina en los Ejercicios con la Contemplación para Alcanzar Amor. Un Dios siempre creando, dando el ser y dándose a sí mismo a la creatura. El Dios que se hace Palabra de carne. Por eso la oración es fundamentalmente escucha. Como diría Karl Rahner, nuestra condición es ser oyentes de la Palabra. Por eso la espiritualidad que nace de los Ejercicios implica estar atentos a la voz de Dios, a la escucha de su Palabra, que se nos comunica en nuestra vida exterior (la historia) e interior.  Es la actitud de discernimiento personal y comunitario. Por eso la importancia que da Ignacio al examen como momento de escucha del paso de Dios por nuestra vida. Una comunicación que comienza por la escucha de la Palabra de Dios antes de pronunciar la nuestra. Así al que da los Ejercicios le aconseja no hablar demasiado, no hacer ruido a la voz del Señor que se comunica.

De ahí la importancia que Ignacio daba a la comunicación para la vida del cuerpo de la Compañía. El énfasis que Ignacio pone en la cuenta de conciencia, en la escucha de los consultores, en el diálogo espiritual, en la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios que tiene su experiencia fundante en la deliberación de los primeros Padres, y que desemboca en la fundación de la Compañía de Jesús. Esto explica la importancia de la comunicación: personal, comunitaria o por carta en los comienzos de la Compañía.

Las nuevas tecnologías han puesto en nuestras manos instrumentos que nos ayudan a la comunicación, que nos abren nuevas posibilidades insospechadas en los tiempos de Ignacio. No sólo expanden la velocidad y cantidad de la información y facilitan la participación, sino que transforman las capacidades de escucha y comunicación.

La velocidad y alcance de la comunicación virtual nos permite mejorar la cantidad de información y la rapidez para obtenerla haciendo posible tomas de decisión mucho más complejas, pero tentándonos de la superficialidad y provisionalidad que puede producir la sobreabundancia de insumos poco procesados. Las nuevas oportunidades de contemplación y aplicación de sentidos con tecnologías cada vez más sensoriales tienen que afinar el discernimiento por los peligros que la comunicación virtual abre al ocultamiento, la mentira y la falta de compromiso.

Este mundo pluriconectado a través de múltiples redes puede llevarnos a la lógica del zapping, de la falta de concentración, a la dispersión, a distraernos de nuestro principio y fundamento. Pero si los hilos que nos conectan están cargados de una identidad plena de sentido compartido que nos facilita un lenguaje común de transparencia y diafanidad, y de una misión común que nos compromete y nos une en un proyecto de vida común, la comunicación se convierte en un estilo de ser y hacer fundamental para nuestra vocación. Ella arma el cuerpo apostólico, ampliado a todos los colaboradores de la misión de Cristo, y se hace necesaria para la vida espiritual y apostólica.

Por eso el gobierno de la Compañía, la vida espiritual de cuantos compartimos la manera ignaciana de vivir el Evangelio, la vida comunitaria, constitutiva de nuestra misión, y la proyección apostólica, requieren ser repensadas a partir de las nuevas posibilidades y estilos que nos abren las tecnologías de la comunicación.

En la reunión del Sector Comunicación, tenida en Santo Domingo, nos planteamos como mejorar nuestra comunicación interna: las formas de acompañamiento, de discernimiento personal y comunitario de nuestra identidad y misión en un mundo cambiante, intercultural e interreligioso; la necesidad del diálogo, comunicación de doble vía, especializada en la escucha, que nos permita aprender a escuchar a Dios juntos, para poder hablar de Él con un mismo lenguaje pentecostal, con el que podamos entendernos sin perder la riqueza de la diversidad, y mostrarnos como un cuerpo para una misión común de servicio de la fe y promoción de la justicia.

Jorge Cela, S.J.

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