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La educación en la misión de la Compañía de Jesús

C  onsideraciones sobre el ministerio de la educación

Roberto Jaramillo Bernal, s.j.

En un mundo que amenaza el valor universal del saber diariamente porque se universaliza lo banal y se banaliza lo que tendría (o tiene) valor universal, nuestro ministerio educativo, y particularmente las instituciones universitarias jesuitas, debe ser uno de los lugares propios  y eminentes de la humanitas, entendiendo esto tanto lato sensu: "todo lo que los hombres y mujeres pueden experinmentar, sin absolutamente ningún miedo ni censura", como stricto sensu: "ejerciendo su capacidad de encontrar, crear y proponer sentido y valor al conocimiento, sus productos y consecuencias".

 

A este paradigma jesuítico básico de la educación se ha agregado en los últimos años la idea de que lo que queremos formar en nuestras instituciones son personas competentes (utilitas ), conscientes (humanitas), comprometidas (iustitia) y compasivas (fides). También en ésta nueva formulación del mismo paradigma L-K podemos rescatar la tarea de la formación de personas CONSCIENTES como el pibot central y articulador de las otras dimensiones; pues sólo seres verdadera y crecientemente conscientes pueden encontrar y dar sentido y valor al desarrollo y ejercicio de capacidades, al compromiso con lo que llamamos bien común, y a la compasión como actitud que liga (fides / religio / religare) o vincula al mismo tiempo la vulnerabilidad y la trascendencia de la experiencia humana.

Estuve participando las dos semanas pasadas en eventos relacionados con nuestro ministerio en el sector de educación primaria y secundaria (JESEDU, Rio de Janeiro) y educación universitaria (Coloquio Humanismo y Humanidades del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO, en Guadalajara). Fue para mí una oportunidad de aprender, reflexionar y profundizar sobre los desafíos que tenemos en este importante servicio que presta la Compañía en América Latina y en el mundo: más de 800 colegios (sin contar con las instituciones de Fe y Alegría y del SJR), y alrededor de 180 instituciones universitarias, de diferentes dimensiones, en el mundo.

Este complejo “cambio de época” en que andamos (difícil todavía de definir) y que ha traído consigo o que supone la fragmentación de los saberes y la dispersión de las informaciones (además de otras cosas: como la fragmentación de las identidades y sus juegos, o de los partidos políticos – casi disolución; o la explosión y reformulación de la familia, el resurgimiento de las agencias étnicas – otrora olvidadas o negadas – y la revelación de nuevas relaciones de género, etc.) coloca nuestros ministerios, especialmente del sector de la educación superior delante de sus orígenes y de su vocación fundamental:

– ser el lugar del diálogo, la discusión y el enriquecimiento de los más diferentes campos del saber (instituciones capaces),

– de la creación y afirmación de saberes mayores y más profundos adjetivados como universitarios no por la acumulación de informaciones, sino por la capacidad de hacer síntesis múltiples cada vez más ricas que generen valores y sentidos culturales (instituciones conscientes),

– capaces de proponer direcciones de acción que transformen la realidad de la desigualdad, la injusticia y la exclusión (instituciones comprometidas) y

– en las cuales el ser humanizado se auto trascienda hasta llegar a la posibilidad de experimentar en su vulnerabilidad (personal, comunitaria, social, histórica) la Trascendencia que nos inspira y sostiene en este servicio (instituciones compasivas).

En su reciente discurso a los delegados de educación secundaria el P. General Arturo Sosa proponía una quinta “c” para agregar a la actualización del paradigma L-K: “coherencia”: la capacidad de hacer lo que decimos. Todos nosotros estamos llamados a considerar este desafío en el ministerio en que estemos, sea una institución educativa u otra cualquiera. Coherencia personal, coherencia comunitaria (de nosotros como comunidades religiosas jesuitas), coherencia institucional. De ella depende, en último término, nuestra credibilidad y nuestra autoridad. Este es un llamado divino para todos y cada uno de nosotros y nosotras, colaboradores y colaboradoras en la misión de Cristo.

 Roberto Jaramillo Bernal, s.j.

 

  

 

 

 

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