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Ordenación Sacerdotal de Melvin Otero S.J.

Con mucho júbilo y sentimientos encontrados, llegué a ese momento por tanto tiempo esperado y que ponía fin a la larga espera. Finalmente se cumplía la promesa que cuatro años atrás había recibido de parte de Dios cuando me llamó a este nuevo modo de servirle, y que se hacía realidad a través de la imposición de manos de monseñor José Luis Lacunza, O.A.R, obispo de la Diócesis de David.

Eran las diez de la mañana del día 6 de diciembre cuando entraba a la Iglesia de la parroquia de San Félix, acompañado por seis jesuitas sacerdotes concelebrantes, dos diocesanos, el Obispo y 2 seminaristas que desempeñarían la función de Acólitos.

La capilla estaba abarrotada de gente, venida desde Guatemala, El Salvador, de Panamá capital, de los pueblos vecinos; Lajas, Remedios, San Félix, David, es decir, que había más gente de la que esperaba, además de familiares y amigos de mi pueblo de Juay. Fue el ver a tanta gente esperando ese momento lo que despertó en mí esos sentimientos encontrados. De alegría, sí, por supuesto que estaba de una felicidad nunca imaginada, pero también de temor, al percibir tanta emoción en la gente, propia de la esperanza de quienes veían en ese acontecimiento la presencia de un Dios que les ama, a pesar de todo, y que ponía en medio de ellos un nuevo pastor, salido de en medio de su pueblo.

Eso me hizo sentir la responsabilidad que asumía a partir de ese momento, lo cual me asustó mucho, pero lo pude leer y sentir como la voz de Dios que me marcaba por dónde iría esta nueva tarea que me encomendaba; apacentar a su pueblo con misericordia para que sepan cuánto les ama su Dios. Pedir para me concediera las fuerzas, la claridad, la paciencia y la ternura para saber hacerlo, fue lo que ocupó mi mente durante toda la ceremonia, para que el Espíritu, que se hacía presente, hiciera de mí un sacerdote para la gente, servidor de la gente y comprometido con los más necesitados.

Ahora que he empezado a ejercer mi sacerdocio, desde la primera misa, he comprendido que ser sacerdote no es otra cosa que ponerse en las manos de Dios para que sea Él quien, por medio de su Espíritu, llegue a la gente que está sedienta de atención, de la ternura de un Dios que es amor y misericordia, un Dios que nunca olvida a su pueblo, como nos lo enseña Jesús, y como traté de transmitirlo en mi primera Misa, celebrada bajo una enramada cubierta con hojas de palmeras, al aire libre, y acompañado de un grupo de hermanos jesuitas, que no escatimaron distancia ni compromisos para acompañarme en este momento tan trascendental en mi vida. A ellos mis más sinceros agradecimientos por estar, junto con mi pueblo y mi familia, celebrando el inicio de lo que será mi nueva vida en la Compañía de Jesús.

Agradezco también a todos los que, en la distancia, me acompañaron con sus oraciones, y a quienes les pido sigan acompañándome y pidiendo a Dios nuestro Padre, para que mi sacerdocio sea un verdadero testimonio de amor y de servicio. Así sea.      

Melvin Arístides Otero, S.J.

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