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Hoy 22 de abril, día de la Tierra, es un día para rendir homenaje a nuestro planeta y reconocer a la Tierra como nuestro hogar. 

 

La Compañía de Jesús y la ecología

Patxi Álvarez, SJ

En la Compañía la preocupación por la ecología es reciente, si bien tiene algunos antecedentes tempranos. Allá en 1983, la Congregación General (CG) 33 mencionaba cómo los seres humanos destruimos la naturaleza creada, algo que vinculaba al desprecio del Amor Creador. En 1999, el Secretariado del Apostolado Social publicaba el documento “Vivimos en un mundo roto, reflexiones sobre la ecología”. Más recientemente, la CG 35, en 2008, hablaba de la reconciliación con la creación como un aspecto esencial de nuestra misión de reconciliación con Dios y con los seres humanos. Señalaba cómo la vasta destrucción del medioambiente amenaza el futuro de la Tierra. En 2011 aparecía otro documento, “Sanar un mundo herido”, acompañado por una Carta del P. General en la que nos reclamaba un cambio de corazón, agradecido a Dios por el don de la creación y dispuesto a emprender un camino de conversión.

Necesitamos renovar el corazón, como nos pide el P. Nicolás, una conversión. La experiencia indica que el anuncio de catástrofes futuras moviliza poco. Solo una actitud de cariño y aprecio por la creación, un sentimiento de agradecimiento por ella, nos llevará a quererla y cuidarla. Un cambio de actitud que nos hará asimismo crecer como seres humanos.

Cuando en la Compañía y en la Iglesia hablamos de la preocupación por la ecología de modo general, en realidad estamos queriendo abarcar tres aspectos inseparables.

 El primero de ellos es el cuidado de la naturaleza. Se trata de conocerla, quererla y protegerla. Conlleva un interés por la vida en todas sus formas y un aprecio por la naturaleza que nos rodea. En la tradición cristiana, todas las realidades nos remiten al Creador, en mayor medida cuanto más complejas son. Tienen un valor en sí mismas; no están ahí sencillamente para abusar de ellas, ni para degradarlas, ni para eliminarlas. De aquí se deriva una actitud de alabanza y de agradecimiento por la creación y por la naturaleza, una actitud que es profundamente ignaciana. En las últimas décadas, en la teología cristiana se va desarrollando cada vez más el concepto de “cuidadores” de la creación: llamados a ser sus cuidadores. Como en toda familia, la responsabilidad del cuidado debe recaer sobre quien tiene más capacidades. Este es el papel del ser humano en la gran familia de la creación.

El segundo de los aspectos es la defensa de los más vulnerables, que como hemos dicho, son las comunidades más pobres y las generaciones futuras. En el terreno que así decimos ecológico se juega una cuestión de justicia. Las poblaciones que menos han contribuido al deterioro del medioambiente son las que se encuentran más expuestas y las que pagarán un precio más alto. Esta es la gran paradoja, pues, por el contrario, los países que llevan más tiempo beneficiándose del desarrollo industrial y que han dañado más la naturaleza y expulsado una mayor cantidad de gases invernadero, esos son los que están mejor preparados para defenderse de las consecuencias que se derivarán de la crisis.

El tercer aspecto que abarca nuestro compromiso con la ecología se refiere a un nuevo estilo de vida. El modo de vida consumista de los países que solemos decir desarrollados, así como el de las poblaciones ricas del resto de países, no puede alcanzar a todos, porque el planeta no dispone de tantos recursos. Es insostenible e injusto. Necesitamos una nueva forma de cultura. El P. Ellacuría, asesinado en El Salvador en el año 1989, solía hablar de la necesidad de una “cultura de la pobreza”, como contrapuesta a la “cultura de la riqueza” que depreda la naturaleza y somete a los seres humanos. Manteniendo la vigencia de sus palabras, pero adaptándolas a nuestro tiempo, podemos hablar de la necesidad de una “cultura de la sobriedad compartida”, esto es, respetuosa de la creación y solidaria con los seres humanos más vulnerables. Este estilo de vida habrá de dar más espacio a los dones inmateriales de la existencia humana: la amistad, la contemplación, la escucha mutua, el cuidado de los débiles, la profundidad espiritual, el sencillo disfrute humano…

Estamos llamados a vivir más humanamente, lo cual pasa hoy por ser respetuosos y amantes de la vida en todas sus formas. Sobriedad, sencillez de vida y solidaridad serán sus signos. Será una vida más bella y más plena.

Hablamos por tanto de cuidar la creación, defender a los más vulnerables y descubrir un nuevo modo de ser humanos. Como puede verse, la palabra ecología no recoge esta riqueza de contenidos. De hecho, la última Congregación General de la Compañía hablaba de “reconciliación con la creación”, una expresión más completa. Pero el uso de la palabra ecología sigue permitiéndonos trazar un puente de diálogo con tantas personas que, desde otras tradiciones humanas o religiosas, están defendiendo la creación como nosotros.

Por encima de todo, debemos afirmar con fuerza que hay esperanza. Hay una ingente cantidad de personas involucradas en la protección del medioambiente: se trata de agricultores, consumidores, científicos, economistas, gentes de empresa, políticos…La creciente conciencia está llevando a un mayor compromiso, que surge en multitud de rincones del planeta. De un modo especial, las generaciones más jóvenes tienen una sensibilidad mayor. Entre los jóvenes pueden encontrarse opciones radicales de vida sobria y no consumista.

Por su parte, las religiones tienen un papel crucial que jugar. Por un lado, porque las motivaciones para comprometernos en este campo son últimamente espirituales. Por otro, porque ofrecen propuestas de vida buena. Buena parte de la defensa del medioambiente tiene que ver, como decíamos, con un nuevo estilo de vida que las religiones están llamadas a promover. Optar por la vida hoy incluye defender la creación en lo cotidiano.

La Compañía está tratando de responder a este desafío de modos muy diversos. Existen comunidades que reducen sus residuos, reciclan, que han instaurado un día vegetariano a la semana, que han eliminado el uso del coche privado, realizan un seguimiento de su “huella ecológica”, ahorran agua, usan energía solar… Muchas instituciones −como colegios, universidades, casas de ejercicios, centros sociales− tienen programas de eficiencia energética, gestionan sus recursos hacia el reciclaje, difunden la conciencia medioambiental, construyen edificios respetuosos con el medioambiente, preservan un campus verde…

Hay instituciones que se dedican a la protección de las comunidades pobres que experimentan de modo cíclico los efectos de los desastres naturales. Otras están acompañando a poblaciones desplazadas de sus tierras por grandes proyectos llevados a cabo en nombre del desarrollo. Otras más trabajan desde hace décadas por alumbrar modos alternativos de desarrollo que sean sostenibles, sustenten la vida humana y respeten la naturaleza. Existen también iniciativas internacionales que están ayudando a que nuestra sensibilidad adquiera más madurez y mueva a un mayor compromiso.

Sin embargo, nos falta aún mucho por hacer. El reto, como decíamos es civilizatorio, pues necesitamos dar a luz un modo nuevo de ser humanos, como individuos y como sociedades. Y eso, dadas las condiciones actuales en que entendemos en qué consiste vivir bien, supone que el desafío es revolucionario. La Tierra se encuentra en un trance histórico que amenaza la vida que la habita. Las personas, llamadas por Dios −el amigo de la vida− a ser su imagen y semejanza, no le podemos fallar.

En la Formula Instituti de 1550, San Ignacio identifica la “reconciliación de los desavenidos” como una misión clave para la Compañía de Jesús. El enfoque de la Congregación General 35 sobre la reconciliación, como el llamamiento a “rectificar las relaciones con Dios, con nuestros semejantes, los seres humanos, y con la creación”, otorga un nuevo impulso a esta misión. El Panel Internacional sobre Cambios Climáticos (IPCC, por su sigla en inglés) de 2014, en el Sumario para los legisladores de Política sobre Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad, añade concreción. “Reconciliación con la creación” o “justas relaciones con la naturaleza”, hace referencia a un conflicto que en el Sumario se describe como sigue: “Cambios en el clima han causado impactos en los sistemas naturales y humanos, en todos los continentes y allende los mares”. Aun teniendo en cuenta diferencias regionales, el Sumario enumera impactos de cambio climático en la obtención de alimentos, medios de vida y pobreza, salud humana, seguridad humana, servicios económicos básicos, ecosistemas, recursos de agua dulce, biodiversidad, riesgos sistémicos, etc.

Aquí, afrontamos conflictos o incompatibilidades percibidas, entre desarrollo humano y la capacidad de la naturaleza para proveer los recursos para tal desarrollo. Reconciliación con la creación aspira a la positiva transformación de tales conflictos. En verdad, reconciliación es “un llamamiento a juntar de nuevo” lo que ha sido disgregado. En nuestra contribución subrayamos tres ideas clave del Sumario, que sugieren que reconciliación con la creación es transformación del conflicto en apropiadas relaciones entre los seres humanos y su medio ambiente, en tiempos de cambio climático: adaptación y mitigación, reducción de vulnerabilidad y la adquisición de poder de recuperación, proceso decisorio y buena gobernanza. El cambio climático puede transformarse en una oportunidad para discernir y transformar el conflicto entre los seres humanos y sus medioambientes de un modo colaborador y mutuamente ventajoso para mejorar sus relaciones dadoras de vida. La espiritualidad ignaciana recalca que una reconciliación de este tipo con la creación, va estrechamente unida a reconciliación con uno mismo, con los semejantes seres humanos (especialmente los que sufren las condiciones más vulnerables), y con Dios.

Leer el texto completo en: Annuario2015_sp

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