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Misa de la Comunidad Universitaria UCA, homilía del Rector P. Andreu Oliva, SJ. viernes 14 de noviembre de 2014

 

Muy buenas noches, queridos amigos y amigas de los Mártires y de la UCA, queridos Juan y Manuela, Hermano y cuñada del P. Ignacio Ellacuría, queridos amigos que nos visitan de distintas partes,  especialmente aquellos que vienen de lejos, queridos Provinciales y Superiores Jesuitas, queridos Presidentes de distintas Universidades jesuitas, que han venido a conmemorar a los mártires de la UCA esta noche, queridos amigos y compañeros de la comunidad de la UCA, Muy querido Monseñor José Luis Escobar, arzobispo de San Salvador, queridos Obispos de las distintas diócesis de El Salvador, querido Padre Provincial Rolando Alvarado, queridos hermanos en el sacerdocio, gracias por concelebrar esta Misa de Acción de Gracias por la vida y entrega generosa de nuestros hermanos jesuitas y de Julia Elba y Celina Ramos.

Quiero agradecer a Monseñor José Luis por darme la oportunidad de compartir con Uds. la homilía en esta misa. Y lo hago con mucho gusto, pues desde que se me dió la misión de asumir la Rectoría de la UCA, he vivido un tiempo privilegiado en el que he podido conocer mucho mejor, la vida y la causa de los Mártires Jesuitas, y el proyecto de Universidad que ellos pensaron y pusieron en marcha para la UCA. Ello ha sido fuente de inspiración para mi trabajo de Rector, pero también para mi vida de Jesuita y de cristiano. Personalmente me siento muy agradecido a los mártires jesuitas porque su vida, su trabajo, su pensamiento, su forma de entender la UCA, me ha impulsado a buscar ser más humano, más jesuita y mejor cristiano.

Estamos aquí esta noche para conmemorar y celebrar la vida de nuestros mártires, una vida en plenitud, una vida puesta al servicio del Reino de Dios, una vida en defensa de la verdad, la libertad, la justicia y la paz. Y fue precisamente esta vida que vivieron, lo que les llevó a la muerte. Fueron asesinados por cómo vivían, por cómo pensaban, por lo que hacían, porque defendían a los pobres de aquellos poderes que abusaban de ellos, que les negaban su dignidad humana, que les condenaban a la muerte. Por qué querían un Salvador para todos, con paz y por ello levantaron su voz, e hicieron lo posible para animar al pueblo a levantar la voz, en contra de la guerra y a favor de la paz. Ellos vieron que eso era lo que más favorecería a los pobres, a las mayorías, y que era el único camino para que finalizara tanto sufrimiento, tanta barbarie, y se pudiera iniciar una vida distinta para este pueblo al que tanto amaron.

Las lecturas de hoy, nos ayudan a entender mejor que aquello que inspiraba a nuestros compañeros, era el amor a Dios y al prójimo. Lo que ellos fueron, hicieron y vivieron, tiene una fuente clara y precisa, su fe en Jesucristo y en el Reino de Dios: La vida de Jesús, la Palabra de Dios, el amor del Padre, la vida de la gente, especialmente de los pobres, les fue modelando y les fue empujando hacía donde llegaron.

La primera lectura del Libro de Jesús, hijo de Sira, es de algún modo un icono de la realidad salvadoreña, de hace 25 años, y también de ahora. La lectura hace referencia a una sociedad en la que los pobres, los atribulados, los hambrientos, los opresores, los huerfanos y sus madres, están desprotegidos, desvalidos, y sus necesidades son un clamor a la sociedad. Y Jesús el hijo de Sira, hace un llamado, más bien es casí un mandato, un imperativo para el creyente, a encargarse de ellos y atenderlos en sus necesidades. Especialmente fuerte me parece esa primera frase “no te hagas el ciego y el sordo ante quién te está mirando suplicante”. Y nosotros nos deberíamos examinar personalmente, si nos hemos hecho sordos y ciegos ante las mayorías de nuestro pueblo que viven en la exclusión. Y también nos deberíamos examinar como institución, como universidad, si estamos respondiendo a las necesidades de nuestro pueblo, de ese 40% que vive en la exclusión, de las víctimas de la violencia, de los jóvenes que están como perdidos, que no saben a donde ir y son empujados hacía las pandillas… Los mártires de la UCA no cerraron los ojos ni se taparon los oídos ante la realidad de aquel entonces, mucho más dura por dolorosa y más difícil por la ausencia total de libertad. Y no lo hicieron, porque supieron estar al lado de este pueblo, fueron a los refugios a escuchar y acompañar a esas comunidades  expulsadas de sus territorios bajo amenaza de muerte. Iban a las comunidades campesinas, a las comunidades suburbanas, a las comunidades de base, a los barrios marginales, y allí veían y escuchaban a los pobres, sus sufrimientos, sus problemas y sus necesidades, y ello les llenaba de compasión. Y entonces no podían dejar de poner su inteligencia, su especialidad, su trabajo universitario en la defensa de los pobres y de los oprimidos por un régimen injusto y opresor.

Mucha gente en El Salvador hizo como ellos y también sintió compasión y compromiso ante esa realidad. ¡Cuánta gente fue tierna y amorosa con los que sufren, cuánta gente movida porque sintieron que aquella realidad no respondía a la voluntad de Dios, se unió a la lucha popular, a la lucha de liberación, a las comunidades de base, para buscar una solución estructural a esa realidad que generaba cada vez más pobreza, más oprimidos, más necesitados! Pero el Libro de Jesús hijo de Sira, habla de otras formas de responder, formas que son malditas, aquellos que se ensañan con el que está desesperado, que pasan de largo ante el necesitado, que no quieren ver al pobre, al mendigo, ni atenderlo en sus necesidades. También hay quién actúa así, ayer y hoy, y por eso a los que tomaron la opción de estar junto al pobre y al necesitado, de clamar por la justicia y querer “arrancar al oprimido de las manos del opresor”, les vino el martirio.

Esta lectura nos deja un mensaje muy claro a nosotros, a todos, pero me refiero de un modo especial a la UCA como institución y universidad. Decimos que queremos ser fieles al legado de los mártires, que queremos ser una universidad de inspiración cristiana, que queremos cambiar la sociedad, pero si volteamos el rostro ante los necesitados de nuestra sociedad, si no sentimos solidaridad hacía esa realidad de pobreza, de injusticia, de opresión, si no somos capaces de dejarnos conmover en nuestras entrañas de tantas necesidades, y no hacemos de nuestro trabajo universitario la respuesta a esa realidad; como universidad recibiremos la maldición de esta población que antaño vieron en la UCA una universidad que defendía a los pobres, que les atendía en sus necesidades, que eran solidarios con ellos, y Dios la escuchará. Por el contrario, si actuamos como los Mártires y ofrecemos ternura, amor, comprensión, soluciones auténticas y estructurales a sus necesidades, seremos auténticos hijos de Dios y Dios nos amará más que una madre.

La segunda lectura de la primera carta de Juan y el Evangelio, también según san Juan, son un precioso llamado a vivir amándonos los unos a los otros, a cumplir la voluntad de Dios, a permanecer en su amor. Para la comunidad cristiana del evangelista Juan, estas palabras estaban llenas de sentido, pues era una comunidad que vivía en conflicto: conflicto con los Judíos que los expulsan de las sinagogas, vivían acosados en su fe, tenían dudas importantes de ella, y tenían conflictos internos. Por ello Jesús el único Pastor, el amado de Dios y el que tanto ha amado a la comunidad, que ha dado la vida por ella, el que es su gran amigo, les invita a permanecer en el amor, a mantenerse fieles, unidos, haciendo la voluntad del Padre, no como siervos, sino como amigos. Pues Jesús les ha compartido todo lo que ha oído a su Padre, El los ha elegido y los ha destinado a qué den fruto abundante y permanente.

También la vida de los mártires salvadoreños, desde Monseñor Romero hasta … (poner un nombre del más reciente) nos muestran que es posible vivir así. Vivieron como vivieron porque amaron mucho, porque les dolía en sus entrañas el dolor del pueblo, porque les escandalizaban las injusticias y los atropellos a los pobres, porque hacer la voluntad de Dios les llevaba a levantar la voz en defensa de la gente a la que se le violaban los derechos humanos fundamentales, porque sentían que trabajar por la construcción del Reino de Dios, un reino de verdad y de justicia, de amor y libertad, de solidaridad y de paz, era cumplir la voluntad de Jesús, del Padre Dios, y no podían dejar de hacerlo. Su amor a Jesús, su amor a los pobres, no les permitió hacerse los indiferentes, desentenderse de esa realidad, y la asumieron, y se encargaron de ella, se pusieron al lado de los más débiles, así como lo habían aprendido de Jesús.

El llamado de Jesús a amarnos los unos a los otros, debemos profundizarlo a la luz de nuestra realidad y de cómo se ubicaron los mártires ante ello. El amor al que se refiere Jesús no es algo romántico, es un amor que supone acción, que supone dar la vida por los demás. Un amor que sea entrañable, profundo, real, veraz. Un amor que supone guardar la palabra de Dios, es decir hacerla propia, llevarla a la vida. Y supone saber estar al lado del otro, cercana y solidariamente, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los que amamos. Como nos enseñó San Ignacio, el amor se debe poner más en obras que en palabras, y es un compartir, en el que los que se aman se dan mutuamente aquello que cada uno tiene al otro que no lo tiene. Los mártires supieron amar, porque dieron lo que tenían, su palabra, su inteligencia, su cariño y cercanía, su trabajo, y lo dieron al servicio de los que no tenían apenas nada y les habían quitado casí todo. Por ellos, con ellos y para ellos trabajaron, lucharon para que tuvieran vida en abundancia y no se les quitara la que tenían. Y en ello se les hizo el regalo de dar la vida de una vez en el martirio.

Hoy ante nuestra realidad también se nos invita a amarnos los unos a los otros, y siguiendo la tradición profética y de Jesús, amar a los más débiles, a los pequeños, a los que no tienen quién por ellos, a los que luchan a diario por la vida, a los que se les niegan derechos básicos y fundamentales.  ¿De verdad nos quema el corazón por su situación? ¿Se nos conmueven las entrañas ante la pobreza, ante la violencia, ante lo duro y difícil que es ganarse la vida en la calle a diario? ¿ante los que están desempleados?¿ante aquellas madres que ven morir a sus hijos asesinados? ¿ante los que están encarcelados en condiciones inhumanas que nunca permitirán su rehabilitación? ¿ante los que no encuentran justicia? ¿ante los jóvenes que se enrolan en las pandillas y allí destruyen sus vidas para siempre? ¿Estamos dispuestos a amar?

Esta actitud, este deseo de amar al hermano (preferencialmente al pobre y al necesitado), de hacer la voluntad de Dios, debe marcar nuestra vida, la vida de la UCA, nuestro quehacer institucional, en la docencia, en la investigación y en la proyección social. Y ello nos hará más felices, ello nos permitirá dar fruto abundante y que permanezca, ello nos llenará de alegría, nos hará amigos de Dios.

Desde la UCA podemos iluminar las tinieblas, es decir descubrir el mal que se esconde en la oscuridad,   trabajar para que se conozca la verdad y esa verdad sea descubridora de la mentira, de la injusticia, que el sistema actual político, económico y social, esconden y propician la deshumanización de nuestra sociedad.

En nuestro país hay un grupo pequeño que desea que sigan las tinieblas, que pasan de largo ante las necesidades de sus hermanos, a los que ya Monseñor Romero llamó a la conversión, y a los que, si somos fieles a lo que hemos leído como Palabra de Dios, también hoy, con humildad y cariño, nos toca seguir animando a abrir su corazón, a mirar al hermano necesitado y responder a su clamor. Pues solo así caminaran en la luz y podrán amar realmente a Dios.  A aquellos que se oponen a que se trabajé contra la pobreza en nuestro país, a aquellos que no quieren que la educación pública, la de los pobres, sea de calidad, a aquellos que no comparten sus bienes con el que no tiene, que usan su dinero solamente en su beneficio, y no quieren ponerlo al servicio del bien común, a aquellos que estafan a la Haciendo Pública y le niegan al Estado los recursos para realizar su trabajo en pro del bien común, a los que roban y se aprovechan de los bienes públicos, que son de todos, pero que deben estar en primer lugar al servicio de los pobres. A los que defienden los derechos de los ricos y les niegan los derechos a los pobres, queremos decirles con San Juan, Uds. están equivocados,  no conocen a Dios de verdad, y por ello no hacen la voluntad de Dios. Su necedad les lleva a odiar a su hermano, a caminar en las tinieblas, sin saber a donde van. Hagan la voluntad de Dios, no sigan aborreciendo a su hermano, no sigan rompiendo la fraternidad, y entonces las tinieblas desaparecerán de El Salvador y brillará la luz verdadera, y habrá alegría y felicidad plena en nuestro país.

Como he dicho son pocos los que así actúan y piensan, pero tienen mucho poder y por eso es tan importante su conversión. Por otro lado, entre nosotros hay tanta gente buena ¡tanta gente que vive los valores evangélicos a plenitud! Hay tanto cariño, tanta solidaridad, tanta hambre y sed de justicia, tanta gente que es mansa y humilde de corazón, que llora por compasión ante el sufrimiento de otro, que son bienaventurados! Aprendamos de ellos, dejémonos contagiar de su corazón y de su espíritu, y construiremos el mejor país del mundo. Por eso este pueblo tiene tanto amor a sus mártires, y se siente tan agradecido, porque fueron sus amigos, sus hermanos, los que supieron ser solidarios, defenderlos y estar a su lado.

Pidamos al Señor qué también hoy nosotros, la UCA y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sigamos a Jesús, nos acerquemos y atendamos a los necesitados, nos amemos sinceramente los unos a los otros y hagamos en todo la voluntad de Dios Padre.

misa comunida UCA 2

 

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