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“Ninguna vida puede llegar a su plenitud si no fue plenamente aceptada”.


De sonrisa ágil, mirada profunda y alegría interna, encontramos a Fernando Prado sj en los Ejercicios Espirituales de fin de año 2009 en el ICE de Guatemala.  Al presidir la Eucaristía avisa que va a rezar el Padre Nuestro en uno de los dialectos de África.  He aquí su testimonio como misionero.


Me llamo Fernando Prado Ayau. Nací en Guatemala el 27 de marzo de 1949. Lo que soy se lo debo ante todo a mis papás por lo que fueron conmigo, por la educación que me dieron y por el apoyo que siempre me manifestaron respecto a mi vocación, aunque al principio no les haya sido fácil por ser el hijo mayor y porque me quisiera ir tan lejos. Ya los dos descansan en la paz del Señor. Somos una familia de 6, 4 hombres y 2 mujeres. Todos están casados, tengo 18 sobrinos y 9 sobrinos nietos. Todos viven aquí en la capital. (Guatemala)

  

El recuerdo más antiguo que tengo del llamado para ir a trabajar a África es en 5º grado de primaria. Me regalaron un calendario misional donde veía fotos de misioneros, etc. y me decía “lo han dejado todo y se ven felices, yo también quiero ser misionero”. Y como era 1960 y se hablaba mucho de la independencia del Congo, añadí, sin darme mucha cuenta de lo que decía y lo que eso implicaría, misionero “en el Congo”. 


Desde el noviciado manifesté mi deseo. Lo veía claro y en primero de filosofía le escribí al P. Arrupe pidiéndoselo. El a su vez pidió informes a Centroamérica y al Ecuador y finalmente me destinó a finales del 2º año de filosofía en 1972. 

Regularmente regreso a Guatemala de vacaciones. Al principio era cada 5 años, luego fue cada 4 y las últimas 3 veces ha sido después de 3 años. 


Desde el magisterio (etapa de formación) estoy en la región de Popokabaka, sur-oeste del Congo. El primer año de magisterio lo hice en parroquia y el 2º en un colegio como prefecto de disciplina y director de internado. Desde mi regreso al Congo después de la teología, aparte 4 años, del 86 al 90, en que fui ayudante del maestro de novicios en Rwanda, he trabajado en parroquia, primero como vicario y luego como párroco. Al terminar en el noviciado me regresaron de nuevo a Popokabaka, porque, en general, una vez aprendida una lengua, lo dejan a uno en la región donde la puede utilizar. 

 

Formación y Estudios:

Estudié 13 años en el Liceo Javier (Guatemala). Fue el ejemplo de los padres,  hermanos y maestríos (jesuitas) que se entregaban del todo a nosotros, no sólo en las clases sino también los fines de semana y durante las vacaciones organizando excursiones y otras actividades, que me hizo desear ser jesuita y hacer lo mismo. 

Entré al noviciado de Santa Tecla (El Salvador) en enero de 1967. Estudié juniorado y filosofía en Ecuador del 69 al 73. Hice magisterio en el Congo (República Democrática del Congo) del 73 al 75. Estudié teología en Bélgica del 75 al 79 y al terminarla entré de lleno en el apostolado. Al cabo de 3 años, en 1982, hice tercera probación en Quebec, y los últimos votos en el Congo en 1984. En esa fecha pasé a pertenecer a la provincia del África Central (ACE).


Lo que más agradezco y valoro de mi trabajo en África es el poder vivir y trabajar con esa gente que desde el comienzo me recibió con los brazos abiertos y me integró a su realidad. Personalmente nunca he tenido dificultades ni en mi vida personal ni en el trabajo. Tampoco tuve dificultad para aprender la lengua, acostumbrarme a la comida o a vivir de una manera más austera o rústica. 


"Si algo he aprendido allá es que se necesita de muy poco para vivir". 


¿Qué cualidades creo necesarias para este tipo de vocación y misión? 

Creo que las mismas que se necesitan para cualquier tipo de vocación y misión (no sólo allá sino también aquí o en cualquier lado): sobre todo amar sinceramente a la gente a la que eres enviado y tener mucha empatía hacia ellos, su cultura y su manera de ser porque es un mundo bastante diferente (lo que sí implica, en ese sentido, hacer un poco “tabula rasa” de tu cultura de origen, etc. para entrar en ese mundo nuevo).; amar y asumir tu trabajo, con sus alegrías y sus exigencias, y sentirte realizado en lo que haces; esforzarte por conocer la mentalidad y la manera de ser de la gente, adaptarte lo mejor posible a sus costumbres y a su comida, etc. y jamás despreciar nada de eso. Puedes tratar de corregir, mejorar, aconsejar en lo que te parezca que no es tan bueno, pero desde ese amor por ellos y por su realidad. Como en cualquier lado, el fruto de tu trabajo depende en mucho de tu integración concreta y real en tu medio de vida (y en eso allá son muy sensibles). 



   La primera vez que regresé a la Provincia de Centroamérica fue para la ordenación en 1978. En esa ocasión visité todos los países para volver a ver a todos los compañeros y me sentí contento de hacerlo. Pero conforme fue pasando el tiempo, los lazos se fueron distendiendo y las últimas veces he pasado mis vacaciones solamente en Guatemala. Después de 36 años en África ya soy un desconocido en la provincia. Cuando estoy en Guatemala visito a las diferentes comunidades, sobre todo la del Liceo Javier, por ser la más cercana a mi casa familiar. 


Respecto a la presencia de jesuitas de América Latina en África, la experiencia en el Congo me parece que no ha sido concluyente. Ha habido mexicanos, colombianos, un  hondureño y yo, pero, por las razones que sean, se han regresado a sus provincias de origen o han salido de la Compañía. Por el momento quedamos solamente un colombiano y yo. (Si han ido latinoamericanos a otras provincias y el resultado ha sido diferente no lo sé, yo sólo puedo hablar del Congo). 

“Lo que sí puedo decir es que todos los años que he vivido allá han sido una confirmación de mi deseo de siempre de trabajar en África y de que por la manera como me he podido integrar en esa cultura y lo que he podido realizar, es realmente allá donde me quería el Señor”. 


No veo nada en especial respecto a experiencias curiosas, tristes o dolorosas de mi vida en el Congo. Las alegrías y los problemas existen en todos lados


¿Qué me ha enseñado la misión que realizo sobre los jesuitas, la iglesia y sobre mí mismo? 

Sencillamente que la misión es universal, que en todos lados se puede hacer el bien y que lo importante es “saber florecer donde estás sembrado”, es decir, pasar la vida haciendo el bien, al ejemplo de Jesús (He 10,38), poco importa el país en donde vivas o el trabajo que hagas. Como dice el dicho, para todos dio Dios y sin arrebatarse. 


El trabajo que realiza la Iglesia en África es enorme, no solamente del punto de vista de la evangelización directa, sino también por todo lo que hace en los campos de la educación (primaria, secundaria y universitaria), de la salud (hospitales, dispensarios, maternidades) y del desarrollo (proyectos en todos los dominios), lo cual es un verdadero testimonio. Y en muchos países, donde el estado es demisionario, sin ese compromiso y trabajo de la iglesia sería el caos total. 


Como siempre, todo lo que se hace resulta poco para las necesidades tan grandes, pero eso, en lugar de desanimarnos nos ayuda a seguir adelante con más fuerza, sabiendo que es la obra del Señor y que El la sacará adelante. Como solemos decir, démosle nuestros 5 panes y El los multiplicará. Pero si no se los llevamos, no puede hacer nada. Personalmente he experimentado que el Señor ha hecho fructificar lo que he realizado más allá de mis expectativas. 


En lo que a mí me concierne, yo no dejaría el África por propia decisión. Nadie escoge el país donde nace, pero si puede escoger el país donde quiere vivir y morir. Siguiendo la invitación del Señor, yo escogí el Congo. Espero que el Señor me lo conceda. 


¿Un mensaje para los jesuitas en formación? 

Que hay que formarse muy bien para lo que la compañía y la Iglesia espera de ellos en cualquier apostolado que trabajen, pero que no es todo lo que saben lo que cuenta, sino lo que son y la manera de vivir y de entregarse a los que les son confiados, como decía al hablar de las cualidades necesarias para realizar nuestra vocación y la misión que nos es encomendada. 


"Nadie escoge el país donde nace, pero si puede escoger el país donde quiere vivir y morir".

¿Vale la pena ser jesuita? 


Pues claro que sí, para mí es una vocación fabulosa (si tuviera que volver a empezar, lo haría sin la menor duda y repetiría mi vida con puntos y comas).


Basta con ver todo lo que hace la Compañía y todos los servicios que presta en todo el mundo y en todos los campos actualmente (y si tienes en cuenta la historia, más todavía), para ver que vale la pena pertenecer a ese grupo apostólico al servicio de la iglesia y de la humanidad. Pero a condición de asumir a fondo la vocación con todas sus exigencias, para integrarlas, única manera de realizarse espiritual y humanamente. Lo que no se asume, se lo padece, y eso no dura. Todo se juega entre esas dos palabritas, asumir o padecer…, no hay término medio. 


¿Una frase que resuma mi vida jesuita (misionero o no)? Sería ésta: 

“Ninguna vida puede llegar a su plenitud si no fue plenamente aceptada”. 


Allí está dicho todo. Y es válida para cualquier vocación o camino en el que te llame el Señor, no sólo para sacerdote, religioso o misionero. A cada quien de sacar las consecuencias de lo que eso significa para él en su camino particular. 


Correo electrónico del P. Fernando Prado SJ.  fernandopradosj@yahoo.com